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Cascales Vicente, Francisco

Enviado por Miguel Ors Mon… el
Datos biográficos
Fecha de nacimiento
1951
Lugar de nacimiento
Elche
Profesión
Impresor, fotógrafo
Militancia
PSOE
Francisco Antonio Cascales Vicente nació en Elche en 1951, de padre contable y madre aparadora. Su infancia la vivió, junto a su hermano Tomás, siete años más pequeño, en una casita muy pequeña en el barrio del Asilo. Sus primeros años los pasó con doña Mari Cruz Álvarez, una maestra asturiana que recaló en Asprillas acabada de proclamar la II República. Doña Mari Cruz fue una auténtica bendición para la familia de su madre Asunción. La abuela quedó viuda con 30 años y tres niñas pequeñas y no tuvieron más que vender las tierras, establecerse con muchas dificultades en la ciudad y ponerse a trabajar desde bien pequeñas. Una de las hermanas enfermó de tuberculosis y gracias al empeño de la maestra pudo ser ingresada en un centro hospitalario. El abuelo materno fue socialista y, antes de morir a los 32 años, tuvo tiempo para encargar una fotografía de sus tres hijas con ocasión del 14 de abril de 1931. Aunque sus padres no eran muy de iglesia, por una de sus tías Paco acabó comulgando y de monaguillo en la iglesia de San José, sustituyendo por cierto a otro monaguillo que, décadas después, sería el segundo alcalde de la democracia y que por aquel entonces se fue al seminario. Su primer entierro con hisopo en mano significó las tres primeras pesetas que ganó en su vida. Tenía nueve años y se fue a su casa más contento que unas pascuas para entregar a su madre el dinero ganado. Todavía recuerda aquellos entierros espectaculares con carrozas tiradas por seis caballos y aún hoy es capaz de rezar en aquel latín preconciliar. Algunos seminaristas que iban a su parroquia los fines de semana fueron detrás de él durante un año entero sin ningún éxito. De los seis a los diez años se los pasó en las Escuelas Graduadas con buenos maestros como D. Andrés Domínguez –el célebre Pierita del Elche C.F.-, D. Álvaro o D. Francisco Marco. Pero su madre se empeñó en que estudiara contabilidad, teneduría de libros y comercio para trabajar en un banco y Paco lo que quería era estudiar el bachillerato y hacerse arquitecto. Acabó en una academia pero consiguió imponer su voluntad y volver a la escuela y, en 1961 se presentó una oportunidad que no desaprovechó. Paco y dos de sus compañeros de las Graduadas pasaron por un examen que duró seis días en Alicante y consiguió una beca de 4.000 pesetas anuales con la que se pudo comprar todos los libros habidos y por haber y hasta una bicicleta Orbea de 1.500 pesetas. La madre no pudo más que ceder y Paco se matriculó en el Instituto Laboral, con un claustro de profesores y conserjes franquistas a más no poder. A uno de los profes le llamaban el cortapuntos porque lo que más le gustaba era arrancar puntos de las cartillas de los chiquillos y al que los perdiera todos se le expulsaba sin más. De aquel instituto recuerda un ambiente carcelario, muy mala leche y sopapos a discreción. Al menos la secretaria era una mujer de película y provocó el más importante altercado de aquel centro docente: un chiquillo con aficiones artísticas pintó en una puerta de los servicios una escena de amor –por decirlo suavemente- con la secretaria y el director como protagonistas. Y la que se lió. Los 300 chavales fueron sometidos a una prueba caligráfica con tal de descubrir al pintor, del que jamás se supo. Paco mantuvo su beca pero el régimen la fue reduciendo año tras año y al final las necesidades familiares obligaron a buscar trabajo. Se fue a Gráficas Miralles y se encontró con un oficio que, por su creatividad, disfrutó desde el primer día. Al igual que su compañero Mariano Ibáñez, también pasó por la academia de D. Eloy Espinosa y trabajó largo y tendido, de siete y media de la mañana a nueve de la noche, sábados por la tarde incluidos y muchísimos domingos, con proyectos como la cooperativa Punt i Ratlla (1979) o Preimpresión y Color (1983) y una intensa vida política –en las J.O.C, el Club de Amigos de la UNESCO y, actualmente, en el PSOE como miembro de su ejecutiva-  y cultural. Su oficio le llevó a la fotografía y al fotomontaje a los que ha dedicado buena parte de su vida artística, muy influido por Josep Renau y John Gartfield.   Relatos autobiográficos

Pasadas las fiestas, una mañana de enero del año 62, el maestro nos vio a mi padre y a mí  en el paseo de los Caídos y, después de saludarnos, dijo: “Con usted quería hablar”. De modo que entré a la escuela con la mosca tras la oreja. Resulta que el día anterior a las vacaciones  de Navidad, mientras cantábamos el Cara al sol y otros himnos –formados para entrar a las  clases–, al compañero que estaba delante de mí en la fila le habían dado unos “curritos” en  las orejas. Se volvió enfadado y trató de darme un puñetazo –evidentemente los “curritos”  venían de dos o tres filas atrás–. Alerta, por si acaso, conseguí esquivarlo y su puño rompió un vidrio de la vitrina del armario de Ciencias Naturales, acertando de lleno en un mochuelo  disecado. Para justificar su destrozo, Tarí dijo al maestro que yo le había provocado antes.  A pesar de mi vehemente alegato de inocencia, el maestro tomó una decisión salomónica:  “Los dos sois culpables” afirmó, añadiendo: “No volváis a clase mientras no vea un cristal colocado en su sitio, o..., informaré a vuestros padres”. Mientras tomábamos las medidas del vidrio, Antonio Tarí comprendió que yo no le había pegado ningún “currito” y nos fuimos tan amigos a buscar al fontanero –también cristalero–, más cercano: era Maciá, el del Pont  del Rei. El hombre, tras facilitarle las medidas, nos dio el precio: eran 17 pesetas ya instalado.  “Vamos por el dinero y enseguida volvemos”, le aseguramos. Reuníamos entre los dos tan  solo 4 pesetas y decirlo en casa supondría, con seguridad, algunos pescozones. Tarí, sacó la  mano del bolsillo diciendo: “Ayer me encontré este encendedor; está nuevo”. Era plateado,  de gasolina, y su precio rondaría los diez duros. Antonio Tarí continuó: “vamos a vendérselo  al quincallero”. “Yo no lo haría”. Contesté. “Con suerte, nos dará dos duros si llega”. “¿Que  hacemos entonces?”, Dijo nervioso. “Volver al Pont del Rei y cambiárselo por el cristal al  fontanero”. “Nos mandará a paseo”, afirmó rotundo. “Tu déjame”. Y volvimos. “¿Ya tenéis  el dinero?”, preguntó Maciá. “No, pero le haremos una oferta mejor”, y seguí embalado: “le damos este mechero nuevo, que vale más de 50 pesetas, a cambio”. “Lo habéis robado?”.  “No, se lo ha encontrado él”. “De todas formas, no me interesa, no fumo”. “No es para eso,  Manolo, es para trabajar”. “¿Para el trabajo?”. “Sí, para que encienda elsoldador”. Entonces  sonrió. “De acuerdo”. El trato estaba hecho. Fuimos con él a les graduadas y colocó el vidrio  “en su sitio”, mientras en la clase de don José Esteve, los niños ensayaban: A vint-i-cinc de  desembre... Fum, fum, fum. Ha nascut un minyonet ros i blanquet. Fill de la Verge Maria... A mediodía esperaba ansioso a mi padre porque quería saber de qué había hablado con don  Francisco; Cuando volvió a casa revolotee un poco a su alrededor y se dio cuenta de mi intranquilidad: “quieres que te cuente mi conversación con el maestro, ¿verdad?”. Me hice  el desentendido. “Pues bien, el cree que debes ir al instituto. ¿Tú quieres ir?”. Dos meses  más tarde, el maestro, que sustituía al director, entró una mañana a clase con un papel en las manos y sus gafas en la cabeza, signo inequívoco, de que estaba enfadado. Sin más, dijo:  “Que levanten la mano los que vayan a examinarse de ingreso a bachillerato”. Lo hicimos  once, incluidos los dos de la escuela de la Asunción; y siguió casi gritando: “¿alguno de  vosotrossabe que hay una convocatoria de becas?”, nos miramos unos y otros sin entender  nada. Pero Riquelme –hijo de un falangista de último escalón y fusil en las procesiones–,  alzó el brazo. “Acaban de informarme que la presentación de solicitudes a la convocatoria  de becas termina a las dos de la tarde de hoy. Son casi las diez. ¡Correr a la Falange por los  impresos!”. La sede de la Falange se hallaba en un edificio de la Corredora, esquina con la calle del Trinquet. Nos esperaba un hombre calvo, con gafas y cara de pocos amigos: “me han dicho que he de daros estos formularios; tenéis que traerlos cumplimentados hoy, antes de las dos”. Cuando nos dimos la vuelta, tan contentos, para bajar las escaleras añadió: “Un  momento, son imprescindibles tres fotos tipo carnet. Bajamos la cabeza y las escaleras y, en  el edificio de al lado, subimos a Fotos Uclés. Allí, una mujer con muy malas pulgas nos dijo:  “¿fotografiaros a todos en dos horas?, ¡imposible!”. Entonces empezamos la peregrinación:  la Corredora, el Salvador, Olivereta... “Portas”, “Esquembre”, “Gonzálvez”... Estábamos desmoralizados, ninguno podía hacerlo antes de dos días. De regreso a la escuela por la calle  Desamparados nos topamos de frente con “Fotos Fema”, un nuevo estudio donde trabajaba  de aprendiz un excompañero de escuela, que me debía una colección de tebeos. Entramos  y la dependienta ofreció terminar las fotos en un día, lástima. De la trastienda, donde sonaba  una radio, salió Diego Apache y, disimuladamente me dijo: “Paco, en la calle Carmen, hay un fotógrafo..., puede que él...” Y se oyó tras las cortinas…Te perdí por culpa de un error. Te  perdí, y ante ti vuelvo al fin a llorar y a suplicar..., perdóname, te quiero tanto, que yo sin ti  no se vivir mi amor..., vuelve otra vez, a darme tu querer, dame otra vez... Tu querer... Fuimos. Le explicamos la situación. Apalabramos el precio. Se fio de nosotros y, en un abrir  y cerrar de ojos, nos fotografió a todos. “Volver a la una y cuarto”, y corrimos a la escuela.  El maestro, nervioso, tenía los informes preparados, ayudó a cumplimentar las solicitudes y nos dejó el dinero para pagar las fotos. Antes de la hora acordada ya estábamos en el estudio del fotógrafo desconocido –donde tuvimos que esperar un buen rato porque las fotos aun chorreaban–. A la una y media subimos las escaleras de Falange Española. El calvo con gafas,  lo revisó todo con lupa, repartió los justificantes y salimos más contentos que unas pascuas.  El maestro y unos niños de 10 años lo habíamos conseguido. El examen provincial “Principio  de igualdad de oportunidades” tuvo lugar en el instituto Jorge Juan de Alicante, desde las 9 de la mañana hasta las 2 de la tarde, de un Lunes de san Vicente. Pasado un mes, Información el “diario del Movimiento”, publicó la lista de los que habían conseguido la beca. D. Francisco  Marco Santana llegó con el periódico en la mano y sus gafas en la frente, señal de que estaba  contento, y nos dijo: “lo sabía..., lo sabía: Cascales, López y Moreno estáis en la lista”. Ya era  mediodía y desde el corral realquilado de los padres de Angelita se escampaba una canción:  Tous les garçons et les filles de mon âge se promènent dans la rue deux par deux tous les  garçons et les filles de mon âge savent bien ce que c'est d'être heureux et les yeux dans les  yeux et la main dans la main ils s'en vont amoureux sans peur du lendemain oui mais moi... 

Domingo, 5 de mayo de 2019

     

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