Datos de la imagen

Mi padre
Adolfo Ors Lloret (Alicante, 16-II-1916 - Elche, 3-VII-1973)
No tengo ninguna duda que mi padre fue la persona a la que más quise en mi juventud. Al ser el cuarto y último hijo, quizá contribuyó a tener con él una relación especialmente cariñosa. Temí siempre por su muerte prematura y no es que fuera uno Nostradamus, pero era normal que sufriera por lo que al final ocurrió: un infarto mortal a los 57 años como resultado del tabaco -chesterfield sin filtro-, del exceso de trabajo y de vivir en un país en vías de desarrollo. En aquella mañana de julio, vino a trabajar desde Santa Pola, fue a la notaría de Ramón Barberá en la calle Ancha, allí le dio un infarto y sus compañeros de trabajo le llevaron en taxi a la entonces llamada clínica de Morenilla. Subió las escaleras por su propio pie y allí murió unos minutos después. Lo que le hicieron y nada supongo que sería lo mismo. Con un hospital público en condiciones, la esperanza de sobrevivir es bastante mayor.
Mi padre fue director de la oficina en Elche de la Caja de Ahorros de Novelda por las mañanas, por las tardes llevaba la contabilidad de una empresa, su mes de vacaciones lo empleaba en dos viajes anuales a León, Ponferrada y La Coruña como representante de calzado y los domingos, cuando iba al campo de Altabix, cubría los partidos del Elche para la agencia Pyresa. De esa manera, sus cuatro hijos pudimos acceder a la Universidad. Mi madre, Asunción Montenegro Castro, tenía el título de maestra que, salvo en el tiempo de guerra, nunca utilizó porque en aquel país estúpido no estaba bien visto que la esposa contribuyera al mantenimiento económico de la familia. Cuando murió mi padre yo tenía 16 años y, como es fácil de suponer, me quedé hecho polvo y superé el duelo por mi cuenta y riesgo, porque lo de los psicólogos estaba aún por inventar. Creo que me hizo fuerte para el resto de mi vida porque aprendes a distinguir lo importante de lo accesorio y, paradójicamente, aquel trauma juvenil me llevó a convertirme, creo, en una persona razonablemente optimista. Su muerte también me alejó definitivamente de cualquier creencia religiosa. Desde entonces vivo sin Dios y dispongo por ello de más tiempo libre. Voy a misa, como escribió Antonio Muñoz Molina, por imponderables: bodas, bautizos y comuniones y, sobre todo y por razones de edad, entierros. Precisamente porque voy poco a misa, suelo atender y a veces me llama la atención cómo ha caído en picado la oratoria sagrada. En los tanatorios, hay curas que más que consolar, desconsuelan a todos los presentes, por pura zafiedad.
Nació en Alicante -un fallo lo tiene cualquiera- y, al vivir en el seno de una familia acomodada, estudió en el colegio de los Maristas, al igual que su hermano mayor Miguel. Por la cesantía del padre, desde 1931 vivió en Elche con su familia -los padres, cinco hijos y un perro llamado Tinsín- Fue estudiante de bachillerato en el Instituto de Segunda Enseñanza inaugurado en Elche en 1932 -me lo encontré por sorpresa en una foto de un acto del Instituto con el alcalde Manuel Rodríguez Martínez-. Su hermano Miguel se hizo empleado de banca y también militante de la JAP, las Juventudes de Acción Popular dentro de la Derecha Ilicitana. Antes de la guerra tuvo un trabajo como oficinista en la fábrica de Sansano. Cuando llegó la guerra civil, tanto su padre como su hermano fueron encarcelados en el palacio de Altamira. Al abuelo, ya mayor, lo dejaron en prisión atenuada en su casa y Miguel acabó yendo al Batallón Elche con el grupo de derechistas a los que se les ofreció el frente a cambio de no continuar en la cárcel. Mi padre se pasó escondido en su casa los tres años de contienda, amenazado de muerte, por el simple hecho de que su hermano mayor era un militante de derechas. Más de una vez fue a buscarlo el mismo individuo, al parecer, un militante del PCE conocido como "Peluca" y fusilado en la posguerra. Un vecino, Pepito El Peix, que tenía una tienda de comestibles en la calle llamada entonces Vicente Blasco Ibáñez (en la posguerra general Primo de Rivera y hoy Joan Carles I: tal como va el rey emérito es posible que la calle vuelva a cambiar de nombre), le protegió y le buscó un escondite durante toda la guerra. La tienda estaba en la esquina frente a lo que hoy es el colegio de las Jesuitinas. Por lo oído, incluso llegó a tener preparado un enorme barreño de aceite vaciado para que pudiera permanecer escondido en caso de urgencia. Mi padre siempre guardó veneración por aquel hombre y por toda su familia. Su madre murió en enero de 1939 y no pudo acompañarla a su entierro. Se despidió de ella desde la ventana de su casa. Creo que se pasó aquel tiempo leyendo todo lo que pudo. Si no recuerdo mal, me encontré una carta en la que Adolfo saludaba a sus padres desde Madrid, como una manera de despistar por si se producía algún registro domiciliario.
Cuando terminó la guerra, tanto Miguel como Adolfo se afiliaron a FETJONS y los dos fueron concejales en la inmediata posguerra. Mi padre se fue a hacer la mili a Barcelona, le dio clases al hijo de un mando y cuando se presentó en 1941 la oportunidad de enrolarse en la División Azul, se apuntó, según su testimonio, porque prefería el frente ruso al aburrimiento del cuartel. En Rusia se encontró con su hermano Miguel y se enfadó cuando lo vio: "Con uno de la familia que estemos aquí es suficiente", parece que le espetó a su hermano mayor. Si mi tío Miguel escribió docenas y docenas de cartas, mi padre escribió una al llegar y otra al volver -mis tías Amparo y Emilia lo guardaban todo-. Solo recuerdo dos anécdotas que contaba mi padre como soldado artillero en el frente ruso. Que los divisionarios iban siempre con la bragueta abierta porque con el frío era imposible otra cosa y que los rusos les ponían con grandes altavoces Suspiros de España para levantarles la moral. Siempre que oigo ese tema recuerdo a mi padre. Los dos hermanos volvieron sanos y salvos aunque Miguel murió en 1950 después de tres años de tuberculosis. No sé si le mató Rusia, pero bien, seguro que no le vino. Mi padre fue concejal en 1942 y entre 1955 y 1961 por el tercio familiar, con Porfirio Pascual y Pepe Ferrández como alcaldes. Con éste último tuvo una especial relación de amistad.
Lo recuerdo como un hombre muy trabajador y muy bien formado para las pocas posibilidades que la vida le ofreció. Su cultura, como la de sus buenos amigos, era enciclopedista y no se me ha olvidado el esfuerzo que hacía por resolver, incluso durante varios días, manejando el diccionario, el Damero Maldito de Conchita Montes. Lector habitual de Información y Pueblo -el diario dirigido por Emilio Romero-, de La Codorniz y de una revista teórica para falangistas SP. Fue tan falangista como franquista y murió tan pronto que no vivió la desaparición del régimen al que él defendió sincera y honestamente. Como falangista, era católico en la menor medida que las normas establecían. Comulgaba una vez al año y le molestaba que el cura en misa no pidiera además de por el Papa y el obispo Pablo, por el jefe del Estado, Francisco. Como padre poseía la autoritas suficiente para convencerte. Estoy seguro que si hubiera vivido, en vez de estudiar Historia, me hubiera recomendado y convencido para que hubiera estudiado algo más serio y con más porvenir: Derecho, seguramente. Lo de la autoritas, me viene a la cabeza que un día le dije que quería ir a un cine de Alicante porque quería ver el concierto de Bangla Desh con George Harrison, Bob Dylan y compañía. Me contestó que en Elche había un montón de cines y que eligiera otra película. Pero la verdad es que conviví con él lo suficientemente poco como para escucharle sin hacer casi ninguna pregunta.
Por razones de mi oficio, he entrevistado y grabado a varios cientos de personas en Elche y he tenido reiteradamente la satisfacción de que -derechas aparte, que también-, comunistas, socialistas, republicanos y masones me hablaran muy bien de mi padre, porque, efectivamente, fue un buen hombre que hizo el bien que pudo. Un militante comunista como Joaquín Grau con 15 años de cárceles franquistas me contó que se hizo una libreta de ahorro en la Caja de Ahorros de Novelda porque estaba allí mi padre y cuando se murió la anuló. Porque la Historia, a pesar de lo que puede uno leer en las redes sociales, no suele ser habitualmente una película de indios malos y americanos buenos. El esfuerzo que hizo con su trabajo, permitió que sus hijos fuéramos a la Universidad y, al menos en mi caso, acabáramos leyendo lo suficiente para contemplar que lo que él defendió como soldado raso de la derecha -la expresión es de Hugh Thomas-, es decir, el golpe de estado del 18 de julio y la dictadura de Franco, constituyen el mayor de los desastres de nuestra historia contemporánea. Quiero recordar también a un falangista profundamente decente, al que sí tuve ocasión de entrevistar: Patricio Ruiz Martínez, también voluntario de la División Azul. Tuve la impresión de que entrevistaba a mi padre y fue por ello un enorme placer escucharle. De estas historias de vida aprendí por mi cuenta que los propios biografiados participan en sus vidas relativamente poco, al menos en los tiempos tan convulsos como los que les tocó vivir. Me lo explicó muy bien un falangista con el que pude hablar en Xixona: ir al Instituto en los años de la II República te convertía en un privilegiado y acababas formando parte de ese club, cualquiera que fuera tu punto de vista. En el caso de mi padre, no tuvo demasiadas opciones para poder elegir. Al menos en su casa le habían enseñado a comportarse decentemente y eso es lo que hizo durante toda su corta vida. Lo digo con el orgullo de ser su hijo, al margen de que las derechas de este desdichado país me pongan de los nervios.
Las imágenes exhibidas en esta página son propiedad de sus autores. Aquí se muestran exclusivamente con fines científicos, divulgativos y documentales. Cualquier otro uso fuera de esta página está sujeto a las leyes vigentes.
Añadir nuevo comentario