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El cabo de ametralladoras Miguel Ors Montenegro (1980)

Enviado por Miguel Ors Mon… el
Datos de la imagen
Fecha
1980
Colección/Fuente
Familia Ors Montenegro

Hice la mili en Viator (Almería) entre el 12 de octubre de 1979 y el 20 de noviembre de 1980. No recuerdo, sin embargo, las fechas de la lectura de la tesis doctoral o de otras citas académicas importantes para mí. Supongo que cuando entras en Fontcalent, no se te olvida y con la mili me pasó algo parecido. Un año tirado a la basura por completo, salvo los libros que pude leer (recuerdo las memorias completas de Manuel Azaña o un libro que me cambió la vida y la forma de entender mi oficio que fue el de Ronald Fraser, Recuérdalo tú y recuérdalo a otros. Historia oral de la guerra civil española). Durante mucho tiempo, pensé que era absurdo que tu país te enviara a perder miserablemente el tiempo durante un aburridísimo año, cuando se podía emplear en un trabajo social o educativo al que hubiera ido encantado. De la mili, resaltaría algunos aspectos:

1. Por primera vez conocí la corrupción en estado puro. Circulaban leyendas permanentes acerca de los capitanes de cocina que cambiaban de coche a costa de reducir el condumio de la tropa. Pero había otra corrupción que veías todos los días: los coches de particulares que se arreglaban en los talleres militares y, sobre todo, el uso indigno de la tropa como mano de obra gratuita. Recuerdo, por ejemplo, haber visto cómo un sargento se llevaba un camión militar cargado de fontaneros, carpinteros y albañiles para arreglarle a la suegra algún desperfecto doméstico. Sin problema ninguno. Toda la tropa en su conjunto era efizcamente utilizada en lo que cada uno supiera hacer. Desde un amigo inspector de Hacienda que hacía por la cara docenas de declaraciones de renta de sus mandos, hasta un servidor que le hacía los deberes a un brigada para ver si se sacaba, antes de caer en la depresión, su Graduado Escolar. Corrupción brutal a la vista de cualquiera.

2. Recuerdo especialmente a unos de los personajes más siniestros que he visto en mi vida: el pater. Teniente y cura a la vez. Peor mezcla imposible: sotana y un par de estrellas de teniente. El capullo que nos tocó a nosotros nos hablaba de que no había que abortar -a unos 100 tipos sentados en el suelo- y le mirábamos con tal cara de desprecio que nos lo reprochaba: "Pero, ¿por qué me miráis así? ". Supongo que era consciente de que le estábamos insultando con los ojos.

3. La compañía en la que estuve, con un centenar largo de jovenzuelos, creo que representaba muy bien el mapa de España, el retraso inmenso desde el punto de vista educativo y también sus incipientes autonomías en 1980: los andaluces que cantaban por soleares, los vascos que quedaban para comer todos juntos, los catalanes que controlaban los pequeños centros de poder y los valencianos que no funcionábamos como pueblo, tal y como sabíamos por Joan Fuster.

4. Mi madre me compraba entonces lo que se llamaba esquijamas o algo así. Le tuve que sugerir que me comprara uno que no llamara la atención al darse la circunstancia de tener que dormir con un centenar largo de colegas y que no se pareciera a aquellas cortinas estampadas de los salones de la época. También recuerdo que sus ahorros los guardaba en mis libros sin que yo lo supiera. En un permiso le dejé a la pobre en blanco, pero me avisó lo antes que pudo. Me pasé un año buscándome la vida para conseguir un pase pernocta que me permitiera no dormir en el cuartel y un pase trabajo para estar solo por las mañanas. Me apunté al equipo de atletismo y corrí varias veces 400 metros lisos -de lo más pesado que he hecho en mi vida-, al coro al que me borré al enterarme que cantaba casi todos los fines de semana y a cuanto pude por escaquearme, que era el verbo más importante de la mili. En una ocasión estuve en una obra en la que había que mover unas piedras de un lugar a otro. Después de una semana de lectura febril, doy fe de que no moví ni el más pequeño canto rodado. Pero, eso sí, cuando pasaba cerca un mando, hacíamos como una fotografía en grupo demostrando el mayor interés por la faena encomendada. En definitiva, una broma pesada de 13 meses.

Por cierto, la fotografía se la regalé a mis tías, Amparo y Emilia Ors Lloret, con la siguiente dedicatoria: "Con un ejército como éste, lejos de estar protegidos, lo que estamos es vendidos". Como mís tías lo pasaron muy mal durante la Guerra Civil, lo que hicieron fue poner en el álbum la foto tapando la dedicatoria con otra. A fin de cuentas, la cita tenía algo de premonitoria: unos meses después, con el 23 F, tendría lugar el último golpe militar de nuestra historia contemporánea y, de paso, la última vez que España hizo el ridículo urbi et orbi.

30 de julio de 2018

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