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Planes González, Mercedes

Enviado por Lorena García … el
Datos biográficos
Fecha de nacimiento
1944
Lugar de nacimiento
Elche
Militancia
PCE

Al sur de la zona del Salvador, cuna de artistas y antiguas industrias alpargateras, se alzan los cimientos del barrio ilicitano de El Raval. Allí, en el seno de una familia humilde y sufridora, nací en el año de 1944.

Mi padre Juan, hombre de izquierdas y republicano, no podía quedarse en casa cuando estalló la Guerra Civil. Se decidió por participar contra el bando nacionalista. “¡En qué momento!”, me contó mi madre María, ya que todos sabemos las consecuencias que tuvo el conflicto. Dentro del caos establecido, mi padre fue detenido y encerrado en prisión durante cuatro años en una cárcel de Jaén. Cerca estuvo mi madre, pero no como prisionera, sino a la espera de que pudiese salir mi padre. Tras cuatro largos meses escondida en una chabola, al lado de un olivo, y con tres hijos, ella tuvo que abandonar el lugar, porque falleció un hijo a causa de una grave tuberculosis.

Cuando salió del centro penitenciario, la situación de familia no mejoró. Pasamos muchas necesidades, habiendo de racionar la comida. Éramos nueve hermanos en una casa compartida con una vecina. Dormíamos tres en una cama y los otros en colchonetas. Mi padre trabajaba –y no poco- en una fábrica de calzado, situada en Huerto Ripoll, mientras que mi madre era ama de casa. Pero bastante tenía con tantos hijos. Asimismo, mis hermanos empezaron desde muy pequeños a ocuparse de varias labores en la misma empresa de mi padre. Nada de estudiar. Ningún hijo. Había que traer a casa dinero para lograr subsistir. Y con esa idea, a la edad de ocho años, me fui con mi progenitor a dicha factoría.

Las veces que coincidíamos en el pequeño descanso que teníamos, mi padre nos intentaba educar. Eso sí, en ciertos aspectos. Nunca nos ha inculcado valores políticos, ni a mí ni a mis hermanos. Él tuvo que aguantar y tragarse su orgullo, ya que le tocó trabajar de camarero en la recepción del ministro Solís[1] en Elche. Mi madre, por su condición de analfabeta, no se metía en esas cosas, pero él era un hombre inteligente y luchador, sin miedo. Mi padre cogía un zapato o alpargata y se iba al Sindicato Vertical[2].

Cuando empecé a tener mi autoridad, entre los 13 y 15 años, comencé a informarme sobre el tema político. A ello me llevó la experiencia de mi familia. Mis tíos habían sido asesinados en combate por el bando nacionalista y mi abuelo me contaba cosas que me daban tal repugnancia, pero a la vez me revelaban cosas que me hacían abrir aún más los ojos. Una de ellas me hizo especialmente daño y me marcó. La Falange y otros organismos de orden público impusieron a mujeres republicanas ingerir aceite de ricino, como una forma de humillar y “distinguirlas”, provocándoles diarreas con un purgante. Así las “paseaban” por las principales calles de las poblaciones “liberadas”, en ocasiones acompañadas por la banda de música del pueblo.

Pasaba mucho tiempo con mis abuelos, quienes me transmitieron su sabiduría y me explicaron que la crueldad venía de todos lados. Había que resistir. No había otra opción. Me decían: “Trabajar y ganar dinero, o miseria. Tú eliges”. Me dejé aconsejar y seguí en la fábrica, donde los encargados nos explotaban. En Huerto Ripoll milagrosamente fui dada de alta, pero se producían muchas irregularidades. Yo no las he consentido, pero sé de gente a la que, por ejemplo, le pedían que hiciese una cosa para ser recompensada con otra. Nos parecía horripilante, pero había que guardar silencio, porque iríamos fuera si rechistábamos.

Entretanto, empecé a participar en labores políticas cuando cumplí los 16 años gracias al ánimo de mi padre, quien posteriormente caería enfermo y moriría en 1960 en la casa que compramos un año antes cerca de la Caja de Ahorros de Carrús. Aunque no me aseguró de qué partido era, intuyo que era de la izquierda radical. En el momento de su fallecimiento fue cuando, alentada por todas sus vivencias, me metí de lleno en la promoción del Partido Comunista de España (PCE). En los años 70, una vez legalizados los partidos, compartí con mis camaradas viajes a Madrid, donde se hacía la fiesta de la organización política. Si se convocaban mítines en Ciudad Real, Fabara o Valencia, allí que iba. También por esa época les echaba una mano para pegar carteles de propaganda. Ellos me avisaban. Se podría decir que he sido muy afín a los ideales comunistas.

Pese a las restricciones del franquismo, intentábamos hacer vida normal. Aunque el miedo nos invadía –sabíamos que hasta que no se instaurase una democracia (Transición) no se iría- de vez en cuando, acudíamos a manifestaciones. En una de ellas nos fuimos a la “Torre eléctrica de los americanos” de Guardamar del Segura, reclamando por los derechos de la industria eléctrica. Vigilados por la Guardia Civil, nos adentramos entre los matorrales y no pararon de perseguirnos, con miradas hirientes. En un momento de impulsividad solté: “Oye, no somos terroristas, ¿eh?”. Se me encararon. Sentí pavor. Pero finalmente no se contó ningún daño físico.

Otro de los riesgos que corrimos mi amiga Mari y yo, consistía en auxiliar a la gente que se encerraba en la Parroquia de San Juan Bautista, proporcionándoles comida y bebida. Al igual que en la sede del Sindicato Vertical, allí se reunían personas contrarias al régimen. Los “grises”[3] hacían guardia a escasos metros de la puerta. Te preguntaban dónde ibas y la contestación era: “A rezar”. Sin más dilaciones. Me metía directa en el fango, pero yo era así. De hecho, mi marido me lo recriminaba. Me ha ocasionado muchos problemas el querer ir a un mitin y él no dar su brazo a torcer. Evidentemente no iba a cambiar por nada ni por nadie y yo asistía.

Él prefería quedarse en casa. En cambio, yo me presentaba en todo lo que podía. A veces me excusaba en el trabajo con que tenía que ir al médico para salir antes e ir a debatir a la sede del partido e incluso, después de 11 horas de ajetreo en la fábrica, me quedaba toda la noche allí, donde me enteré y me quedé petrificada al escuchar algunos sucesos como el 23F.

Nadie del negocio se enteró de mis tejemanejes. Pero un día se acabó. Las cuentas de dicha empresa dejaron de funcionar y tener beneficios. ¿La solución? Cerrar. ¿Las consecuencias? Todos a la calle. Nos buscamos la vida y, no mucho tiempo después, se enteraron de mi paro y una fábrica me llamó para trabajar. ¿Cómo se hicieron eco de mi noticia? No tengo ni idea. Pero en esta, el encargado era del Partido Comunista de los Pueblos de España y me permitía irme en lugar de a las 21:00h a las 20:00h. Justo cuando tenía lugar una reunión. No he parado de hacer cosas hasta estando embarazada de cada uno de mis tres hijos. No obstante, recién entrado el siglo XXI, un triste acontecimiento hace que el cielo se vuelva gris y tenga que estar menos activa.

Estaba trabajando con mi hija en la fábrica María Jáen, donde también se encontraba mi hijo, cuando me llaman para alertarme de que los resultados de unos análisis han dado positivo en cáncer. Yo quería seguir con mis labores para no entristecerme más de la cuenta, pero ambos me reprocharon que no estaba en condiciones. Finalmente, fui operada de cáncer de colon y, al poco, me quitaron medio pulmón debido a una metástasis. No me encontraba bien y, en consecuencia, me jubilé a los 62 años.

Tras este episodio me dio por pensar en todo lo que he pasado. Todo el sufrimiento. Hace seis años me dio un infarto, estuve 21 días en la UCI y cuatro de ellos en coma inducido. Décadas antes sufrí un percance, no sé si calificarlo de mayor importancia, pero el susto fue mayúsculo. Cuando estaba trabajando en la fábrica de Huerto Ripoll entró un individuo armado con una escopeta recortada. Disparó de manera que todos los perdigones cayeron sobre mí. Me tiré seis horas en quirófano, ya que las heridas se extendían por piernas, brazos y codos. Lo importante es que sigo viva y coleando. Ahora paso más tiempo con lo que importa de verdad: mi familia.

Por un lado, tengo a mis hermanos. Por cierto, sigo siendo la más rebelde de los seis que quedamos. Cada uno con nuestra manera de ser, pero yo he participado más en la vida política. Los demás no han querido involucrarse tanto. Aunque el mayor ha sido militante en el Partido Comunista, luego se hizo fabricante y cambió su parecer. Entonces le dije: “Hermano, de política ni mu. Centrémonos mejor en temas familiares, porque no me parece coherente lo que has hecho”. No le vería nunca en un 1 de mayo representando a los trabajadores, siendo un empresario que se “aprovecha” de sus obreros. Por otra parte, mis hermanas no han ido a la escuela y tampoco se han preocupado en informarse de ciertos aspectos del panorama político. Votan conforme mi madre, “felipista”, lo hacía con el PSOE.

Por otro lado, tengo a mis dos hijos, Javier y Antonio, y a mi hija Sandra. Jamás les he dicho cómo tienen que ser ni pensar. Pero doy las gracias, porque me han salido afines a los partidos de izquierda. Solo el mayor, Javier, entiende de política. Más que yo. Lee artículos, libros; ve entrevistas y documentales; le gusta conocer, saber cómo y estar al tanto de todo. Así como del desarrollo de los partidos.

Le he contado cómo se ha ido cerniendo la estructura del PCE en Elche, desde que yo sé hasta la actualidad. Hubo una especie de pugna interna deleznable en la que se han ido “matando” unos a otros. Cada uno quería saber y ser más que el otro. Todo por lograr su “banquito”. Deseaban seguir estancados en el pasado, reacios a un cambio, y lo que no sabían es que la sociedad y el mundo están en constante evolución.

Una vez estábamos en la sede del partido en el Camino de los Magros y la tensión aumentó hasta el punto de terminar en los juzgados. Por aquel entonces compartía amistad con Ángeles Candela, que se salió y fue edil con Compromís; estaba Pascual Mollá, que también se fue; mi amigo Ramón, fiel al comunismo, planteó la idea de formar un equipo y también Severino, quien más tarde acabaría militando en el PSOE. Yo veía que algo había cambiado y, además, todos se iban. No recuerdo militantes más entrañables desde que se echaron a un lado Marcelino Camacho, Santiago Carrillo y Julio Anguita. Desde luego, si algo tenía claro es que el partido había escogido el camino equivocado. Senda de la que yo he decidido apartarme durante un tiempo.

De pequeña no tenía aficiones, sino trabajar, trabajar  y trabajar. Es hora de un descanso y recuperarme tanto físicamente como de ánimos. Solo espero que haya una mejora en la forma de hacer política; que dejen paso a las futuras generaciones de mujeres que quieran participar en este terreno y no le corten las alas; y la mayor transparencia posible.

 

[1] José Solís Ruiz (1913 – 1990) fue un importante político español durante la dictadura franquista.

[2] Única central sindical española que existió durante el régimen de Franco.

[3] Miembros de la Policía Armada y de Tráfico, cuerpo de seguridad creado por la dictadura franquista tras la Guerra Civil.

 

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