Datos biográficos
POMARES BOIX, José (Elche, 13-III-1921 - 8-VII-2018)
Entrevista grabada el 12 de mayo de 1988 por Miguel Ors Montenegro y transcrita por Asunción Ors Montenegro.
Nací el 13 de marzo de 1921 y me casé en el año 1950. La casa familiar estaba en la calle Canovas del Castillo nº 7, ahora carrer Ample. Viví allí hasta la guerra, nos cambiamos enfrente porque esa casa se derribó y casi al empezar la guerra ya volvimos a vivir allí. Fuimos seis hermanos y la pequeña murió con tres añitos.
De mis abuelos recuerdo a mi bisabuela, la abuela de mi madre. Se llamaba Esperanza y llevaba un corpiño y unas faldas largas. Una mujerona, yo tenía unos cuatro años. Mi abuela Asunción fue una segunda madre para mí, con un corazón abierto y estaba económicamente muy bien.
La otra abuela era de Villena, muy delicada para el trato. Mi padre nació en Villena porque había en Elche fiebres puerperales. El origen de la fiebre era la trasmisión y la transmitían las matronas de una a otra, cosa que mi padre descubrió. Mi abuela era Perlasia Zúñiga y el padre de mi abuela Perlasia Galbis. Vino a Elche por oposición a cubrir la plaza de Secretario del Ayuntamiento y fue muy amigo del alcalde de entonces Andrés Tarí.
Mis padres
Mi padre, José Pomares Perlasia, murió con 82 años. Fue médico y la cuarta generación familiar de médicos. Fue médico titular de pobres, atendía partos, hacía cirugía y, como todos los médicos de su tiempo, dedicaba un día gratis a los enfermos pobres. Fue muy polifacético, muy trabajador, con una capacidad de trabajo envidiable, muy inteligente, el más inteligente de mi familia, de tres generaciones. Fue profesor de Matemáticas, Física y Química en el colegio de La Asunción. Puso una consulta para poder terminar sus estudios de Medicina. Escribió también una obra capital sobre La Festa. Mi padre –al igual que yo- nunca perteneció a ningún partido político. Sí formó parte de varias sociedades: fue socio del Casino y después de comer hacia tertulias con sus compañeros Julio María López, Carmelo Serrano, Manuel Pascual Urbán… Por compromiso fue tambiéna socio del Tiro de Pichón y de Blanco y Negro, otra sociedad cultural que había antes de la guerra.
Mi madre no iba a esas sociedades, tenía sus amistades y los jueves hacían un “te asalto” y daban vales a los necesitados. Se casó con 18 años y al año siguiente nací yo. Murió a los 84 años. Sus estudios fueron primarios y cuando los acabó estuvo aprendiendo con Les Francesetes que eran dos o tres hermanas, parientes de los Brotons de Moreta. Habían estado en Argelia y tenían cierta preparación y mundología y enseñaban algo de francés y de esa experiencia vivida. Las hermanas de mi madre también acudieron a esa escuela. Mi madre con una formación primaría llevaba la contabilidad y la administración de su casa y la de los negocios no solo de su casa sino también la de sus hijos cuando se establecieron y montaron sus negocios.
Mi padre cuando acabó la carrera, su familia lo pasó muy mal económicamente, hasta el punto que tuvo que llevar ropa prestada o heredada de sus tíos carnales. Hubo que pagar las deudas contraídas por el coste de la carrera. Cuando mi padre se quiso casar con mi madre tuvo problemas porque no estaba económicamente bien. La familia de mi madre sí tenía solvencia económica porque sus padres fueron comerciantes con tiendas, fincas y dejaron en herencia muchas propiedades. Los hermanos de mi padre ya no pudieron estudiar y uno de ellos se costeó la carrera de abogado trabajando con el notario Ferrer, el de la calle Ancha. Los otros dos hermanos no tuvieron carrera: Emilio se metió en la Banca Peral y Miguel se hizo viajante y ganó muchas perras viajando por muchos países.
Fue médico de una compañía de seguros privados que tenían los obreros que se llamaba La Unión y de la empresa La Electromotra –en este caso, antes y después de la guerra-. En guerra lo destituyeron como médico titular y después de la guerra de nuevo por desafecto también al Régimen. Cuando no trabajaba se dedicaba a la música. Era muy romántico, tocaba al piano los clásicos y sobre todo los compositores románticos. Mientras se preparaba la comida, tocaba el piano. Mi hermana pequeña además de maestra hizo la carrera de piano. Mi madre en cambio tiraba cohetes con todos nosotros. En casa la lectura estaba incentivada: primero con los cuentos y luego con una buena biblioteca familiar.
En guerra hicimos cosas que estaban prohibidas: Emilio, el hermano de mi padre que se fue a vivir a Canarias se dejó todos sus muebles y nosotros los recogimos en un piso y utilizamos su aparato de radio.
Mi padre hacía las consultas del campo en tartana. Tenía un caballo suyo y un tartanero que lo llevaba a realizar las visitas por los años treinta, después ya las hacía en coche, en un Citroën.
La vida en familia
Recuerdo mi casa unifamiliar. Tenía una planta baja donde vivía mi abuela, la viuda del médico Santiago Pomares Ibarra y también tenía mi padre la clínica y una escalera central muy amplia que daba acceso al primer piso donde vivíamos nosotros. Era una vivienda circular y compartíamos las habitaciones los cinco hermanos. Tenía una cocina donde comía la chica, un comedor donde comíamos la familia y otro comedor cerrado para las reuniones. No había agua corriente en al segundo piso donde vivian las tías de mi padre (Pepita, Asunción y Dolores), tías solteras que trabajaban para ganarse la vida con la máquina, bordando zapatillas y así le dieron carrera a mi padre y a un hermano de mi padre, a Manuel Pomares. El padre de ellas murió y no pudieron estudiar. A mi padre le sirvió ver el estado económico de mis tías para que ninguno de sus hijos se quedara sin carrera universitaria y así ocurrió: todos tenemos carrera.
Recuerdo también a la chica de mi casa, el mismo servicio de mi abuela materna. Eran cinco hermanas y todas crecieron en mi casa. Una se murió de un tumor cerebral en casa de mi abuela, otra se casó con un árbitro de fútbol y dos de ellas envejecieron con mi familia y forman parte de mi familia. Mariana era la chica que cocinaba, guisaba con carbón y leña y luego con hornillo de gasolina. Comíamos cocido a veces con teronlletes y la costra era una comida de lujo. Los días lluviosos hacían una especie de bollitori, patatas con bacalao y luego rape con mayonesa. También patatas con legumbres y bacalao. Otra comida era trigo germinado, arroz y lentejas y muchos tipos de arroces con garbanzos, pollo, bacalao. Coliflor también. Los domingos se mejoraba la comida con algún pastel. Dulce de tomate se hacía alguna vez. Mientras comíamos podíamos hablar pero te obligaban a beber agua y a comer pan. Un día me obligó mi padre a beber –yo no bebía más que en verano- y vomité todo lo que había comido. . No se hacía ningún brebaje porque mi padre era médico y solicitaba a la farmacia lo que necesitáramos, pero cuando nos constipábamos nos ponían cataplasmas de linaza y mostaza con las que se hacía un pegote con la harina.
La colada era muy peculiar. Mi abuela Asunción -la madre de mi madre- tenía un jardín grande y la ropa se metía en un barreño con agua hirviendo al fuego que se cambiaba varias veces. Luego se colaba y se enjuagaba. Los detritus y grasas que constituyen la suciedad humana se mezclaba con sodio y potasio que llevaba el barreño y con el calor se producía un jabón natural que era lo que limpiaba.
Las relaciones con mis padres eran muy buenas. Yo a mi padre lo quería mucho pero estaba siempre muy ocupado con una profesión como el sacerdocio, sin día y sin noche. Cuando veo las fotos de mi padre las veo con pena por lo poco que me comuniqué con él, con lo que me hubiera aportado, porque era una persona muy culta. Co mi madre la comunicación era más doméstica: “haz esto, ponte esto”. La relación más intensa fue con mi abuela materna. Con mi abuela generalmente me iba a dormir y tenía más comunicación. Mi padre dinero en metálico no nos daba ni siquiera cuando estábamos estudiando la carrera. Era mi abuela la que nos lo daba.
Infancia, juventud y estudios
Mi primera escuela fue una privada, de monjas Carmelitas. Era una escuela mixta, un lugar de convivencia y allí aprendí las primeras letras. De ahí fui al colegio de don Abelardo –más un supervisor que un profesor-. Era el Colegio de la Asunción que estaba en la calle del Conde, donde mi padre fue profesor y de allí salí al Instituto para hacer el bachiller. Los demás niños más o menos salían de la misma clase social. Los horarios eran de 9 a 12 y de 3 a 5.
El Colegio Ave María tuvo una gran repercusión en los estudiantes de aquella época por su alto nivel. Tuvo un profesor de gran nivel matemático que fue José Picó. Mi padre dio Física y Química y algunos alumnos escogieron la carrera de Farmacia gracias a mi padre. De allí ya pasaban al instituto y tenían que ir a Alicante. El Instituto de Elche lo inauguré yo con el ingreso y primero de bachiller. Se interrumpió en guerra y me examiné en Alicante el 6º curso.
En el Instituto de Elche tuvimos unos profesores excelentes que influyeron en lo que luego hicimos. A mí me influyó un profesor, don Benedicto Cea que debió haber sido catedrático de universidad. Era el hombre más didáctico que yo he conocido. Me aficionó a la biología y por ello soy médico. Era un instituto no masificado con mucha relación alumno-profesor. Gerardo Rodríguez Salcedo fue profesor de Ética, Filosofía Lógica y de rudimentos de Derecho. También como profesor de Historia estaba Diego José Cordero que era primo del Ministro de Educación. El profesor de latín fue Manuel Marín. El Instituto fue una maravilla. El profesor Benedicto Cea organizó unas prácticas que no se olvidan. Por ejemplo la germinación de las semillas. Escribíamos y dibujábamos cada día lo que veíamos y a la semana comentábamos. A partir de entonces decidí estudiar algo de biología, médico o ingeniero agrónomo. Me acuerdo también de otros profesores con Vicente Genovés de Historia o don Justo Gil de Matemáticas. Este un día le tiró un trozo de tiza a un tal Maciá al que luego mataron en la guerra. El profesor Puig Espert fue director-comisario en guerra.
Mis padres no me influyeron para escoger mi carrera, pero mi padre sí me llevó en guerra a una clínica y le ayudé a curar y a realizar hasta amputaciones. Por eso llegué a aborrecer la cirugía y escogí ser médico pero nunca cirujano. En aquella clínica estaba también Quitet y Arráez, que venía de Alcoy y una enfermera viuda que era un ángel para mí, porque cuando terminaba de hacer las curas me preparaba un desayuno que en guerra me quitó mucha hambre.
Los juegos de niños los hacíamos en la calle, porque no había circulación rodada apenas. Hacíamos pasos de Semana Santa con cartón, jugábamos a las canicas yal fútbol. Esos juegos en la calle se han perdido. También jugábamos a la trompa, con chapas y un juego de lotería, entre amigos, sobre todo familiares que nos reuníamos los domingos en las casas. Una lotería que se llamaba El Auca, que era una tabla con 48 números y en una bolsa había unas fichas con los números que correspondía a la numeración de los ciegos. En casa teníamos un canario y un gato y unos gusanos de seda para los que teníamos que buscar morera saltando vallas y entrando en campos para conseguirla.
Respecto al deporte tenía una bicicleta que utilizaba solo en verano en el campo. Salía al monte con el ganado y jugaba al fútbol con loa amigos en el Instituto. No llegué a pertenecer a ninguna organización juvenil porque en Elche no existían. Muy aisladamente hacíamos algo de teatro. Hicimos una representación histórica en la que aprendíamos un personaje. Yo tuve que hacer de don Pelayo, otro de don Rodrigo y otro más de Felipe II. En cuanto a la música empezó gustándome Carlos Gardel y la música argentina. Me gustaba mucho el cine, cuando era pequeño nos llevaba la niñera de casa una vez a la semana. Valía 10 céntimos y la niñera se llevaba una cantimplora para el agua y la merienda. En el cine merendábamos y pasábamos la tarde. Antes de empezar la película tocaba el piano Pascual Tormo, El Caragolet. Esto sería en los años 1925 ó 1926. Las películas eran de Tomy, la Pandilla y más tarde de Chaplin. Los castigos eran o no salir los domingos o un batecul, pero no más. En casa celebrábamos los santos pero los cumpleaños apenas.
En mi época había unas grandes diferencias sociales: había una gran masa obrera, una escasa clase media y una pequeña clase alta. La gran masa trabajadora partía por las mañanas en tropel a sus puestos en las fábricas de alpargatas, con blusas largas y un almuerzo muy elemental, una barra de pan y bacalao o alguna otra cosa. Yo pertenecía a la clase media baja. Recuerdo a ese grupo pequeño de clase alta, grandes fabricantes y profesionales como el notario o el registrador que estaban en una esfera muy superior a la de los médicos. Mi padre compaginaba el trabajo de profesor porque lo necesitaba, porque los médicos cobraban poco y no cobraban a mucha gente que no podía pagar.
Mi padre me introdujo en el coleccionismo: tenía sellos de todos los países, recogidos desde los ocho o nueve años, algunos muy caros, pero no sé qué pasó pero me desaparecieron en guerra. También recogí toda la colección de tebeos de Mike Maus de aquella época, que la tenía guardada como algo muy valioso en una arqueta de madera.
La primera biblioteca que conocí fue en el quiosquillo de la Glorieta. En guerra también hubo una biblioteca en el Instituto. Allí íbamos a leer, la mayoría de los libros eran rusos, eran comunistas. Quienes leyeron mucho de esos libros fueron los hermanos Martínez Blasco, los mellizos. Hubo muchas publicaciones pero desaparecían al poco tiempo de salir. En casa se leía el ABC. Recuerdo periódicos que se publicaron en Elche: El Eco de Antonio Sánchez Pomares. Tengo algunos números de La Defensa de José Pascual Urbán. Mi padre recogió La Esfera que llegó a conservar.
Mis vacaciones las pasaba en el campo, en la sierra por la partida de Saladas. Desde niño y hasta los 15 años hice de pastor ocasional tres meses al año. Aprendí a manejar la onda. Comenzaba a las 7 de la mañana y hacía una cantidad enorme de kilómetros. Llegaba a las siete de la tarde y por eso soy un amante de la sierra y no tanto del mar.
Los domingos había un aseo superior, había más tiempo, te ponías limpio, te cambiabas la ropa interior y te arreglabas más. Íbamos a la iglesia, pero no rezábamos en casa ni el rosario ni oraciones en familia Mi madre acudía a la Parroquia a ayudar recogiendo recogía ropa y en dar dinero para los pobres de la Parroquia. La religión fue importante para mí de niño, pero no me fue impuesta por mis padres.
La política la teníamos prohibida. Mi padre decía que si algún hijo se metía en política era capar de desheredarlo. Los médicos somos bastante socialistas aunque no pertenezcamos y no comulguemos con todo el espíritu socialista, por nuestras vivencias en las diferencias de clase en las familias que atendemos, la pobreza, las injusticias. Por otro lado como el espíritu socialista dista del religioso, te quedas fuera del aspecto político.
En mi casa se ha hablado siempre el castellano, mi madre era de Villena y mi padre aprendió el valenciano en la calle, con lo que el valenciano utilizado en casa era para reñirnos. Hablamos un valenciano rutinario de hablar en la calle. Mi mujer si es valenciana, pero hemos hablado en castellano
Me sentí siempre muy unido a mis hermanos, sobre todo a Santiago que era el más cercano a mí en años. Con mis hermanas un poco más separado y con mi hermano pequeño Vicente fui incluso su niñero. Con la pequeña apenas porque murió.
La guerra
La guerra nos cogió en Santa Pola estando con unos familiares. Luego nos fuimos al campo porque la cosa estaba ya muy seria. Comenzaron los paseos y una noche vinieron a por mi padre para que visitara a un enfermo. El miedo que pasamos fue horrible. Los muertos en las cunetas los recuerdo con horror. Los comentarios jocosos sobre los muertos paseados, los tiros por las calles. Mi padre siguió trabajando de médico y yo en la clínica curando enfermos. Enfrente de mi casa había una clínica que estaba como enfermera Asunción,, madre de los pintores Candela y estuve ayudando también allí a curar. Recuerdo a un enfermo que le dispararon y el botón le salvó que la bala le atravesara la chaqueta, le rozó por el lado y le pasó por detrás. Eugenio Martinez, nuestro chofer salió y delante de él asesinaron a una persona.
La guerra fectó a la profesión médica y farmacéutica porque asesinaron y encarcelaron a compañeros. Serrano, Coquillat, don Julio…
Licenciado, doctor en Medicina y padre de cinco hijos
Cuando acabó la guerra finalicé el bachiller y me fui a estudiar a Valencia los cinco cursos de Medicina y terminé en Madrid haciendo el Doctorado y la especialidad de Medicina Interna durante tres años más. Las amistades propias de la Universidad no se prodigaron por la gran penuria económica pero mis compañeros fueron muy buenos. El nivel de estudios era muy grande yo estudiaba 16 horas al día.
La universidad me influyó con nuevas actitudes sobre el sentido del trabajo, porque no tenía nada que ver el trabajo que hacía en bachiller con el trabajo de la universidad. Era totalmente diferente. Simultaneaba las clases con algunas conferencias que nos daba un catedrático y también un profesor de la Universidad Pontificia nos daba charlas y apoyo moral. Ya había como un 10% de chicas estudiando en la universidad.
Una vez hecha la tesis doctoral, me dieron plaza provisional en la Seguridad Social de Elche y luego por méritos la conseguí en propiedad. Al principio éramos una docena de médicos, luego fueron aumentando. Al principio las analíticas sólo se hacían en Alicante, pero todo fue cambiando poco a poco, con historias cínicas, rayos X, analíticas, con nuevas generaciones de médicos y estilos diferentes. Ahora somos unos 400 médicos.
Me casé a los 28 años y a mi mujer me la presentó un amigo. Mi mujer trabajó mucho ayudando a su madre, porque tenía 10 hermanos. Nosotros hemos tenido cinco hijos y un aborto. Los tres primeros nacieron en casa y los atendió mi padre mediante fórceps. Antonio, el cuarto, nació mediante una cesárea en el Hospital de Alicante y Esperanza de parto natural, también en Alicante.
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