Datos biográficos
Ester Bautista NARANJO,
Un americano en La Mancha tras las huellas de don Quijote:
Traducción y estudio de On the Trail of Don Quixote (1897) de August Jaccaci,
Centro de Estudios de Castilla-La Mancha,
Universidad de Castilla-La Mancha, 2010, 246 pp.
ISBN 978-84-8427-800-9
Reseña de Mark McGraw
Texas A&M University
Un americano en La Mancha tras las huellas de don Quijote es una nueva traducción crítica del libro de viajes del francés-americano August Jaccaci, On the Trail of Don Quixote, basada en la edición londinense de 1897—la primera edición fue publicada en 1896 por Charles Scribner´s Sons en Nueva York. Juan Herrero Cecilia, catedrático de la Universidad de Castilla-La Mancha, relata en su Prólogo la génesis del proyecto cuando en 1991 al conocer la traducción de Ramón Jaén realizada en 1915 se dio cuenta de la necesidad de ampliarla con un estudio crítico riguroso. En el estudio preliminar, Ester Bautista explica los modelos y fuentes de Jaccaci y relaciona su obra con otros importantes relatos de viajeros a La Mancha: el de Azorín, La ruta de don Quijote, y el ensayo “En tierra de don Quijote” de Rubén Darío, ambos escritos en 1905. La traductora incluye oportunamente un párrafo mencionando la anterior traducción de Ramón Jaén, profesor de español en la escuela militar de West Point, y posteriormente en la Universidad de California, donde se destaca que la traducción de Jaén omitió ciertos párrafos del original. Finalmente, el libro presenta su traducción del texto, la cual ocupa menos de la mitad de la obra, organizado según los seis lugares de la Mancha visitados por Jaccaci: Argamasilla, la cueva de Montesinos, el campo de Montiel, El Toboso, Sierra Morena y la Venta de Cárdenas.
El proyecto de Ester Bautista contiene tres índices: uno al principio que abarca el libro entero, otro sin números de páginas al comienzo de la traducción, y un tercero sobre las 136 ilustraciones de Daniel Urrabieta Vierge, incluidas en la primera edición de la obra de Jaccaci en 1896. Este último índice es de poca utilidad ya que la traducción de Bautista incluye solamente catorce ilustraciones; omisión que consideramos poco acertada dada la importancia de las ilustraciones en una obra de este tipo. De hecho, el valor y papel fundamental de las ilustraciones en el texto es tal que en la portada y en el lomo de la edición de Lawrence and Bullen, Ltd. (Londres 1897), aparece solamente el nombre “Vierge”. Finalmente, la obra cuenta con una extensa bibliografía sobre relatos de viajeros y obras de referencia.
Tanto el Prólogo como el estudio preliminar advierten puntualmente que el texto “incorpora abundantes notas a pie de página”. Sin embargo, a lo largo de la traducción el lector se ve obligado a confrontar repetidas notas, distrayendo su atención sin saber si encontrará una nota original que amplifique la comprensión del relato o si por el contrario se trata de notas editoriales superfluas, tales como, “Añadimos esta última frase al párrafo anterior”, “Hemos dividido las frases que resultaban demasiado largas”, o “Separamos en dos esta larga frase”. Como si esto fuera poco, casi la mitad de las 198 notas a pie de página explican simplemente diferencias entre la traducción presente con la de Jaén, una decisión que entorpece innecesariamente la lectura. En vez de remitir las notas al fondo del escenario para que el lector pueda leer al escritor como si le leyera en castellano, la traductora, quizá con la intención de llevar a cabo una labor meticulosa, se interpone demasiado entre el escritor y el lector e, inexplicablemente, deja que Ramón Jaén se interponga además entre ella y el texto original. No obstante, Un americano en La Mancha tras las huellas de don Quijote es una herramienta útil para comprender el proceso de traducción, un trabajo académico valioso que avanza nuestro entendimiento del relato de viajes, y una traducción acertada de un texto importante en los estudios cervantinos.
RAMÓN JAÉN
Vicente Ramos
De talante noventayochista y estilo sensualista, este buen escritor ilicitano, nacido en 1883, cursó el Bachillerato en el Instituto lucentino y se doctoró en Derecho y en Filosofía y Letras en la Universidad Central.
El magisterio de Gumersindo de Azcárate orientó su actividad como profesor del Instituto de Reformas Sociales y administrador de la Residencia de Estudiantes.
En 1915, Ramón Jaén Fuentes marchó a los Estados Unidos para ejercer la docencia en la Academia militar de West Point, no sin antes recorrer la geografía de Teresa de Jesús y Juan de la Cruz, “caminos de la última jornada por España”, trasladándose luego a Algeciras desde donde, “en uno de esos vaporcitos blancos de ruedas que hemos visto en los cromos suizos”, se dirigió a Gibraltar, en cuyo punto “comenzamos a sentirnos lejos de España”.
En Nueva York, nuestro comprovinciano, que se sintió inmerso en un mundo de “plena locura”, evocó su paisaje natal de alas blancas y encendidas: “Cerramos los ojos –escribió- y vino a nosotros un pueblo del Mediterráneo, claro, un pueblo, donde, en un cielo siempre azul, abren el esplendor de sus abanicos verdes miles de palmeras, y, de este pueblo, recordamos una plaza vieja donde hay una fuente y una casa, vieja también”.
La imagen surge fundida con la de su madre, que, en aquella placita, estaría, tal vez, rezando por el hijo: “Detrás de las vidrieras de sus balcones se sienta, en esas tardes calladas de los domingos de España, una señora toda de negro, pálida, con esa palidez de marfil que sólo tienen los elegidos, los que han sufrido mucho”.
La señora trocó la melancolía en lágrimas cuando supo que no había camino de retorno para el hijo, a la sazón profesor de la Universidad de California, cuya vida se extinguió el 26 de marzo de 1919.
La Naturaleza ardió en el espíritu de Ramón Jaén, “el mejor embajador del españolismo”, a juicio de La Tribuna, de Nueva York, hombre genuinamente mediterráneo: “Para estar contento –confesó-, me bastan un día de sol y el trino de un pájaro. Cuando triunfa el sol en la esplendidez azul de un cielo sin nubes y cantan los pájaros locos y borrachos de luz su canción de amores, creo en la vida”.
Como literato, al autor de La oración del huerto lo podemos encuadrar en la escuela modernista, ya que su prosa se alza recamada y llena, casi exultante, de sensaciones. Prosa de tempo lento, sensual, esteticista.
Estudioso de la psicología de su pueblo, Jaén ve a sus actuales paisanos dotados de igual carácter que sus antepasados – “el tiempo ha corrido en balde”, -sentencia- y lo mismo acontece con el rico folclore, especialmente la música, nacida del “espíritu soñador” del ilicitano que “compone sus cantos siempre perezosos, lentos, desmayados...”.
El Ayuntamiento de Elche rindió homenaje a la memoria de Ramón Jaén Fuentes, dedicándole, en 1919, una calle de “casas blancas como la leche”.
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