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Franco Estadella, Antonio

Enviado por Miguel Ors Mon… el
Datos biográficos
Fecha de nacimiento
17 de enero de 1947
Lugar de nacimiento
Barcelona
Fecha de muerte
25 de septiembre de 2021
Lugar de muerte
Barcelona
Profesión
Periodista
FRANCO ESTADELLA, Antonio (Barcelona, 17-I-1947 - 25-IX-2021)   Muere Antonio Franco Estadella, un gigante del Periodismo. Iosu de la Torre. El Periódico, 26-IX-2021

El periodismo catalán y español están de luto desde esta tarde en la que ha fallecido Antonio Franco Estadella (Barcelona, 17 de enero de 1947) tras 10 años de convivencia con el cáncer. Los médicos del Clínic contarán en futuros simposios el ejemplo del gigante que superó hasta seis veces los tratamientos de quimioterapia, todo un hito. Franco era un luchador en todas las facetas posibles. Un ser incombustible que se entregó al oficio de periodista antes de ser veinteañero y que protagonizó una revolución en el periodismo de la Transición y el que vino después. A él le debemos la irrupción en el mercado del primer diario moderno del último tramo del siglo XX y del advenimiento del XXI, El Periódico de Catalunya, "un producto popular, de centro izquierda, catalanista y del Barça", su tarjeta de visita, en el que experimentó y maduró cada uno de los pasos que trastocaron conceptos y modos de ejercer el oficio. Las hemerotecas conservarán su huella en el ‘Diario de Barcelona’, ‘El País’ y El Periódico. Precursor de las portadas en color, del 'full color', de un régimen laboral igualitario sin distinción entre reporteros, compaginadores, fotógrafos y dibujantes, impulsó también la edición en catalán de El Periódico, otro acontecimiento (octubre de 1997) en la defensa de este país y que aún no ha recibido el reconocimiento que se merecía. Además, fue el primer ‘comandante’ en sumergirnos en la búsqueda del nuevo espacio en el que hoy está embarcada la prensa escrita. Con aciertos y errores. De muchos éxitos y algún fracaso. Con Franco se va un estilo irrepetible, un modo de dirigir diarios personalísimo, igual de irrepetible. Se recomienda buscar la reciente entrevista publicada en la revista "L´Avenç", un modo de despedida sin decirlo y en la que este 'lleidatà' de sentimiento y raíces detalla los capítulos más importantes de su biografía. Franco ha muerto sin querer escribir el libro donde contase tantas cosas de las que fue testigo y protagonista. “No sería honesto porque hay cosas que se quedarán conmigo y no quiero engañar a la gente”, decía cada vez que alguno de sus más íntimos le animaba a dejar un testamento, nada que ver con las vidas de santos que le tocó devorar en la adolescencia (fue monaguillo) y que tanta huella le dejaron a la hora de ejercer el oficio. Nació para mandar, aunque le hubiera gustado ser redactor de deportes o sucesos. Pertenecía a la generación del relevo profesional tras la muerte del dictador. Llegó a director de periódico con 31 años, uno de los más jóvenes de aquella España. Los franquistas del Generalísimo quedaron atrás y emergieron los franquistas del periodismo, todos veinteañeros acompañados del superviviente Josep Pernau. Reconocía como sus grandes maestros a Santiago Nadal, Josep Pernau, Manuel Ibáñez Escofet y Josep Tarín Iglesias. Los cómplices en la inmensa trayectoria, los (sus) hermanos Carlos y Emilio Pérez de Rozas, Xavier Batalla, Xavier Roig, Xavier Vidal Folch, Àlex Botines y tantos otros (cómo olvidar al sabio fumador empedernido Miguel Ángel Bastenier o al europeísta que más sabe de economía y finanzas Andreu Missé). Y siempre con él, José Antonio Sorolla. En la cartera, la foto de Antonio Asensio Pizarro, aquel chaval del barrio de la Sagrada Família, hijo de un impresor, con el que de niños jugaban partidos de fútbol en la calle y con el que se alió para fundar El Periódico hace ya 43 años. El Periódico con Franco tuvo dos etapas. La de la fundación, de 1978 a 1982, cuando ingresa en 'El País' de Polanco y Cebrián, y la más extensa, de 1988 hasta el 2006. Bajo su dirección, el diario alcanzó la cima superando las cifras de 'La Vanguardia'. Un compañero de singladura lo define como “un valiente”, un innovador que construyó un modo moderno de tratar la información, de forjar equipos, referente para muchos diarios españoles y latinoamericanos. Fue un adelantado al tiempo de bonanza que le tocó al periodismo español, cuando no se reparaba en gastos, fichajes, corresponsales, viajes y proyectos. No es exagerado decir que a final de los años 90 casi se muere de accidente laboral. Un infarto de miocardio le envió a boxes. Regresó a la redacción meses después con ímpetu renovador. Había imaginado cómo debía ser el diario de los primeros años del siglo XXI. Y allí estuvo, en la durísima batalla. En su trayectoria hay que recordar el pulso que mantuvo con Jordi Pujol durante el caso Banca Catalana, el error de ‘congelar’ durante semanas los papeles del ‘caso Filesa’ que tambaleó al PSOE de Felipe González (en 1991), el duelo con José María Aznar el 11 de marzo del 2004, el de la gran mentira sobre la autoría de ETA en la masacre de los trenes de Madrid, el impulso a los JJOO de Barcelona-92 y liderar desde el diario el ‘No a la guerra’ de Irak (2003). Hubo muchos más, como aquel editorial sobre el 3% de CiU (2005) que dio pie a la legendaria diatriba de Pasqual Maragall en el Parlament. 

El lado salvaje, gamberro

Antonio Franco también tenía un lado salvaje, al que siempre creyó tener bajo control. Cofundó en los años 70 las revistas satíricas ‘Barrabás’ y ‘El Papus’, que hoy no pasarían el algodón del #MeToo por gamberrísimas, irreverentes y machistas. El chico de barrio al que le gustaba jugar a la máquina de millón en el bar de abajo de casa, el apasionado del juego de las chapas de fútbol, los bocadillos de berberechos, el que advertía de que tenía el corazón “siempre a la izquierda”, tuvo muchas pasiones. La casi prioritaria, el FC Barcelona. Detrás del seudónimo Antonio Bigatà (en homenaje a su compañera Mylène), escribió durante décadas sobre el Barça. Fue Ibáñez Escofet el que le recomendó que eligiese otro sello, porque un periodista de la proyección que anunciaba aquel jovencísimo licenciado en la Escuela de Periodismo de la Iglesia en 1968 debía preservar el mejor patrimonio: la firma. En los últimos años, Franco-Bigatà se convirtió en un experto imbatible del fútbol internacional. Repartió amores y odios en los distintos momentos del barcelonismo. Amó a Guardiola, a Cruyff. También a Messi, aunque en el adiós quedó tocado, jodido con el 30 del PSG. Se peleó mucho con Josep Lluís Núñez, fue demasiado caritativo con Josep Maria Bartomeu. Era un furibundo antimadridista que admiraba a Zidane. Bigatà se ha ido sin desvelar por qué era hincha incondicional del Elche. Un secreto de sumario, un amor por la camiseta blanca con franja verde, que le llevó a viajar cuando podía al estadio de Altabix, a merendarse derrotas y empates y algunas victorias junto a su inseparable Carlitos Pérez de Rozas. Y con Pepito Martínez Ibáñez. El campo del Elche, así es como bautizamos a su despacho en la redacción, donde cabían broncas desorbitadas, reconciliaciones, despidos, readmisiones, abrazos, sonrisas y algunas lágrimas. No había término medio, todo era desmesurado, excesivo, aunque ese cuerpo de oso escondía a un tímido sentimental. No le gustaba que le señalasen como un misógino por las poquísimas mujeres de sus 'staffs' y se disgustaba al enterarse de que tenía reporteros que le tenían mucho miedo. Antonio Franco, el de la generación del mayo del 1968, afrancesado de barba de ballenero, el que agitaba el diario ‘Libé’ como bandera, no hubiera sido él sin su mujer Milene, sin sus hijos Carlota y Andreu, sin sus elegidos como amigos, entre los que no debe olvidarse a Ildefonso Sánchez, confidente y ángel de la guarda. Eligió estar en el lado de la gente de a pie. No le gustaba el dinero ni los oropeles. Huía de los palacios y de las bodas reales, prefería los paseos junto al mar de su Barcelona y por los campos de Esterri d'Àneu (Pallars Sobirà). Disfrutaba comiendo, escuchando a Sylvie Vartan, a Peppino di Capri y los Beatles, y leyendo prensa regional francesa. El director que fundó este diario pasó sus últimas semanas en un pueblecito cerca de Burdeos, en la desembocadura del Garona, donde veraneó siempre. Al regresar tuvo ánimo para escribir su último artículo, una reflexión sobre cómo han cambiado los tiempos del periodismo, de aquel papel que aún envuelve bocadillos y protege suelos recién fregados y el del 'clickbait' vertiginoso. Una persona a la que no olvidaremos.

Homenaje a un gigante del Periodismo. Antonio Franco, el cobarde más valiente. Emilio Pérez de Rozas. El Periódico, 25-IX-2021

Ese grandullón nos hizo vivir y disfrutar con pasión, con devoción, sin horario, el mundo del periodismo, el de verdad, el de los hechos probados, el de las noticias contrastadas una y mil veces.

“Aquí estoy, ‘Chinito’, dándole pena a la tristeza” (Alfredo Bryce Echenique)

La ‘tata’ de Alfredo Bryce Echenique no tenía forma más descriptiva para definirle al gran autor, en su Perú natal, el estado en que se encontraba cuando estaba más que triste, cuando estaba destrozada, cuando, nada más moverse, escuchaba en su pecho el tintinear de los trocitos de su corazón, hecho trizas, ante la desgracia y la desolación que le tenía casi sin respiro. Así estoy yo. Así está la familia de uno de los grandes monstruos periodísticos que ha parido este país. Así está mi familia que era la suya (“cuando conocí a Carlitos, enseguida me presentó a su padre y, de inmediato, me convertí en un Pérez de Rozas más ¡y eso que yo ya tenía cinco hermanos!”). Y así está el mundo de la comunicación, mudo porque se ha ido el cobarde más valiente. Sí, sí, porque el gigante Antonio Franco (era maravilloso llegarle al ombligo, era tremendo que te abrazase, eran inolvidables sus collejas) tuvo el valor de reconocerle, recientemente, a Josep M. Muñoz en L´Avenç, que él había sido un cobarde. ¿Él, un cobarde? Él, que paraba las balas con las manos y ponía su pecho por delante de ti para que ni te rozaran. Él, que cuando llevaba dos días sin que nadie le llamase para protestar airadamente por alguna información y/o artículo, se acercaba a tu mesa y te decía “algo estamos haciendo mal, Emilio, porque hace días que no me llama nadie para cagarse en mi, así que aprieta a tus chicos”. Les estoy hablando del flautista de Hamelin. Él tocaba, se ponía a caminar y nosotros le seguíamos hipnotizados. Solo él sabía dónde iba y a nosotros, que éramos legión, nos importaba muy poco cual era el destino. Íbamos con él y eso, no solo nos protegía, sino que sabíamos que íbamos a hacer algo grande para el país, la sociedad y el periodismo. Como dice graciosamente Florentino Pérez cada vez que se encuentra a un descreído: “Usted todavía no lo sabe, pero usted es del Real Madrid”. Muchos no lo sabían, pero todos eran de Antonio Franco. No se podía ser de otro padre, hermano, jefe, maestro, compañero y amigo.

Contrastar mil veces

Estoy aquí para dar pena a la tristeza, pero, sobre todo, para decirles a todos esos jóvenes emprendedores y modernos que viven en las redes que ellos se lo perdieron pero yo, nosotros, sí conocimos al más grande y trabajamos con un ser superior. Trabajamos y aprendimos de un superviviente de un mundo ya desaparecido. Los hay, insisto, que no lo saben pero fueron, son, buenos porque rozaron a Antonio Franco, son honrados porque lo imitaron, son jefes porque le copiaron, son referentes porque se miraron en su espejo, escuchándole hablar, oyendo sus gritos, memorizando sus órdenes, aprendiendo de sus collejas y sufriendo sus apasionadas críticas. Ese grandullón nos hizo vivir el mundo del periodismo, el de verdad, el del puto papel, el de los hechos probados, el de las noticias contrastadas una y mil veces, el de las opiniones sagaces (“Emilio, ese artículo es estupendo pero, anda, saca esa frase, esa cagarruta, que siempre mancha tu texto, es perfectamente prescindible, sácala y te quedará redondo”), el de negro sobre blanco, nos lo hizo vivir y disfrutar con pasión, con devoción, sin horario y, sí, sin familia. Sin familia pero, vaya, nuestros hijos y nietos lo adoran y están ahora, todos, como la ‘tata’ de Bryce Echenique. Ese grandullón, un ser incapaz de hacer daño a nadie (queriendo), estaba hecho del material con el que se hace los sueños. Pero era duro porque quería que fuésemos los mejores. O lo intentáramos. Nunca olvidaré cuando acababan los consejos de redacción a media mañana y todos bajábamos pausadamente las escaleras del altillo de Consejo de Ciento donde nos reuníamos tras recibir sus tremendos varapalos por aquella cagarruta o cierta indefinición. Y siempre recordaré a José Antonio Sorolla diciéndome al oído: “Cada vez que acaba un consejo, tenemos que hacerle el boca a boca a alguno de los jefes”. Tú subías a aquel altillo creyendo, pensando, intuyendo, que habías hecho un buen diario y él, el grandullón, el cobarde más valiente, el tío al que le rozaban las balas y si no le disparaban, se cabreaba, siempre tenía algo que decirte…para mejorar. Eso sí, poco después de que Sorolla le hubiese hecho el boca a boca a alguno de los jefes (perdón, de nosotros, pues, aunque fuese su preferido, por ser el hermano de Carlitos, también me llevaba mis collejas), Antonio aparecía por tu mesa y te pellizcaba, o le guiñaba el ojo al ‘maltratado’ de turno, o abrazaba al que había sido objeto de reprimenda por la mañana. Créame, si a usted no le ha abrazado Antonio Franco (ya no llega a tiempo), no sabe por qué se le llama ‘el abrazo del oso’.

Limitados elogios

Su grandeza, su inmensidad, solo tenía un límite: el elogio. No había elogios. Tú debías adivinar que lo habías hecho bien porque lo veías feliz, orgulloso. Porque su mayor piropo ante la mayor exclusiva o artículo era “correcto”. Si Antonio Franco te decía “correcto”, tú tenías derecho a pasearte por Paseo de Gracia y decirle al mundo que eras un triunfador. Pero, amigo, si en la clasificación de Tercera División aparecía que el Martinenc tenía tres puntos menos de los que tenía, prepárate, eras hombre muerto. O, como poco, herido. Y ni el boca a boca de Sorolla te devolvía la vida. “Emilio, ha vuelto a salir el Martinenc con tres puntos menos y el tío del bar de debajo de casa, me lo ha vuelto a recordar, con razón. ¿A quién tengo que matar?” A nadie, Antonio, no volverá a pasar. “Eso me dijiste el lunes pasado, ¿no entendéis que si el lector ve que su periódico le falla en eso, tiene todo el derecho del mundo a pensar que lo que le contamos del Gobierno o del Banco de España también es mentira, o un error, o no está bien? ¿No lo entendéis?”. Yo no sé si Sorolla, o Iosu de la Torre, o Agustí Carbonell, o Xavier Vidal-Folch o mi amigo del alma Ramon Besa van a ser capaces de reconstruir mi corazón hecho añicos, entre otras cosas porque bastante tienen con pegar el suyo. Yo solo sé que después de tantas muertes como he sufrido en casa (“yo no he sido, Emilio, más fuerte de lo que fue nuestro hermano Pepo soportando la ELA, no lo he sido, Emilio, no lo he sido”), despedirme de este gigantón fue un viaje de ida y vuelta al infinito.

El puño en alto

Me recibió en la cama con el puño derecho en alto. “Ahí viene, el de los pantalones cortos”. Le dije lo grande que era y lo providencial que había sido para todos nosotros. Le dije que era un mierda por no haber escrito el libro de su vida, por llevarse con él la puta conversación con Aznar tras el atentado de Atocha. “Emilio, los que lo tienen que saber, ya lo saben y, a los demás, no les importo”. Le dije que nos había elevado al cielo periodístico y que se lo agradecíamos todos. Le dije que para unos había sido un padre, para otros un hermano, para todos ‘el jefe’ y, para mí, todo eso y más: un ejemplo. “Estuvo bien, Emilio, estuvo bien. Hicimos lo que pudimos. Fuimos valientes, pero siempre se puede hacer más, sobre todo porque hay mucha gente que nos necesita y, tal vez, no hicimos lo suficiente”, me susurró al oído. Y tuve valor para decirle ¿qué quieres que hagamos ahora? “Que me recordéis y sobre todo tú, cabrón, no dejes de empujar para que el Elche no baje”. Y me fui a llorar a los brazos de Mylene, Carlota y Andrés. Y me acordé de la frase que ‘The New York Times’ escribió una vez sobre Lola Flores: “No baila, no canta, pero no se la pierdan”. Voy a buscar el móvil de Dios. Carlitos y Antonio le están retando a un partido de botones.

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