Datos de la imagen

Laudatio del profesor Miguel Ors Montenegro.
LAUDATIO
Valencia, 7 de junio de 2006
Excmo. Sr. Gran Canciller de la Universidad CEU Cardenal Herrera.
Excmo. y Magnífico Sr. Rector
Excmo y Reverendísimo Sr. D. Carlos Filipe Ximenes Belo.
Excmos. Vicerrectores
Ilmo. Sr Secretario General
Estimados compañeros
Sras y sres.
Querido Monseñor, en primer lugar quiero hacerle llegar en nombre de todos los que formamos parte de la Universidad CEU Cardenal Herrera, nuestra satisfacción por el hecho de que, a partir de hoy, forme parte de nuestra Universidad. Le aseguro que es un honor para todos nosotros, honor que en este momento compartimos con once universidades más de todo el mundo. En 1997, la universidad de Yale en Estados Unidos fue la primera en concederle un doctorado honoris causa y, tras ella, la Universidad Pontificia Salesiana de Roma, las portuguesas de Évora y Oporto, la Universidad Federal de Rio de Janeiro, las universidades católicas brasileñas de Campinas y Brasilia, las universidades católicas de Taiwán y de Sydney o las universidades Santo Tomás de Santiago de Chile y Fasta de Mar de la Plata en Argentina. La nuestra es también la primera universidad española en concederle esta distinción que nos llena de orgullo a todos. Y todo esto no es un tópico, monseñor, porque aunque su modestia le impida reconocerlo, que lo sé, forma parte del selecto y limitado grupo de líderes morales de la humanidad: junto a su compañero José Ramos-Horta, juega en un equipo en el que estarían incluidos, en un hipotético once inicial y aprovechando su afición al fútbol, sus admirados Gandhi, Martín Luther King, Oscar Romero, Desmond Tutu, la madre Teresa de Calcuta, Rigoberta Menchú, Elie Wiesel y sus amigos personales el Dalai Dama y Nelson Mandela.
Su pueblo, Monseñor, el pueblo de Timor Este es uno de esos muchísimos pueblos invisibles, de esas tierras sin amigos importantes, que existen en nuestro mundo y que sólo aparecen y de manera fugaz en los medios de comunicación cuando sobreviene una tragedia. Pero no tener amigos importantes no significa que estén solos. Por ponerle un ejemplo, están con nosotros hoy algunos miembros de la Asociación de Amigos de Timor Hamutuk (ya ve que incluso utilizan el tetum), la primera asociación española de apoyo a Timor que nació hace diez años en Elche y, como comprenderá, tenía que contarlo porque es mi pueblo. Mañana mismo estará allí con nosotros y le enseñaremos la Dama, el Misteri y algunas palmeras. Pero volviendo al suyo, cuando Vd. y el diplomático José Ramos-Horta, recibieron el 10 de diciembre de 1996, el Premio Nóbel de la Paz, fue la primera buena noticia que recibieron todos y cada uno de los habitantes de Timor. Se premió entonces el coraje de dos luchadores de la paz, de la justicia y de la libertad de un pueblo, pero, al mismo tiempo, fue un merecido reconocimiento al más de medio millón de timorenses que llevaban muchos años, demasiados años, padeciendo la ignominia. Muchos jóvenes de Timor se enfundaron entonces una camiseta con la fotografía de su obispo arriesgándose a ser maltratados por las tropas de ocupación indonesias. Y me va a permitir también que cuente cómo se enteró de la concesión del premio Nóbel de la paz. Estaba, recordará, oficiando una misa de acción de gracias en Dili, la capital, para celebrar el cincuenta aniversario de la presencia de los salesianos en Timor, junto con otros veinticinco sacerdotes más. Mientras dirigía la Oración de los Fieles, un sacerdote se le acercó y puso un trozo de papel en el altar que decía que había recibido el premio Nobel de la Paz junto con Ramos-Horta. Pues bien, no dijo ni una sola palabra y ni siquiera sonrió. Caramba, Monseñor, se lo tomó como si le hubieran nombrado mantenedor de las fiestas de Moros y Cristianos de cualquier pueblo.
La historia de Timor Este es la de un pueblo convertido en colonia portuguesa durante 450 años, un tiempo paradójicamente añorado por los timorenses por todo lo que les ocurriría después. Durante la II Guerra Mundial, a pesar de ser una colonia de un país neutral como Portugal, en los días siguientes al ataque japonés de Pearl Harbour el 7 de diciembre de 1941, fuerzas armadas australianas invadieron Timor. Era supuestamente un ataque preventivo dirigido a atajar una invasión japonesa que, estuviera o no prevista, efectivamente, se produjo días más tarde. Unos 20.000 soldados japoneses lucharon en las escarpadas montañas timorenses contra poco más de 400 soldados australianos apoyados por una población civil en la que se contabilizarían unos 50.000 muertos. Su propia familia, Monseñor, padeció, como tantos otros timorenses, los desastres de la guerra. El grupo étnico de los makassae al que pertenecía su familia paterna, participó activamente en la resistencia, evitando hasta donde les fue posible la violación de mujeres por parte de las tropas japonesas y protegiendo tanto a portugueses como a australianos. Sus dos abuelos, Félix da Costa Ximenes y António Filipe, el primero militar y el segundo administrador colonial y su padre, Domingos Vaz Filipe conocieron la persecución y la tortura. Su padre moriría en 1951 sin cumplir los 40 años muy probablemente como resultado de aquellos años terribles. Por cierto, los australianos acabarían por abandonar Timor y a partir de entonces se dedicaron a bombardear la región, sin importarles demasiado eso que hoy llamamos con excesiva tranquilidad efectos colaterales. La Segunda Guerra Mundial dejó a Timor Oriental completamente destruido y a su población en un estado de inanición, incluida su propia familia.
En 1945 Portugal recuperó el dominio de su colonia y comenzó la reconstrucción con el recurso del trabajo forzado, el látigo conocido como chicote y la temida palmatoria que se empleaba para golpear las palmas de las manos. El periodista norteamericano Arnold S. Cohen, uno de sus mejores biógrafos, escribió que el pueblo timorense fue siempre difícil de gobernar para los portugueses. Era la única de sus colonias en la que un dialecto nativo (el tetum) y no el portugués se convirtió en la lingua franca de todo el territorio. Muchos años más tarde, en una entrevista Vd. mismo recordaría aquellos años con estas palabras: “durante la segunda guerra mundial, cuando los obispos, sacerdotes y monjas se marcharon para buscar refugio en Australia durante dos años, aquí la gente organizó clases de catecismo por su cuenta y custodió los objetos de la iglesia... Esto demuestra la fuerza de la fe de un pueblo”.
Nació el 3 de febrero de 1948 en Waikalam, una pequeña aldea próxima a Baucau, la segunda ciudad más importante de Timor. Era el quinto hijo de una familia de seis hermanos, cuatro chicos y dos chicas (dos de sus hermanos, Fernando y Antonio, éste también sacerdorte, morirían con tan sólo 22 años). Su madre, Doña Ermelinda, fue probablemente la persona más influyente en su formación y en su vida. Una muestra del coraje y de la obstinación de esta mujer fue la forma en que aprendió a leer y a escribir, incluso contra la voluntad de su padre, que, como en tantas otras partes del mundo, no llegó nunca a entender la necesidad de que una niña estudiara: se plantó delante de una escuela hasta que un maestro la hizo entrar en el aula. Su seriedad y su piedad le permitieron convertirse en catequista y acabó casándose con un compañero de escuela y de catequesis, Domingos Vaz Filipe. El matrimonio duró diez años y cuando Vd. tenía dos años, murió su padre, profesor también de enseñanza primaria, quedando su familia en una posición económicamente muy precaria. Doña Ermelinda tuvo que sacar adelante a sus seis hijos y en una de las regiones más pobres de la tierra. Su infancia fue por ello la de un niño obligado a contribuir al esfuerzo familiar, en su caso compaginar la escuela con el pastoreo de búfalos. Por contarlo con sus propias palabras, “A veces no teníamos comida en casa y teníamos que pedir ayuda a los demás... Recuerdo una vez que tuve que caminar tres horas para visitar a unas familias y pedirles un paquete de arroz para que tuviéramos algo de comer... Puedo decir que éramos pobres, pero... había otras familias timorenses que eran más pobres que nosotros”. Al igual que lo entendió para sí misma, Doña Ermelinda se las arregló para que sus hijos no fueran analfabetos.
Creo, Monseñor, que sus años de infancia permiten entender la que ha sido siempre su vida cotidiana (y lo cuento por si alguien se atreve a imitarle): se suele levantar a las cuatro y media de la mañana, reza, hace deporte (el fútbol es su preferido pero supongo que por la dificultad de encontrar voluntarios a tales horas, corre en solitario), escucha música (música clásica, especialmente Mozart, jazz, pero también los Beatles e incluso Julio Iglesias, que un fallo lo tiene cualquiera) y a las seis de la mañana oficia su primera misa. Y su trabajo pastoral continúa hasta las nueve de la noche. No es extraño, pues, que todos los que han hablado de su vida, Monseñor, destaquen su fe profunda, su enorme capacidad de trabajo, su prudencia y un sentido del humor que ha sorprendido siempre a quienes le han tratado.
Los primeros estudios en Timor los realizó en las escuelas católicas de Baucau y Ossu. Despertada su vocación sacerdotal, pasó al seminario de Dare donde contó con profesores jesuitas españoles en la capital de la colonia. A los 20 años, en 1968, ingresó en el seminario salesiano de Mogofores, en Portugal. Era el inicio de un largo período de estudios en Europa que lo llevaría a diversas poblaciones portuguesas, incluida Lisboa, donde fue alumno del Instituto Superior de Estudios Teológicos. Dicho sea de paso, con 20 años fue capaz de defender sus convicciones con una contundencia que mantendría siempre: le dijo entonces que no al obispo de Timor Don José Joaquín Ribeiro cuando éste le pidió que se hiciera sacerdote pero diocesano. Les dijo también que no a sus profesores jesuitas que no querían perderlo y, desde luego, se opuso tajantemente a la petición de algunos de sus familiares para convertirse en un liurai o jefe tribal. Hizo, pues, su santa voluntad y se convirtió en salesiano, con la idea de estar siempre cerca de los jóvenes y, sobre todo, de jóvenes necesitados de un apoyo especial.
La Revolución de los Claveles (que derribó en abril de 1974 a la dictadura) le sorprendió en Portugal. Regresó entonces a Timor, convirtiéndose en profesor en el centro que los salesianos tenían en Fatumaca, cerca de Baucau. Pero en agosto de 1975 comenzó una guerra civil en el Timor Portugués y debió huir a la también colonia portuguesa de Macao. Poco después, la invasión indonesia de Timor en diciembre de 1975, le impidió regresar.
Volvió a Europa, donde continuó sus estudios, estando dos años en Roma para licenciarse en Espiritualidad en la Universidad Pontificia. Fue ordenado sacerdote el 26 de julio de 1980. Entre tanto, su país había padecido un brutal genocidio a manos de las tropas del dictador indonesio Suharto, sin que apenas llegaran noticias al exterior y sin que la comunidad internacional reaccionase de modo efectivo para poner coto a las vulneración del derecho a la autodeterminación del pueblo timorense ni a las violaciones masivas de los derechos humanos.
En 1981 regresó a Timor, dirigiendo el centro salesiano en Fatumaca y en 1983 la Santa Sede le designó administrador apostólico de Díli. Por parte de la Santa Sede, la designación como administrador apostólico de Díli y no como obispo hacía que tuviese que responder directamente ante el Papa, sin tener vínculos con la Iglesia Católica en Indonesia. Era un modo de demostrar el no reconocimiento de la anexión indonesia. A los 40 años, en 1988, fue nombrado obispo de Lorium, una ciudad desaparecida de Italia, por lo que no implicó cambio de residencia.
Sus momentos iniciales al frente de la diócesis de Díli fueron difíciles. Muchos desconfiaban de alguien tan joven, con sólo tres años de sacerdocio y que había pasado los años más terribles de la ocupación en el exterior. Nadie contaba entonces, Monseñor, con su tremenda capacidad. Desde 1975 –cuando la población católica era el 30% del total- la labor de la Iglesia en Timor favoreció el que a mediados de los 80 la práctica totalidad de la población timorense fuera católica. Era un catolicismo además curtido en la persecución (téngase en cuenta que Indonesia, con más de 200 millones de habitantes, era y es el país con más musulmanes del mundo).
Adoptó, entonces, Monseñor, una posición crítica frente a los excesos de las tropas ocupantes. Su defensa de los derechos humanos y del derecho a la autodeterminación que el Derecho Internacional reconocía a su pueblo le llevaron a enviar cartas a personajes relevantes del exterior en un momento en que el conflicto timorense era desconocido, como las enviadas en 1989 al Papa y al Secretario General de la ONU, explicando que los timorenses estaban muriendo “como pueblo y como nación” y reclamando la celebración de un referéndum. Ello le convirtió en un objetivo para los ocupantes indonesios, que intentaron matarlo al menos en tres ocasiones. Le pusieron una escolta no tanto para protegerle sino para controlar su palabra y su vida. Le intervinieron el teléfono y la correspondencia y lanzaron contra Vd. todas las calumnias habidas y por haber. Sin embargo, lo único que consiguieron fue que se convirtiera en la persona más querida por los timorenses.
En 1996 se le concedió el Premio Nobel de la Paz junto a José Ramos-Horta, diplomático timorense exiliado. La concesión del premio fue un duro golpe para la ocupación indonesia, ya que condujo a la divulgación internacional del conflicto timorense, permitiendo que en 1999 se realizase un referéndum de autodeterminación que arrojó un resultado ampliamente favorable a la independencia. Indonesia desencadenó entonces una oleada de violencia que horrorizó a la comunidad internacional y provocó la intervención de la ONU, que administró el territorio hasta que en 2002 se convirtió en el más joven Estado del mundo, pero también el más pobre Estado de Asia, con más de 800.000 habitantes, una renta per cápita inferior a los 300 euros, una edad media de 20 años, una esperanza de vida de 57 años y más del 50% de la población analfabeta. Queda pues, mucho por hacer y por ayudar y las noticias de los últimos días son muy preocupantes por los brotes de violencia, la inestabilidad política y el riesgo de golpe de estado.
Tras la retirada indonesia, no cejó en su empeño de defender a los más humildes, lo que le ocasionó algunas fricciones con los nuevos dirigentes políticos. Aquejado por problemas de salud, presentó su renuncia a la Administración Apostólica de Díli, que fue aceptada por el papa Juan Pablo II en noviembre de 2002, desplazándose a Portugal para recibir tratamiento médico. Su popularidad en el país hizo que algunos lanzasen en 2004 su nombre para una candidatura a la Presidencia de la República, posibilidad que fue inmediatamente rechazada. Ese año partió a Mozambique para trabajar como misionero dentro de su congregación salesiana y allí volverá dentro de unos días.
Termino, Monseñor, pero estoy seguro que de ahora en adelante esta Universidad está a su entera disposición. Cuente con todos nosotros. Muchas gracias.
Así pues, considerados y expuestos todos estos méritos, solicito con toda consideración y encarecidamente ruego que se otorgue y confiera al Excmo. y Reverendísimo Sr. D. Carlos Felipe Ximenes Belo el supremo grado de Doctor Honoris Causa por la Universidad Ceu Cardenal Herrera.
Las imágenes exhibidas en esta página son propiedad de sus autores. Aquí se muestran exclusivamente con fines científicos, divulgativos y documentales. Cualquier otro uso fuera de esta página está sujeto a las leyes vigentes.
Añadir nuevo comentario