Datos biográficos
FE DE VIDA DE MARÍA DOLORES PEIRÓ, nacida el 13 de julio de 1933 (al atardecer), en Algezares (Murcia). Al poco de nacer yo, segunda de los cuatro hermanos, mis padres se fueron a vivir a Beniarrés en donde mi padre empezó a ejercer su profesión de médico. De este pueblo recuerdo muchas cosas, increíble si se considera mi corta edad. De otros periodos de mi vida no tengo la nitidez que conservo de ésta: el color y el olor del aire, los amigos de mis padres y su ir y venir, que a mí me parecía muy atolondrado, y mi pozo donde se reflejaba la luna, que era quien se guardaba los cuentos que me contaban cada noche.
Estalló la guerra y mi padre tuvo que marcharse a defender la patria, nosotros (mi madre, mi hermano mayor y la pequeña Adela recién nacida) fuimos a vivir con mis abuelos paternos. El pueblo, Potríes, era pequeño, rodeado de montañas, una ermita y milicianos por la plaza. Por las noches solían oírse los motores de un bombardero viejo al que todos llamaban la Pava. Cuando acabó la guerra, vimos con sorpresa a hombres vestidos con faldones (los curas), y a mi me enseñaron el Cara al sol, pero me negué a cantarlo “en público”.
A partir de aquí, los estudios fueron ya prioritarios y como mis padres se trasladaron a Elche, pueblo que prometía ser próspero, empecé mi iniciación intelectual en la escuela nacional de doña Rosario, mujer adusta y malhumorada con tendencia al guantazo y el bofetón. Mas tarde supimos que parte de ese carácter agrio era debido a que sufría con frecuencia de almorranas. El gesto torcido nos presagiaba días de tormenta.
El ingreso de bachiller, en el Instituto de La Asunción, inició un nuevo periodo en mi vida. Nuevas amigas, otros profesores y muchos libros. Un horario exclusivo de lunes a sábado, y de nueve a siete de la tarde con un par de horas para comer. Aquel periodo se nutrió de libros –prestados en su mayoría-, de excursiones, de amistades para siempre, de cursillos espirituales, de normas estrictas, de presión social… pero también de cine –la liberación de nuestra imaginación- de música y de casi nada más. Cuidábamos nuestros libros que habían de servir para los hermanos menores, solo teníamos un par de vestidos y otro de zapatos, gastábamos los lápices hasta el final y comimos mucho pan de racionamiento, negro como la pez, lo que hoy llamamos integral y sorpresivamente es más caro y nutritivo que el blanco. Había apagones de luz y escasa agua caliente, o ninguna, para ducharnos. Usábamos palabras como enaguas, nevera, cartearse, gramola, bula…, y escuchábamos a Machín. Poco a poco fuimos incorporando picú, guateque, teléfono, máquina de fotografiar… y empezamos a escuchar a los Beatles y al Duo Dinámico.
Y se acabó el bachillerato con el temido examen de estado en la universidad. Y nos hicimos mayores de golpe y fuimos privilegiados porque tuvimos la opción de ir a la universidad.
Este fue otro cambio de vida. Empezamos a ver las cosas de otra manera: los dogmas se fueron cuestionando y surgió un concepto nuevo que solíamos mencionar susurrando : libertad.
Opté por Filosofía y Letras: dos cursos llamados entonces comunes, en Valencia. Hubo un profesor que nos enseñó conceptos nuevos y actitudes importantes, como el valor del esfuerzo y la obligación de realizarlo; cómo coger un libro, entrar en él como se entra en un hermoso edificio, tomarle el pulso, ver su año de edición, su traductor, valorar todo eso. Y por fin también nos enseñó a elaborar nuestro programa usando como modelo aquella Revolución Industrial que nos explicó, subyugándonos, durante todo un curso. Fue José María Jover.
Cuando acabé los comunes me planteé el marcharme a Madrid. Deseaba conocer lo que había más allá de nuestra provincia y por ello elegí como especialidad Filología inglesa, (solo estaba entonces en la capital). Eso me daría la oportunidad de saltar hacia otras fronteras, usando como excusa la necesidad de aprender el idioma. Y mis padres entendieron que eso sería bueno para mí, cosa rara en los tiempos que vivíamos en España, y muy jóvenes –a los 19 yo- con mi hermana menor, pasamos Europa trasegando trenes hasta llegar a Londres en donde nos esperaba la familia de una amiga de mi hermano mayor. Estuvimos todo el verano y fue otro momento de cambio al enfrentar el ambiente social de la España de Franco con las libertades que se habían ganado ya los ingleses tiempo atrás. El ver a los polis custodiando a los rebeldes que protestaban contra la Reina ¡y no les metían en la cárcel!, fue un shock para nosotras… Aquel verano en Londres fue inolvidable. Aparte el Museo Británico, las ciudades universitarias de Oxford y Cambridge, las casa del Parlamento y todos los monumentos importantes y curiosos, nos llamó la atención el cosmopolitismo que se vivía en las calles, los grandes almacenes y las comidas escasas y “desaborías”. Y más cosas.
Yo volví a Londres unas cuantas veces más, por necesidad de aprender el maldito idioma, y aquellos malditos ingleses me enseñaron muchas cosas.
Pero también saqué provecho de Madrid y su universidad. Mi especialidad me importaba poco, pero los grandes profesores que impartían clases en todas las especialidades, y que tenían la puerta abierta a todo alumno que desease asistir, me abrieron bastantes nuevas puertas. Escuché a Bousoño en unas clases magistrales sobre poesía, al maestro Rodrigo sobre música, a Montero en filosofía de la historia, a González Díaz (sucesor de Ortega) en filosofía, a Mr. Starkie en Literatura inglesa, y así lo que se me ponía por delante. Luego, mis compañeros, me pasaban los apuntes de las asignaturas rollo. Durante los tres años de especialidad, hubo conatos de rebelión entre los estudiantes, pero fueron aplastadas por falangistas y polis, solo una tuvo repercusión y eclosionó en febrero de 1957. Nos corrió la policía hasta que nos faltaron las fuerzas, y un frío intensísimo disolvió lo que quedaba de aquellas revueltas.
Con todo este bagaje, volví a Elche y emprendí mi nueva etapa: la de adulta que se incorpora al mundo laboral. Las Hermanas Carmelitas me pidieron que entrara en el nuevo colegio para dar literatura de bachiller y acepté. He de decir que fueron unos pocos años en los que disfruté de veras. No sé cómo, siendo novata e inexperta, me monté la cuestión de la enseñanza con una perspectiva bastante moderna, y la más sorprendente fue que las monjas me dejaron… Y este es otro capítulo que se queda en escorzo.
El paso siguiente fue mi matrimonio. Conocí a mi marido en Madrid en uno de sus viajes para ver a sus hermanas, mis amigas. El era Capitán de la Marina Mercante, actividad que me parecía interesantísima por aquello de “correr y conocer mundo”. Nos enamoramos, cosa bastante corriente en esta humanidad que habitamos, y lo siguiente son hijos, en número de cuatro, más trabajo, mi entrada en el hoy Instituto Sixto Marco (entonces Instituto de Formación Profesional), y mi permanencia en este centro hasta mi jubilación.
¿Qué me dejo en el tintero? Entre un montón de cosas, la muerte de Franco, la venida de la democracia…, y mi vocación desde niña hacia la escritura. No pude dejar de hacerlo durante toda mi vida, pero poco edité, bien por la dificultad que supone siendo desconocida, como por mi reparo en convertir mi entusiasmo por escribir en un mero objetivo mercantilista. Bobadas, tal vez. Pero me lo pasé muy bien en esa actividad.
Por Elche he sentido el interés y el cariño que puede sentir un ilicitano por sus señas de identidad, y me han irritado también como a ellos, las torpezas que se han ido cometiendo. Este es otro capítulo que se queda por rellenar, pero es que ya me pasé de líneas, según el profesor Ors tiene establecido.
Así que buen viaje deseo a todos por esta vida. Y yo paso a la colección de biografías.
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