Datos biográficos
JUAN PERÁN RAMOS (Lorca, 1947)
Juan Perán Ramos es, a principios del siglo XXI, uno de los industriales ilicitanos de calzado con mayor prestigio. La suya es la historia de un emigrante que empieza a trabajar a los 12 años cuando llega a Elche, que aprende el oficio de cortador en varias fábricas y, por paradojas de la vida, el haber padecido un despido le convierte primero en fabricante y, muchos años después, en uno de los empresarios del calzado con mayor reconocimiento en el sector. Su empresa, Pikolinos, nace en 1984 dedicada al calzado de señora con la idea de un producto cómodo, original, con calidad y diseño.
“Ser empresario o hacer empresa es un bien para la humanidad”.
Juan Perán nació en 1947 en una pequeña aldea de Lorca (Murcia). Sus padres emigraron a Elche 12 años después, hacia 1959. Compraron un piso nuevo en el barrio de Altabix y Juan recuerda hoy a uno de sus vecinos, Mariano Garrido, un contable natural de Barco de Ávila, que se empeñó en hacer de él un empresario. Mariano le transmitió a Juan una fórmula que éste haría suya para toda su vida: “Más vale ganar tres pesetas trabajando por cuenta propia que un duro trabajando para otro”. Juan Perán llegó a Elche justo cuando se iniciaba el despegue demográfico e industrial de una ciudad que pasaría de poco más de 73.000 habitantes en 1960 a cerca de 123.000 diez años después. Naturalmente, trabajó muchas horas con jornadas que muchas veces se iniciaban a las cinco de la mañana y, dentro del calzado, aprendió el oficio de cortador. No olvidó, sin embargo, lo que su amigo Mariano le había transmitido y empezó a interesarse por cualquiera que hubiera puesto en marcha un negocio: “(...) Me gustaba hablar con quién tenía un negocio, cómo le iba. Cada vez me interesaba más. Hice algún intento. Por ejemplo, la primera máquina de asar pollos que se puso en Elche, en el Camino de los Magros, antes de pasar la vía. Todos los domingos se hacían allí unas colas y vi que aquello era negocio. Hablé un par de veces con el propietario que era un francés que se había traído la máquina de Francia. Le pregunté qué valía y me dijo que era mucho, ciento y pico mil pesetas, entonces mucho dinero. Luego puso otra máquina”. Y, efectivamente, no tardó en intentarlo. Con 19 fabricó junto a un amigo zapatero sus primeras, como él dice, “muestrecicas”. A finales de los sesenta En Elche destacaba la fábrica de Paredes, una de las primeras en producir un calzado deportivo de calidad. Juan Perán era cortador de profesión y sui ilusión era, precisamente, trabajar allí. Paredes hizo una ampliación, compró la fábrica de Vicente Crespo y contrató a 11 cortadores, les hicieron una prueba y entraron. Juan Perán llevaba dos o tres años soñando con entrar en esa empresa. Allí se ganaba más, era una fábrica de prestigio. Tres años después, una vez casado, hubo un pequeño conflicto, precisamente con los cortadores: “Yo estaba metido y no porque fuera rebelde o follonero, al contrario me considero dócil aunque no me gusta que me tomen el pelo y he accedido a trabajar sábados o domingos. Se creó un conflicto y yo estuve metido, quizá di la cara más de la cuenta. El caso es que a la semana nos despidieron a nueve de los once. Mi estado era mi mujer embarazada y debiendo más de la mitad del piso. Nunca estuve en paro cuando fui trabajador. El lunes me tiraron y en casa por la tarde con una máquina me puse a trabajar. Me puse a cortar como un loco y no paré, salvo las horas que tenía que ir al sindicato a negociar. El resultado del conflicto fue que seis pudieron volver y tres se quedaron en la calle y entre esos tres estaba yo. El problema para mí era delicado pero reflexioné: me daban 200.000 pesetas de indemnización, aunque me indigné por la impotencia, primero porque nunca me habían tirado de una fábrica a la calle y segundo porque no vi motivo. No hay mal que por bien no venga (...)”. Fue entonces cuando tomó la decisión de fabricar por su cuenta y riesgo. Curiosamente, todo el mundo que conocía le aconsejó que no lo hiciera. Consiguió convencer a un amigo, Severino, que también había sido despedido y que había intentando crear su propia empresa: “(...) No tenía experiencia, sólo dominaba el cortado, el aparado lo conocía un poquito, de mecánica cuando era un chiquillo, pero no conocía la organización de una empresa”. Estuvo varias semanas cortando en casa de sus padres mientras convencía al pobre Severino que, encima, se había juntado con tres hijos en poco tiempo, mellizos incluidos. Al final le convenció, con la advertencia de que no podía tener nada a su nombre. Ese fue, pues, el primer paso. Hicieron las primeras muestras pero “(...) no teníamos faena”. Se enteraron que un tal don Pedro de Elda fabricaba zapatos y bolsos y fueron a hablar él. Le llevaron una sandalia “caduca” porque era lo más fácil para empezar. Y tuvieron suerte: aquel señor tenía un pedido para Puerto Rico y se los dio. Eran 150 pares y los tuvieron que hacer deprisa y corriendo. Tuvieron además que hacer las hormas, los patrones... Juan había dado su palabra y se pasaron la noche previa trabajando. Juan cortó, su mujer, Rosario, aparó y el socio montó el pedido. Al día siguiente, sin dormir, repasaron par por par, que no quedara cola y que estuvieran impecables. Don Pedro quedó contento y volvió a encargar otros 300 pares para la siguiente semana. “(...) Vine con una ilusión, porque además me había pagado los 150 pares. Nos vino muy bien porque mi socio y yo habíamos invertido 53.000 pesetas cada uno para comprar pieles. Volví cantando, con una ilusión enorme. Así empezó mi historia como fabricante”. El siguiente paso fue un pedido de unos 25.000 pares de una sandalia para niña con un cliente que exigió a Juan Perán que fuera él el fabricante exclusivo y así hasta hoy: “(...) Comencé de nuevo solo y he tenido de todo. Momentos de ruina, años de ganar mucho dinero, años de problemas como una vez que tuve un plástico que se despegaba. Serví 50.000 pares y me pareció que me devolvieron 100.000. Era una barbaridad, no tenía sitio para meter los zapatos. Pero di órdenes al contable que conforme llegara un pedido que se pagara inmediatamente. Gané así respeto entre los clientes. He tratado de ser serio, de cumplir con todo el mundo y esto es fundamental en la vida. He tenido momentos en que he estado prácticamente grogui, momentos en que he producido artículos revolucionarios y fue entonces cuando Pikolinos empezó a funcionar, con un producto que no estaba en el mercado y me distinguí, aunque no ganara mucho dinero porque vendía muy barato, pero gané mercado sobre todo”. Y dos experiencias más acumuladas por Juan Perán. En primer lugar, la importancia del capital humano: “(...) Aprendí la importancia que tiene un buen equipo humano y tratarlo bien. Creo que he confiado mucho en mi equipo y los he tratado lo mejor que he podido. Mi recuerdo de muchas empresas es la falta de respeto al trabajador, no valorarlo y, como lo he vivido en mis carnes, cuando tuve la oportunidad de ser empresario, lo he tenido en cuenta. Ayudar a la gente a superarse, respetar y contar con un gran equipo... Tengo que recordar a una persona que me ayudó en el tema de la organización de la empresa. Era un primo hermano que vivía en Barcelona y ha sido fundamental para el nivel que ha conseguido la empresa. Cuando dije que me lo traía, me pasó lo mismo que cuando me puse a fabricar, todos me lo desaconsejaron. El rodearme de buena gente ha sido fundamental”. Y, en segundo lugar, la apuesta rotunda del empresario por rentabilizar socialmente los beneficios: “(...) Ser empresario proporciona unas satisfacciones increíbles. Mucha responsabilidad, mucho riesgo, toreamos sin capote, porque si miramos el peligro no se hace nada. Pero he podido saborear cosas que nada tienen que ver con el dinero. El valor que yo veo en mi empresa es la ayuda que hacemos a instituciones o a países. Patrocinamos equipos... Tenemos una asociación de niños prematuros... Todo esto llena más que llevar un coche nuevo que vale 20 millones de pesetas. No tiene precio ayudar. Que la gente trabaje a gusto contigo, son valores que no tienen que ver con el dinero”. En el año 2004 Pikolinos cumple sus primeros 20 años de trayectoria. Comenzó en 1984 con la fabricación de calzado de niño para pasar, casi de forma inmediata, al zapato de señora. Tres años más tarde iniciaba la línea de caballero y en 1988 incorporó también la fabricación de bolsos. Un año después, en 1989, la empresa iniciaba su proceso de internacionalización. En 1996 puso en marcha sus instalaciones del polígono del Parque Industrial de Torrellano, convirtiéndose en uno de los referentes de la industria ilicitana del calzado. En 1997 obtuvo la calificación ISO 2001 y en el año 1999 la empresa elaboró su plan estratégico 2000-2005. Es en el año 2000 cuando entró en el mercado norteamericano y en estos momentos exporta a más de 45 países y tiene oficinas de representación en más de 30. En su página web podemos encontrar cerca de 500 puntos de venta en Europa, casi un centenar en Estados Unidos, medio centenar en España y presencia también en Japón, Australia, Israel, Canadá o China. Pikolinos ha pasado de contar con 25 empleados en 1994 a 99 en el año 2003. La empresa calcula que ofrece trabajo a unos 19 centros de producción, por lo que de forma indirecta alcanzaría un total de 2.500 trabajadores. Dentro del sector calzado y en el contexto de las empresas de la provincia de Alicante, Pikolinos se ha convertido en una empresa modelo no sólo por sus resultados sino, sobre todo, desde el punto de vista de su organización. La empresa cuenta con cuatro grandes departamentos: Operaciones (con seis secciones: compras, logística, producción, acabados, técnica e inyectado); Comercial (marketing y ventas); Gestión (administración, mantenimiento e informática) y Producto (diseño). Junto a Juan Perán como presidente del Consejo de Administración forman parte del organigrama de la empresa sus tres hijos (Juan M., Rosana y Carolina).
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