Datos biográficos
MORANTE MIRALLES, Antonio (Elche, 27-IV-1918). Zapatero. Durante el transcurso de la Guerra Civil desapareció en el frente de guerra en Barcelona. La comunicación de su desaparición fue realizada el 29 de junio de 1938 por la Subsecretaría de Infantería de Marina. En la posguerra fue condenado a 12 años y un día por “auxilio a la rebelión”. Indultado en febrero de 1943. Un nuevo consejo de guerra celebrado en Alicante el 1 de febrero de 1946 le condenó a 6 meses y 1 día de prisión menor por rebelión. Según la sentencia, era miembro de Unión Nacional. Era un juicio para reprimir la organización misma de Unión Nacional, pues ya habían sido juzgados los implicados en la muerte del inspector Maján, que dio origen al descubrimiento de esa organización con ramificaciones en toda la provincia. El defensor pidió la absolución.
FUENTE: Francisco Moreno Sáez, AHPA. Legajo 9141. A.H.M.E., legajos de correspondencia (1936 - 1939).
Entrevista de Miguel Ors Montenegro
“(...) En 1943 entro a trabajar en la misma fábrica que antes de la guerra, Viuda de Vicente Pérez Sánchez –ca la viuda, decíamos-. El salario de aquel entonces era muy bajo: 10 pesetas con 10 céntimos diarios. Para comer era insuficiente, había que buscarse otra forma... El horario era de ocho horas, de ocho a doce y de dos a seis. Entonces no se hacían horas extraordinarias. Había trabajo, no había crisis entonces. Había unos 400 trabajadores, mujeres y hombres. Las aparadoras trabajaban dentro de la fábrica y en la envasa también había mujeres. Lo demás éramos hombres. En esa fábrica no se portaron mal. Eran cinco hermanos, pero la cabeza era el segundo de los hermanos, don Juan Pérez Soto, que tuvo un chófer antes de la guerra que era de izquierdas. Allí también trabajó Perefesé que murió alcohólico. El chófer no era de Elche pero por lo visto don Juan no declaró en contra de él, porque no se había portado mal. Respetaron a la gente que había estado en la cárcel y los readmitieron en la fábrica. Todo el calzado tenía esos salarios. En la Viuda de Pérez estuve desde el año 1930 hasta finales de 1943. Fabricaban calzado y los viajantes lo distribuían por España. Se hacía calzado de hombre y de mujer.
Me cambié a la alpargata y se trabajaba a destajo, a tanto la docena de suela. Mi hermano me enseñó a coser suela. Me admitieron en la fábrica de Diez Hermanos y allí estuve hasta 1947. El día que tenía más ganas podía ganar cinco, seis o siete duros. Hacía ocho horas en la fábrica, pero vino la crisis de la alpargata a partir del año 1946 y trabajábamos tres días a la semana. La ley obligaba a que se pagaran tres días de jornal. Fue entonces cuando uno de los propietarios, uno de los hermanos Diez, que era accionista de FACASA me dijo si quería irme a trabajar allí. En marzo o abril de 1947 me fui a FACASA. Tenía lo menos 800 operarios. Fue una empresa que se creó como un trust por el año 1930, cuando se empezaron a fabricar suelas de alpargata de goma. En la República los trust estuvieron prohibidos, igual que ahora. Estaban Ripoll, Brotons, Miralles –que traía trabajadores de Fortuna- y otros que no recuerdo. Antonio Brotons Oliver era el jefe de todos, el dueño. Era un poco comprensivo en unas cosas pero en otras era el clásico patrono de aquellos tiempos. El trabajador tenía que ser muy activo. Más malo que él eran los encargados, no todos, pero algunos eran malísimos. La mayoría han fallecido y no me gusta hablar mal de personas muertas. Defendían los intereses del empresario. Me eligieron jurado de empresa para defender los intereses de los trabajadores. Se trabajaba con tres turnos. En la transformación de la goma y la fabricación de calzado de goma se trabajaba con tres turnos. De cinco a una, de una a nueve y de nueve a cinco. Era una empresa que pagaba los salarios más bajos. En 1947 ganaba, no me acuerdo bien, creo que unas 17 pesetas diarias, pero claro, toda la semana. Me casé en 1946 y tuvimos tres hijos, dos hijos y una hija. Trabajábamos los sábados hasta cumplir las 48 horas semanales. Los enturnados de tres turnos terminábamos a las cinco de la mañana del domingo. Una semana por la mañana, la siguiente por la tarde y la tercera por la noche. De noche era lo más duro. El lunes a partir de las cinco de mañana se ponía la fábrica en marcha. Había muchas mujeres para repasar la faena, recortar los pisos. Muchas mujeres. Había también taller mecánico propio. Teníamos Seguridad Social. La empresa funcionó normalmente hasta 1959 pero la empresa empezó a practicar el veneno, que nos habían metido en la cabeza los dichosos americanos, de los incentivos a la productividad. En el sindicato nos daban charlas técnicos en economía con ideas americanas sobre la productividad, la venta a plazos que aquí no había costumbre.
En el año 1958 ó 1959 se dio un caso muy lamentable allí. Murió primeramente un encargado. Certificaron la defunción como normal. Se hacía un calzado que resultaba muy económico en el que el corte de goma y el piso de goma con una plantilla y había que ponerle mucha cola para que se pegara bien. Como llevaba tan poca cosa se vendía muy barato. Hicieron una nave para eso y la fabricación se duplicó. El encargado murió en una sección, pero los médicos dijeron que fue muerte natural. Después murió una mujer, semanas después y uno de los médicos del seguro tuvo sospechas. A la gente que trabajaba en esa nave, sobre todo a las mujeres, comenzó a salirles unas manchas oscuras por todo el cuerpo. Yo estuve trabajando allí un par de semanas y me noté muy flojo y comí huevos crudos, que no había tomado nunca. Cuando murió la mujer, la gente se asustó y murieron cuatro o cinco personas. Entonces se hizo una investigación sobre las causas de la muerte. Un médico dijo que era por el benzol y había entonces en Elche un juez que quiso averiguar que había pasado. Se hizo cargo de los libros de los jurados de empresa y recuerdo que me llamó porque yo había puesto muchas reclamaciones. Ese juez procesó al gerente que era químico -D. Antonio, no recuerdo el apellido-. Era buena persona, sobrino de uno de los fundadores del trust. Procesaron también al Comité de Seguridad e Higiene formado por tres personas: un encargado, un peón y un oficial, más el presidente del jurado que era el químico. Hubo miedo cuando se supo todo. Era la enfermedad por la falta de glóbulos rojos. El mismo juez tenía también procesado al alcalde José Ferrández porque al ser corto de vista había atropellado a un campesino, se ve que era un juez que no se paraba ante nada. A los pocos meses lo trasladaron a Cartagena y pusieron a otro que archivó el asunto y se acabó. Al primer muerto se le llegó a desenterrar para que en Madrid hicieran un examen. Y la causa del fallecimiento fue el benzolin. Una de las chicas que murió creo que la enterraron con el traje de novia porque tenía un novio que también trabajaba en la fábrica. Entonces intervinieron organismos como la delegación de Trabajo, Sanidad. Pusieron comedores que no había, taquillas para la ropa que no había. Todo a resultas de aquellas muertes. Los enturnados no teníamos comedor y después de cuatro horas de trabajo teníamos derecho a comernos un bocadillo, teníamos media hora de descanso. Las inspecciones no eran como debían de ser. Con lo del benzol pusieron extractores para el vapor. Mascarillas no se usaban. Nos mandaron desde Estados Unidos leche en polvo.
Hubo una cosa que yo no puedo demostrar. El seguro proporcionó un medicamento para las personas que tenían las manchas. Recuperaba los glóbulos rojos. Les dieron el alta para poder trabajar y un tiempo después volvían a necesitar medicamentos y entonces los proporcionaba la Seguridad Social. Para la empresa, la culpa no era de ellos.
Dentro de la industria química, el caucho tenía su propio convenio colectivo. En una ocasión, en 1974, la patronal se negó a renovarlo y se mantuvo el que había. Hubo una protesta que consistió en reducir la producción a base de no cumplir los niveles de productividad. A mí menos mal que me cogió de baja por una úlcera de estómago. La producción disminuyó aunque se mantuvo la que la ley nos obligaba. Fue uno a contárselo a un cargo sindical. Por lo visto en una cena del turno de noche se llegó al acuerdo de disminuir la producción y el que no lo hiciera le pegarían. Aquel desgraciado se lo contó al que se lo contó. Intervino la policía y por amenazas actuó. A mí me llamaron y les dije que estaba de baja y verdaderamente no lo sabía. Me leyeron el expediente y por eso me enteré del chivatazo. Felipe de Miguel el policía, me dijo que yo pidiera a la gente que volviera a la normalidad. Yo sabía lo de las palizas cuando mataron a aquel policía, Maján. Fui a la fábrica al día siguiente y llegaron allí los cuatro o cinco que habían amenazado y que habían sido denunciados. Llegaron de comisaría con los ojos hinchados y hechos polvo. No iban a averiguar la verdad, iban sólo a amedrentar. Recuerdo la persona que denunció pero no quiero decir su nombre. Era un trabajador que estaba en el Jurado de Empresa. A los que pegaron recuerdo a dos, Caballero y Boix, pero en total fueron cinco. La gente se asustó cuando vieron a aquellos desfigurados de los palos. El que denunció siguió trabajando y luego le dieron el puesto de portero.
Yo tenía amistad con un sacerdote, don Antonio Vicedo Calatayud y le conté lo que había pasado. El se dirigió al médico de Alicante, don Francisco Zaragoza, jefe de la organización que abarcaba derechas e izquierdas para traer la democracia. Era monárquico, tenía un retrato de don Juan de Borbón. Al enterarse se ve que habló con el gobernador o lo que fuera, pero aquello se cortó.
Con los despidos se cumplía con la ley. Yo mismo tuve muchas denuncias ante Magistratura y las gané. Era por represalias porque los que estábamos en los turnos recuperábamos las fiestas recuperables haciendo un domingo cuatro horas y otro domingo otras cuatro horas. Cuando me descontaron un día, presenté la denuncia ante Magistratura y lo gané, tal y como me lo había indicado un abogado del sindicato, don Francisco Sánchez Llebrés. La ley decía que la recuperación era una hora diaria en tu puesto habitual de trabajo y pasados los ocho días siguientes a la fiesta ya no lo tenías que recuperar.
Otro jaleo fue cuando la empresa perdió mercado. Estuvo mal dirigida. Primero fue el cierre provisional hasta que a última hora cerraron. Primero hicieron una votación para ver que queríamos: si la indemnización por despido o hacer una cooperativa. La gente prefirió lo primero. Íbamos a trabajar y aunque no hacíamos nada se nos pagó. Eso durante unos meses. La empresa nos ofreció un 70% más de lo que marcaba la ley por tiempo trabajado. La mínima era 100.000 pesetas y así hasta 300.000 ó 400.000 pesetas. La empresa cerró con unos 400 trabajadores. Antes de que llegara la autorización del cierre. Una noche no quisimos salir y a las cinco de la madrugada nos vimos rodeados por guardias y coches. “Estos se creen que vamos a hacer la revolución”.
Magistratura decidió lo que le correspondía a cada uno Antonio Brotons Oliver ya había muerto entonces, cuando cerró la fábrica. Yo me salí llorando de allí. Estaba desde el año 1947. Tenía 59 años más o menos y dónde iba yo. Estuve cobrando el seguro del desempleo hasta un mes antes de cumplir los 60 años. Solicité la jubilación anticipada que hoy en día mismo, la puñetera forma del capitalismo no nos permite llegar a los 400 euros mensuales.
Fui militante de la HOAC aunque a mí no me han hecho gracia los sacerdotes, porque las religiones han estado agarradas al poder y no han mejorado a los seres humanos. Mi mujer iba a misa y yo no me metía con ella. Me dijo que había un sacerdote en San Juan que hablaba muy bien. Lo oí y hablé con él. Era Antonio Vicedo Calatayud. Vive pero ya no es sacerdote. El obispo le hizo la vida imposible y tuvo que dejar la religión y casarse. Antes estuvo en algún pueblo y los caciques ayudaron a que se fuera. Aquí en Elche tampoco cayó en gracia...”.