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Miguel Ors Montenegro: Guía para supervivientes del siglo XX (1996)

Enviado por Miguel Ors Mon… el
Datos de la imagen
Fecha
25 de octubre de 1996
Colección/Fuente
Cátedra Pedro Ibarra

FUNDACIÓN UNIVERSITARIA

SAN PABLO-CEU

ELCHE

LECCIÓN INAUGURAL

CURSO 1996-1997

"Guía para supervivientes del siglo XX"

Dr. D. Miguel Ors Montenegro

Profesor de Historia Económica del CEU

San Pablo de Elche.

Elche, 25 de octubre de 1996

Un nuevo curso académico supone siempre para cualquier profesor universitario un doble reto: por una parte, continuar con los trabajos de investigación iniciados, por otra, y mucho más importante sin duda, mejorar nuestra labor docente. Mal haríamos si prestáramos mayor atención a nuestros libros que a nuestros alumnos. A estos dos quehaceres se ha unido en este curso  el honor y la responsabilidad de preparar la lección inaugural. Mi agradecimiento, pues, a mis compañeros del CEU San Pablo de Elche por la confianza depositada. Quiero citar expresamente a los profesores Francisco Sánchez, Diego Román y María Dolores Peiró por las sugerencias recibidas, y a todos vds. por tener la santa paciencia de escucharme.

Quiero empezar mostrando mi alegría porque estemos todos aquí a poco más de tres años del fin del siglo y del milenio. Estamos a punto de conseguirlo. Intelectuales de mucho fuste como el premio nobel William Golding han llegado a afirmar que el siglo XX ha sido el siglo más violento en la historia de la humanidad (1). Que no ha sido un siglo para disfrutar de la paz y de la tolerancia resulta evidente, pero modestamente tampoco les aconsejaría trasladar nuestros enseres a otras épocas. Me propongo ofrecerles un análisis fugaz del siglo XX y detenerme sólo en cuatro aspectos que me parecen esenciales en la medida en que nos conciernen a todos:  la defensa de una vida digna de seres humanos, el compromiso con la democracia, la lucha por la paz y, por último, el papel que a una pequeña comunidad universitaria como la nuestra le cabe desempeñar en tales asuntos. Y me van a permitir que les transmita ya la conclusión no vaya a ser que se me despisten por el camino: Vivimos en una comunidad de 6.400 millones de vecinos, venimos de atravesar un siglo tremendo y nos espera un nuevo siglo lleno de incertidumbres, de problemas pero también de esperanzas. Un mundo que a los que hemos tenido el privilegio de recibir una formación universitaria nos exige un mayor compromiso. En estos últimos tiempos y por estas latitudes no se oye hablar más que de fruslerías. Ya sé que en algo hay que entretenerse, pero, por favor, pongámonos a pensar y a trabajar por nuestra aldea global, que necesita de todo nuestro esfuerzo.

1. Una forma de entender el siglo: La teoría del siglo XX "corto".

Un historiador húngaro, al que aprovecho para presentar, Ivan Berend, propuso de forma muy gráfica una interpretación del siglo XX, distinguiendo entre el siglo XIX "largo", que se iniciaría con la Revolución Francesa de 1789 y terminaría en 1914 con el estallido de la Primera Guerra Mundial, y un siglo XX "corto" entre esta fecha y 1991, año del derrumbamiento de la Unión Soviética. Así corregidos, ambos siglos reúnen características que les son propias. El siglo XIX largo contemplaría entonces las diferentes fases de la Revolución iniciada en julio de 1789, la època napoleónica, la era de las revoluciones burguesas de 1820, 1830 y 1848, la extensión de la Revolución Industrial desde Inglaterra hasta Europa y América del Norte y el proceso de colonización de Africa y Asia. Basándose en el modelo de Berend, Eric Hobsbawm  ha desmenuzado el siglo XX corto, proyectándolo a la manera de un tríptico con tres fases bien diferentes (2): la primera sería la era de las catástrofes, entre 1914 y 1945, un período sacudido por dos guerras mundiales, la Revolución Rusa, una gran depresión y la irrupción de los fascismos y que bien puede definirse como "La guerra de los 31 años", tomando ambas guerras mundiales como un continuum. La segunda etapa, entre 1945 y 1973, sería "La edad de oro",  una etapa en la que un premier tory, Harold McMillan, pudo dirigirse a los ciudadanos británicos con una frase memorable: "Jamás os ha ido tan bien". Hace ya bastantes años que ningún estadista se puede dirigir a sus electores con semejante mensaje.  Y es que, ciertamente, fue un tiempo que nos puede parecer irrepetible con una situación de pleno empleo y de estados del bienestar para buena parte de Europa occidental, América del Norte y Japón. Aquella época dorada tendría su punto y final a partir de 1973 con la primera crisis del petróleo y llegaría a 1991 siendo calificada como la era del derrumbamiento. En esta década de los noventa y tras algunos meses de euforia por la transformación del  enemigo comunista en un nuevo y leal camarada de la causa común, hay un acuerdo general en considerar los años que vivimos como la era de la incertidumbre. No es decir mucho con ello, pero es muy arriesgado aventurarse con pronósticos más certeros. Recuérdese al respecto la tesis de Francis Fukuyama (3) de 1989 sobre  el final de la historia, tesis heredera de planteamientos expuestos por Hegel y Marx, según la cual los historiadores tendríamos en adelante poco que contar porque el triunfo universal del capitalismo convertiría al mundo en una rutina de años mejores y peores. Con lo que ha caído desde 1991 no sorprende que el hábil asesor de la Casa Blanca haya sido a su vez arrastrado por los acontecimientos.

2. Defender una vida digna de seres humanos.

Sin lugar a dudas uno de los grandes retos de la humanidad es su crecimiento demográfico. Hasta ahora contábamos casi exclusivamente con las predicciones de las Naciones Unidas y del Banco Mundial. Según estas organzaciones, el ritmo de crecimiento de la población mundial en los últimos años permitía hablar de una bomba demográfica. La población mundial tardó 100 años para pasar de 1000  a 2000 millones, entre 1850 y 1950. En 1987, tras 37 años, llegábamos a los 5.000 millones. En 1996 la población mundial ha alcanzado los 6.400 millones y las previsiones más moderadas calculaban 7.000  en el año 2010 y 8.500 m. en el año 2025 (4). Hoy, sin embargo, comenzamos a saber que las Naciones Unidas no sólo no han evitado conflictos armados y en demasiadas ocasiones ni tan siquiera mitigado sus efectos, sino que tampoco sus previsiones demográficas eran consistentes. Este mes de octubre se ha presentado un estudio del Instituto Internacional de Análisis de Sistemas Aplicados austríaco, dirigido por el profesor Wolfgang Lutz (5) en el que se aventura una nueva hipótesis relacionada sobre todo con los cambios producidos a lo largo de la década de los noventa. La diferencia esencial es que contempla un nuevo tratamiento de los tres factores demográficos fundamentales, esto es, la fertilidad, la mortalidad y las migraciones. El citado estudio cuestiona seriamente las previsiones demográficas que planteaban la amenaza de alcanzar los 11.000 millones de habitantes en el horizonte del 2.100 y se basa en los cambios determinantes que se han producido en esta década. Desde el comienzo de los años noventa la fertilidad ha disminuido en todo el mundo, a pesar de que sigue siendo muy alta allí donde menos conveniente sería: en los países más pobres a veces con índices de niños por mujer de siete o más. El caso probablemente más espectacular es el de China, donde la fertilidad ha declinado de manera extraordinaria y ello a pesar del aumento de 125 millones de habitantes entre 1982 y 1991, cuando se llegó a un población de 1.130 millones. China considerada hoy como uno de los paradigmas del crecimiento económico con una tasa de PIB en torno al 10% en los últimos años empieza a ser conocida también por su "martirio demográfico", fundamentalmente de niñas recién nacidas. En 1991 comenzó una campaña nacional centrada en las zonas rurales que implantaba la opción de un único hijo y preferiblemente varón. La fórmula consistía en la recomendación patriótica de abortar, en ocasiones tras el secuestro de la mujer embarazada, cuando ya se tuviera un hijo y a ello se unía el deseo de las familias sobre todo en el medio rural de que fuera un varón y no una hembra ese único hijo. Incluso los nombres propios que empezaron a circular mostraban el desencanto: Zhaodi ("Que invita a un hermano"); Pandi ("que espera un hermano"); Xiangdi ("Que piensa en un hermano") y otros similares (6). Las imágenes de orfanatos chinos que pudimos ver hace meses por televisión no es sino el corolario de lo que la prensa escrita había denunciado desde 1991. Junto a China, India, con 900 millones de habitantes es el otro gigante demográfico en el que se han venido desarrollado prácticas muy similares: las ecografías a mujeres embarazadas facilitaban el aborto cuando se tratara de una niña. Pero es que la fertilidad se ha reducido en todo el planeta sin necesidad de tales campañas. En Africa y en el sur del continente asiático también ha declinado y no por razones por las que podamos felicitarnos. Las epidemias del sida -sobre todo en la región subsahariana- y de otras enfermedades perfectamente curables, si se disponen de los tratamientos médicos adecuados, están diezmando las poblaciones del tercer mundo y lo más cruel es que tal tragedia es a la vez la única forma de supervivencia para unas sociedades cuyo nivel de producción no permite asimilar su crecimiento demográfico. Sólo por problemas de embarazo y parto mueren cada año 600.000 mujeres en el mundo según el informe de UNICEF de este año, centrado en la mortalidad materna. Enfermedades para nosotros de otras épocas como la tuberculosis acabó con la vida de tres millones de personas en 1995. Este dato lo dio a conocer la Organización Mundial de la Salud con motivo del Día Internacional Antituberculosis que, como pueden ver, no sirve para atajar la enfermedad pero al menos permite contabilizar las muertes (7). Incluso en la Europa del Este los cambios económicos y políticos han producido un aumento en los índices de mortalidad. En Rusia, por ejemplo, el mismo estudio indica que las expectativas de vida masculinas se han reducido en siete años. En El caso de España, como es bien conocido, los indicadores de fertilidad han bajado aún más de lo proyectado, reduciéndose el índice de 1,3 niños por mujer en 1990 a 1,2 en 1995. situándola, según Lutz, "en la más baja de toda Europa con excepción de los nuevos territorios de la Alemania unificada". Tal información se completaba este verano con la noticia insólita, en la mejor tradición de la picaresca española, que hacía de nuestros jubilados los mejores compradores del más popular anticonceptivo, lo que, a falta de otros criterios de convergencia, nos permite pensar en una tercera edad muy competitiva Yo, desde luego, no pondría el grito en el cielo porque nuestros mayores, supervivientes de la guerra y del hambre de la posguerra, capaces de soportar todos y cada uno de los mensajes navideños del general Franco, tengan por fin ciertas alegrías, con excursiones del Inserso, bailes y tablas gimnásticas en las playas de Benidorm.

De lo que no podemos quejarnos es de la proliferación de conferencias internacionales: la Cumbre de la Tierra en Rio de Janeiro en 1992, la III Conferencia sobre Población y Desarrollo de El Cairo en 1994, la de la Pobreza en Copenhague y la de la Mujer de Pekín en 1995 o la de este año sobre la  vivenda digna en Estambul. Asisten centenares de jefes de estado y de gobierno a pesar de las limitaciones presupuestarias de las Naciones Unidas, a cuyos más importantes socios como los EEUU les ha dado últimamente por no pagar las cuotas. Son de dudosa utilidad a la hora de solucionar los problemas pero al menos son importantes a la hora de plantear estrategias de futuro.

Citaré sólo dos elementos más para no extenderme en la tragedia. La cumbre de junio de 1996 en Estambul demoninada Habitat II (8), planteaba la amenaza de un tremendo crecimiento de la población urbana. Dentro de menos de 20 años, en el horizonte del 2015 tendremos en el mundo 27 ciudades con más de diez millones de habitantes., frente a las 12 macrociudades de 1990. Ciudades cada vez más deshumanizadas en las que lo va a crecer por encima de todo es la delincuencia. Suelo animar a los futuros licenciados en Derecho en el sentido de que no se preocupen por la abundancia de letrados. Lo que son conflictos no van a faltar. La mayor afición a la pena de muerte no ha hecho sino aumentar en los últimos años. Según Amnistía Internacional ya son 93 estados en el mundo los que la practican en la actualidad con un mínimo de 2.100 ejecuciones de las que se ha tenido noticia en 1995, lo que se significa que se ha implantado en la mitad de los 185 estados miembros de las Naciones Unidas y es un fenómeno en alza. Por ejemplo, un economista norteamericano, Isaac Ehrlich, perteneciente a la liberal sociedad Mont Pélerin fundada por Friedrich Von Hayeck ha desarrollado una tan interesante como espeluznante Teoría de la oferta y demanda del delito (9). Por explicarlo sencillamente, Ehrlich defiende que a mayor aplicación de la pena de muerte o a mayor castigo, menor cantidad de delitos. En su país, los Estados Unidos,  tiene un buen laboratorio para seguir investigando: entre 1960 y 1991 el índice compuesto de todos los delitos por cada 1000 habitantes norteamericanos se ha multiplicado por tres., con especial crecimiento de las violaciones, el robo y las lesiones graves.  Tendremos, pues, que asumir un futuro inmediato con una cada vez mayor inseguridad ciudadana por muchas personas que sean ejecutadas cada año y por muchos guardias públicos y privados que nos protejan.  Me van a permitir que cite un semanario carlista  ilicitano, La Defensa,  que ya planteaba una especie de  solución final en 1911:

"¿Quién teme a la Guardia Civil, sino los criminales y bandoleros? Por eso, nosotros que somos honrados queremos Guardia Civil, mucha Guardia Civil; a ser posible, una pareja en cada esquina" (10).

Les pondré otro ejemplo que seguramente les interesará: Desocupación: 72% de la población en edad de trabajar; Desescolarización: 28% de los niños en edad de estudios obligatorios; Analfabetos: 31% de los mayores de 6 años; Sin cobertura sanitaria mínima: 7% sobre el total (11). Estos porcentajes no corresponden a Ruanda o a Bolivia. Pertenecen al barrio de las Mil Viviendas de Alicante y podríamos encontrar, en el caso de que se hicieran estudios que tampoco  son frecuentes, situaciones muy similares en los Palmerales de Elche, en la Tafalera de Elda,  en Vistabella de Murcia o en cualquiera de nuestras ciudades. No hace falta, pues, irse a Río de Janeiro. No dudo que se han hecho esfuerzos y se ha gastado y se gasta mucho dinero en programas de servicios sociales, pero parecería como si se partiera del principio de que nada puede hacerse que no sea poner parches. Yo al menos estoy convencido de que nuestras ciudades  podrían hacer al respecto mucho más de lo que hacen, aunque se planteara en programas a largo plazo trabajando especialmente con los niños que padecen marginación. Por si fuera poco, cada vez hay menos presupuesto. Al respecto, en nuestro país los presupuestos generales del Estado presentados por el Gobierno para 1997 (12) han planteado una reducción del 30,3% en los fondos destinados al Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales, sin que se haya reducido una sola peseta en gastos de Defensa. Quizás resulta trasnochado comentar estos asuntos, tanto que me incluyo entre las numerosas víctimas generadas por el Manual del Perfecto Idiota latinoamericano y español, publicado recientemente por Alvaro Vargas Llosa y un par de amigos (13). Defender políticas de solidaridad parece una estupidez en estos tiempos de neoliberalismo, darwinismo social y competitividad mal entendida, porque se intenta aplicar una selección natural de seres humanos como si de la selva se tratara. Sin embargo, es difícil negar, frente a la dejadez o la insuficiencia de las distintas administraciones, la proliferación de organizaciones humanitarias -alrededor de 18.000 ONGs en el mundo- como una de las novedades más esperanzadoras de este final del siglo. Miles y miles de "perfectos idiotas" trabajan en organizaciones sin fronteras (Médicos, arquitectos, ingenieros, abogados y un largo etcétera), en Amnistía Internacional, en Greenpeace, en Cáritas, en Intermón, en Proyecto Hombre, en Cruz Roja, en Alicante Acoge, en Elche Acoge y en tantísimas otras.  Ahora nuestras ciudades tienen uno o dos barrios dominados por la marginación. Quizá estemos a tiempo de atajarlo, pero me pregunto qué ocurriría si ni siquiera nos llegara a importar. Supongo que al cabo de unos cuantos años, cuando las bolsas de marginación hayan aumentado, lo único que podremos hacer será buscar, como en la Edad del Bronce,  lugares de fácil defensa, más que con guardias civiles, con guardias privados o con los propios ciudadanos corrientes armados, como en los Estados Unidos. Hoy algunas de nuestras ciudades todavía se permiten el lujo, por ejemplo, de invertir cientos de millones para reflotar equipos de fútbol que cada año aburren más a sus pobres seguidores, pero en asuntos sociales las nuevas estrategias que se están poniendo en práctica son muy interesantes. Uno pensaba que sólo hay un alcalde en España capaz de repartir a sus mendigos, toxicómanos y otras gentes de mal vivir entre los pueblos vecinos, sobre todo si éstos están gobernados por grupos rivales. Pero hace poco el Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria, y cito un ejemplo lejano para molestar lo menos posible,  nos asombraba con una política social muy inteligente que consiste en terminar con la marginación a base de pagar un billete de avión a la península a cualquier indigente, con lo que además supongo que intentarán reforzar los lazos de fraternal amistad con los peninsulares. Y esto no crean que es un invento de estos tiempos posmodernos. En Alicante, cuando terminó la Guerra Civil, en medio de tanto lirismo  y tanto imperio, no se le ocurrió mejor solución a su Ayuntamiento que encerrar en el castillo de Santa Bárbara y hasta nuevo aviso a todos los mendigos, vagos y maleantes que merodearan por la ciudad  (14).

Si muchos ciudadanos por su cuenta y riesgo se han convertido en cooperadores de organizaciones internacionales, la ayuda internacional por parte de los Estados para erradicar la pobreza ha caido a niveles de hace veinte años. En 1996,  Año Internacional para la Erradicación de la Pobreza, uno de cada cinco habitantes del mundo vive en la extrema pobreza. En total, 1500 millones de personas a las que se vienen a sumar unos 25 millones cada año. Aunque, eso sí, se reiteran tanto las promesas como sus incumplimientos. Así, los 21 países del Comité de Ayuda al Desarrollo de la OCDE  han reiterado su compromiso de alcanzar el 0.7% del PNB establecido por las Naciones Unidas, pero lo que ha sucedido en la práctica es que los niveles medios de ayuda han pasado del  0,3% de 1994 al 0,27% de 1995. De esos 21 países, sólo cuatro, y se los pueden imaginar: Noruega, Dinamarca, Suecia y Países Bajos, mantuvieron valores superiores al famoso 0,7%, incluso en el caso de Dinamarca con un 0,97%. El país más rácano sigue siendo Estados Unidos con un 0,1% a pesar de que en términos absolutos suponga una de las mayores cifras (10.000 millones de dólares en 1994). España está en estos momentos en el 0,28% y por tanto se coloca también entre los Estados más insolidarios y ello a pesar de que, según el último informe de Intermón, el 65,6% de los ciudadanos españoles está a favor de dedicar el 0,7% de nuestro PNB. Recuerden el enorme esfuerzo y las movilizaciones de la plataforma del 0,7% y la coordinadora de ONGs que muy probablemente volveremos a contemplar en los próximos meses (15).

Europa no está, en estos momentos, para bromas, si es que lo estuvo alguna vez.  Estamos de exámenes, ante el Gran Juicio Final de Maastrich, esperando aprobar la prueba de la moneda única y el vagón del tren en el que viajar, en el caso de que viajemos todos. Nos toca, pues, tener paciencia y confiar en que lleguen tiempos adecuados para pensar en los 20 millones de parados de la Unión Europea o en los 50 millones de pobres de la Comunidad -9 millones  son españoles según Cáritas-, pero queda una cuestión capital: ¿qué hacemos con los otros, con los que están esperando a las puertas de Europa? Naturalmente, la respuesta empieza por España como frontera exterior del sur de la Unión Europea. Recordarán que hace unos cuantos meses se instaló en nuestras posesiones del Norte de Africa un sistema de control fronterizo a base de circuitos cerrados de televisión, pero nos robaron las cámaras y en estos momentos lo que se está haciendo, en Melilla por ejemplo, es dejarse de tonterías tecnológicas y acudir a lo más práctico: un muro de alambre a lo largo de los diez kilómetros de frontera terrestre. Peor hubiera sido sembrarlo de minas, desde luego. Pero, al margen de tan originales soluciones, la cuestión choca con el desconcierto general: Ninguno de los 15 países europeos sigue la misma política que su vecino, aunque, en virtud de los Acuerdos de Schengen, predomina una política de restricción draconiana a los flujos migratorios. Las llamadas Leyes Pasqua en Francia pueden servir de ejemplo, como podemos recordar el lamentable incidente de julio pasado con los 103 inmigrantes ilegales de Melilla. En medio de este panorama, resulta intelectualmente valiosa la aportación de Vargas Llosa, esta vez el padre, D. Mario, al propugnar en su artículo, Los Inmigrantes, a finales de agosto de este año (16), la apertura de fronteras. Desde un planteamiento político neoliberal, es absolutamente coherente defender no sólo la libre circulación de mercancías sino también de personas en un mercado mundial. El mercado colocará a cada cual en su sitio y, además, acoger a los emigrantes sería la mejor ayuda posible a los países de origen.

3. El compromiso con la democracia.

Que la propuesta de Mario Vargas Llosa no ha originado precisamente entusiasmo se demuestra con que la noticia del verano no ha sido su valiente planteamiento sino el impresionante descubrimiento científico del señor Le Pen al declarar y cito textualmente, "las profundas diferencias entre los hombres y los grupos de hombres" (17) desigualdad entre las razas, descubrimiento al que bien pudo llegar viendo en los últimos Juegos Olímpicos, una vez más, como unas razas, puestas a correr, acaban entrando en la meta antes que otras. Pero el fenómeno, el problema  Le Pen mejor, es también signo de los tiempos que vivimos. A pesar de que le abandonó su mujer -la pobre no aguantaba más-, el 10% de los franceses le son de una fidelidad a toda prueba y no es aventurado pensar en que uno de cada cinco franceses pueda verse representado por semejante "científico" en próximas elecciones. El panorama europeo respecto a la xenofobia resulta preocupante: grupos políticos de extrema derecha que consideran que el rechazo a los extranjeros, los que están dentro y los que puedan venir,  es la mejor solución para acabar con todos los problemas, proliferan en toda Europa: además del Frente Nacional francés, nos encontramos con grupos emergentes como el Vlaams Blok flamenco, los liberales nacionalistas austríacos, los Republikaner alemanes, el partido de centro holandés, todos ellos con líderes consolidados como  Jörg Haider en Austria, Franz Schönhuber en Alemania, Giafranco Fini en Italia, Vladimir Zhirinovski en Rusia entre otros y con fachadas democráticas para encontrar cobijo y buenos resultados electorales (18).

Y es que asistimos a un final de siglo en el que machaconamente oímos la crisis de valores, de la que no escapa nada ni nadie, ni siquiera los propios sistemas democráticos. Respecto a los  sistemas no democráticos mejor no insistir mucho. Piensen en China gobernada por la mano firme de Den Xiaoping con 92 años, en Fidel Castro resistiendo con discursos de tres horas mínimo, en los pobres iraquíes sometidos tanto a la barbarie de Sadam Hussein como al hambre derivado del bloqueo impuesto por la ONU, por no hablar de las enormes dificultades de las más jóvenes democracias.  Pero  también en las democracias consolidadas podemos hablar, creo, de estados de malestar, de estados compugidos, sumidos en la tristeza y la melancolía. Si pensamos en nuestro país, con tan sólo veinte años justitos de tradición democrática, ya empezamos a oír predicadores políticos, frecuentemente maltratados por las urnas, que plantean nuevas reglas de juego: barbaridades tales como terceras repúblicas, independentismos varios y otras aventuras. Los que nos dedicamos a enseñar historia pediríamos algo más de calma y, sobre todo, reflexión acerca de nuestro pasado histórico. Umberto Eco solía desear a sus lectores que ojalá vivieran una época interesante. Desde luego explicar historia de España es muy agradecido, hasta el punto que uno desea un siglo XXI profundamente monótono en el que sólo tengamos  que contar la alternancia en el poder propia de cualquier sistema democrático. El profesor Francisco Bustelo (19) hacía recientemente en su último libro un balance político de la España de los siglos XIX y XX y resulta sencillamente cinematográfico. Fíjense: en el siglo XIX 130 gobiernos; 2000 pronunciamientos -la cifra como ven se ha redondeado porque cualquiera los cuenta uno a uno-; 9 constituciones; 4 guerras civiles -la de la Independencia y tres guerras carlistas-; dos monarcas destronados -José I e Isabel II-; dos abdicaciones -Fernando VII y Amadeo I; una I República fugaz, todo ello al margen de los conflictos coloniales. Un siglo XIX, pues, de órdago y un siglo XX que tampoco desmerece: 24 años de pseudodemocracia hasta 1923 con sufragio universal masculino para vivos y muertos, quiero decir que los muertos eran incorporados al censo electoral y votaban con entusiasmo y sin preocuparse de promesas electorales; 43 años de dictadura -la  del general Miguel Primo de Rivera y la del general Franco; 5 años de República, tres años de guerra civil; dos constituciones y 20 años de democracia con sobresaltos varios y un susto que terminó en lamentable sainete. Con tal balance, los españoles aunque no sepamos mucha historia, tontos tampoco somos y la inmensa mayoría no está para más aventuras que la de disfrutar de una cierta tranquilidad.  Si el marco constitucional goza, a pesar de todo, de buena salud, sí podemos percibir en los últimos años ciertas congojas. Pondré algún ejemplo que me parece relevante. Según el sociólogo Juan José Toharia (20), apenas el 7% de los españoles está afiliado a algún partido político y eso que no hay precisamente problema para elegir. Se diría que hay una notable resistencia de los ciudadanos a integrarse en cualquier organización política. A veces hay que prometer a alguien que va a ser ministro, director general, alcalde o lo que sea y acaba por aceptar la oferta pero a condición de mantener su presunta independencia, con el consiguiente enfado de militantes de mil batallas que no entienden semejante salto en la cola. Pese a fichajes de estrellas fugaces, resulta perfectamente plausible la tesis de Ignacio Sotelo (21) en el sentido de que los partidos políticos tienen, aquí y en otras partes, una presencia social cada vez más débil y difusa, con estructuras monolíticas, imperativos de obediencia total, liderazgos tan indiscutibles por unos como incomprensibles para quienes asistimos como espectadores y, en definitiva, un desencuentro cada vez mayor entre los representantes legítimos e insustituibles de un sistema democrático y los representados a los que les queda, en expresión del constitucionalista Gurutz Jáuregui (22), la parábola del buen ciudadano: mostrarse activo, pero pasivo; participar, pero no demasiado; influir, pero aceptar que es de lo que se trata. Partidos que además juegan al principio del catch-all, del "atrápalo-todo", teorizado por Otto Kirchheimer (23). Es decir,  intentar la mayor irradiación social, desvalorizando el papel de los militantes para robustecer la imagen del líder, renunciar a servir de correa de transmisión a sindicatos o patronales para establecer relaciones multidireccionales con todos los grupos de presión. Repartir, pues, las tensiones aunque sea a costa de dejar en el camino viejos aliados históricos.  No es de extrañar por todo ello que los últimos resultados electorales en España hayan producido, entre otras novedades, la aparición de una nueva tropa: los más de 300.000 votos en blanco, los de toda una gente que sigue creyendo radicalmente en el sistema democrático pero que asiste al espectáculo insólito que nuestros medios de comunicación -otro gran problema de fin de siglo- proporcionan con su seguimiento de la micropolítica, es decir, dedicar un tiempo y un espacio inmensos a averiguar por qué ha dimitido fulano y qué incidencia ha tenido la señora de fulano -la mayor parte de las veces la segunda- en tan dramática solución. Cada día se nos presentan hechos que son catalogados como históricos y que no son sino una sarta de menudencias o naderías.

Los tiempos de melancolía alcanzan, desde luego, a otros colectivos. Por ejemplo, nuestros sindicatos, otra pieza esencial de un sistema democrático. Cuando uno oye a algún líder sindical amenazar con paralizar el país, recuerda también el grado de adhesión que reciben. Un 9% de los españoles está afiliado hoy a algún sindicato (24) y puede uno imaginarse que una gran parte son trabajadores del sector público o de las grandes empresas cada vez menos abundantes. Ciertamente, hemos conocido hasta tres huelgas generales en los últimos años, pero tampoco les vendría mal algún seminario o master para mejorar y ampliar su conexión con la sociedad.. Podríamos extender la crisis de participación a otros ámbitos sociales, religiosos, culturales y de todo tipo, crisis que tiene además un componente especialmente significativo: la ausencia en muchos casos de renovación por la única vía posible: son los jóvenes quienes pueden dar nueva vida a tanta agrupación amenazada por los rigores de la edad.  En este país, jubilar a un líder cuesta Dios y ayuda, homenajes varios y casi siempre con la amenaza de volver para sacarnos a flote. Y sin embargo,  nunca ha habido en España tantos universitarios y, dicho sea de paso, tan altos como hay ahora. Cierto es también que vivimos tiempos preocupantes para la educación en general y para la universitaria en particular. Recientemente, el periodista Vicente Verdú se refería a ello en un tremendo artículo titulado "La mala universidad" :

            "...Los estudiantes no tienen cinco o seis asignaturas por año sino 14,15,16 repartidas en dos teóricos cuatrimestres. Apenas hay ocasión en cada materia para profundizar en nada y la meta es aprobar de cualquier modo. Puede ocurrir, y ocurre además, que algunos profesores exasperados por la brevedad de su participación en los nuevos planes se empeñen en exigir el programa completo que discurría antes a lo largo de nueve meses; y entonces los desvaríos se multiplican. La consecuencia es que el placer del estudio se reemplaza por una tortura de la que cualquiera desearía verse eximido..." (25)                                           

Desde mi punto de vista, la escasez de sentido común conforma buena parte de nuestro sistema educativo. Un sistema que, estoy convencido, va perdiendo calidad de una etapa a otra: los niños salen perjudicados cuando pasan de la escuela infantil a la enseñanza primaria, pierden otro poquito en la secundaria, otro poquito más en la Universidad y el colmo es cuando se llega a los cursos de doctorado. En cualquier caso y para gentes con mucho espíritu siempre les queda la oportunidad de seguir mejorando su curriculum con masters de cientos de horas. No me resisto a que no conozcan un párrafo de un libro de texto cuyas víctimas serían niños y niñas de 12 a 13 años y que viene a ser como la quintaesencia pedagógica de la posmodernidad. Dice lo siguiente: "El adverbio es un fonema cuyo lexema no necesita morfemas". Frente a tal pirotecnia conceptual, resulta natural que los niños y las niñas se lo tomen con calma y sigan con sus latiguillos argóticos del tipo de los "guais", "tíos", "alucines", "enrolles", "mogollones" y "cantidades" de esto y "cantidades" de lo otro. También desde la Universidad deberíamos reflexionar sobre la utilidad y la aplicación de lo que enseñamos y, hasta entonces, no se me ocurre nada mejor que apelar al esfuerzo de profesores a la hora de enseñar y al de los estudiantes a la hora de aprender. En ocasiones asistimos desde la perplejidad a una huelga revolucionaria porque la fotocopiadora de un centro docente no funciona o el conserje está de baja por enfermedad o profesores perpetuamente deprimidos porque los planes de estudios son irracionales.  Habría, me parece, que pedir un mínimo de entusiasmo a profesores y estudiantes y, a partir de ahí, las cosas irán mejor. Aunque la inversión en capital humano se suele relegar a menudo, al menos quienes nos dedicamos a la enseñanza sí debemos esforzarnos al máximo para que la sociedad sea capaz de incorporar eficazmente a nuestros jóvenes y a ello me referiré antes de terminar. Permítanme primero una pequeña  reflexión acerca de una tarea prioritaria a la que debemos incorporarnos todos desde nuestras posibilidades: la cooperación por la paz.

 

4. Cooperar por la paz.

Quizá el legado más funesto que recibiremos del siglo XX es un mundo en el que los  conflictos armados son un referente esencial.  En estos momentos alrededor de medio centenar  de guerras conviven entre nosotros con una diferencia de capital importancia: si aparecen o no en los medios de comunicación. De esos 50 conflictos, cada uno de nosotros tendría que hacer memoria para  citar poco más de una docena y ello puede explicar en ocasiones que un conflicto necesite llamar la atención para convocar a los medios de comunicación: nuestro mundo necesita de imágenes más que de palabras y un  buen reportaje, cuanto más truculento mejor,  permite asomar la cabeza en televisiones y revistas de todo el mundo. No ha lugar, pues, para medias tintas. Cuanta mayor dosis de tragedia humana, mayor intervención de organismos internacionales, gobiernos y ONG´s. Nada como una fotografía de un jefe de gobierno derrocado, asesinado y ahorcado -como han hecho los talibanes en Afganistán- para que todos nos enteremos.  Conflictos todos ellos, conocidos o por conocer, caracterizados por un componente común: se lucha dentro de los Estados y participan no sólo ejércitos regulares sino milicias y civiles armados con escasa disciplina y guerras de guerrillas en las que los civiles son las principales víctimas y, con frecuencia, los principales objetivos (26).  Guerras con abundancia de armas ligeras proporcionadas, con rapidez y amplias facilidades de pago, por potencias que siguen obteniendo enormes beneficios y me gustaría recordar al respecto que los principales vendedores fueron, en 1994 y por este orden, los Estados Unidos con un 55%, Alemania con un 14,6%, Reino Unido con un 7,3%. China con un 5,5% , Rusia con el 3,9% y Francia con el 3,2% (27). El negocio es para todos los países del Norte y, por ejemplo, España sin estar entre los grandes también viene generando unos buenos ingresos que rondan los 50.000 millones de pesetas anuales y tenemos como clientes a regímenes como Marruecos, Tailandia, Turquía entre otros muchos (28). Armas que sirven para desarrollar, siguiendo la clasificación de Michael Klare (29) hasta siete tipos diferentes de conflictos:

1. Regionales, por ejemplo entre Pakistán e India.

2. Por recursos naturales.  . "El agua es pura dinamita" ( Peter Gleick)

3. Por separatismos y nacionalismos. Grupos étnico-nacionalistas que luchan por construir su propio Estado (serbio-bosnios, chechenos, tamiles, etc.)

4. Irredentismos con el objetivo de extender fronteras como, de nuevo, la pretensión alemana del territorio de los Sudetes a la República Checa. Y es que, como señalaba el profesor de la Universidad de Alicante, José María Tortosa: "los problemas de reajuste de fronteras no han hecho sino empezar".

5. Luchas étnicas, religiosas y de poder tribal. La pugna por tierras y recursos como en los casos de Somalia y Ruanda.

6. Guerras revolucionarias y fundamentalistas, con grupos que imponen una determinada ideología. La imposición de la "sharia", la ley islámica cuyo más reciente ejemplo es el de Afganistán de los talibanes además de Sudán, Irán, Pakistán y Yemen entre otros. El caso de Argelia con una guerra civil que con más de cinco años y de muy difícil solución. Países en los que se denuncia una interpretación del Corán tan radical como falsa y que los está convirtiendo en cárceles para sus mujeres.

7.  Luchas en favor de la democracia, el anticolonialismo y las reivindicaciones indígenas como la guerrilla zapatista de México o los movimientos guerrilleros en Filipinas.

Un panorama, pues, sobrecogedor al que cabría añadir, por utilizar de nuevo al profesor Hobsbawm "la democratización y privatización de los medios de destrucción" (29), es decir la facilidad material con la que cualquier grupo puede desarrollar acciones violentas. Con lo que les llevo contado, comprenderán que mejor no extenderme en otras violencias y agresiones, incluidas las medioambientales, sin duda de capital importancia en este nuevo mundo al que estamos asistiendo.

5. Nuestra aportación como universitarios

Sí quiero terminar con una llamada no sólo a la esperanza sino también a la cooperación. Me he limitado a recordar a nuestros estudiantes lo que cualquier persona medianamente interesada por el mundo en que vivimos  conoce perfectamente. Como tengo la impresión de que hay algunos estudiantes que limitan su interés a informaciones deportivas o a programas televisivos francamente abominables -incluidos los de las televisiones locales a las que desde aquí mando un cordial saludo-, quizá no venga del todo mal recordar ciertas verdades del barquero. Como universitarios, formamos parte de una pequeña comunidad con poco más de medio millar de personas, entre alumnos y profesores. Creo que entre todos deberíamos hacer del CEU un lugar en el que trabajáramos en tres ámbitos: estudiando e investigando, que para eso estamos aquí. Convirtiendo este lugar en un centro de cultura en el que cualquier manifestación  teatral, literaria, artística, o musical no sea un simple añadido sino  parte sustancial de nuestra formación y, por último, pero en lugar preeminente, debemos convertir esta casa en un centro de solidaridad. Creo que nuestra condición de universitarios a todo ello nos obliga. Y no nos engañemos mutuamente: frente a la triste odisea del aprobado,  reclamemos para todos la aventura del saber y el compromiso con aquella comunidad de vecinos a la que me referí al principio. Como escribió Jorge Luis Borges, "...no sé si la instrucción puede salvarnos, pero no sé de nada mejor".

Muchas gracias.

NOTAS

1. Hobsbawm, Eric, Historia del siglo XX, Barcelona, 1995.

2. Op. cit., págs 15 y ss.

3. Francis Fukuyama, "¿El fin de la historia?", en Claves n. 1 (abril de 1990). Véase también al respecto la crítica de Josep Fontana en La historia después del fin de la historia, Crítica, Barcelona, 1992.

4. Javier Ayuso, "5.000 millones de parias", en Leonardo, suplemento publicado conjuntamente por El País, La Repubblica, The Independent y Le Monde, Madrid, 1992.

5. Viviane Schnitzer, "La humanidad desacelera su crecimiento...", El País,  15 de septiembre de 1996.

6. Liu Yin, "El martirio demográfico chino", El País, 16 de septiembre de 1991.

7. Ana Fernández, "La tuberculosis causó en 1995 un número de víctimas sin precedentes", El  País,   22 de marzo de 1996.

8. Agencias/ R.R.,"El debate sobre el derecho a disponer de una vivienda digna abre la Cumbre de Estambul", El País,  4 de junio de 1996.

9. Pedro Schwartz, "Crimen y castigo", El País,  14 de septiembre de 1996.

10. La Defensa, Elche, 23 de abril de 1911.

11. Jaime Esquembre, "El tercer mundo en Alicante, El País,  27 de junio de 1996.

12. "Las cuentas del reino para 1997", El País, 1 de octubre de 1996.

13. Plinio Apuleyo Mendoza, Carlos Alberto Montaner y Alvaro Vargas Llosa, Manual del perfecto idiota latinoamericano... y español, Plaza y Janés, Barcelona, 1996.

14. Gaceta de Alicante, 22 de junio de 1940; Información, Alicante, 26 de diciembre de 1941.

15. Carlota Lafuente,"Solidaridad,objetivo:a favor del 0,7",El País semanal,6 de octubre de1996.

16. Mario Vargas Llosa, "Los inmigrantes", El País, 25 de agosto de 1996. Ver también, Sami Naïr, "La emigración como cooperación civilizada", El País, 4 de octubre de 1996.

17.  "El problema Le Pen", El País, editorial del 2 de octubre de 1996.

18. Rinke van der Brink, "Avances amenazadores de la extrema derecha", Le Monde diplomatique, n. 2, diciembre de 1995.

19. Francisco Bustelo, Introducción a la historia económica mundial y de España (siglos XIX y XX), Síntesis, Madrid, 1996, págs. 162 y 163.

20. Juan José Toharia, "España se pone al día", Historia 16, Veinte años, n. 241, mayo de 1996, págs. 106-120.

21. Ignacio Sotelo, "La inesperada continuidad", El País, 15 de septiembre de 1996.

22. Gurutz Jáuregui, "Parábola del buen ciudadano", El País, 12 de febrero de 1996.

23. Javier Pradera, "El dulce veranillo de San Miguel", El País, 2 de octubre de 1996.

24. Juan José Toharia, art. cit., pág. 118.

25. Vicente Verdú, "La mala Universidad", El País, 12 de septiembre de 1996.

26. Mariano Aguirre, "Conflictos armados del fin de siglo", Le Monde dplomatique, n. 1, noviembre de 1995.

27. Vicenç Fisas, "Hay secretos que matan", El País, 30 de noviembre de 1995.

28. La clasificación de Michael Klare recogida en Mariano Aguirre, art. cit., pág. 10.

29. Hobsbawm, E., Op. cit., pág 553.

30. Jorge Luis Borges, Qué es la Argentina (prólogo).

 

 

 

 

 

 

 

 

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