Datos biográficos
Pasadas las fiestas, una mañana de enero del año 62, el maestro nos vio a mi padre y a mí en el paseo de los Caídos y, después de saludarnos, dijo: “Con usted quería hablar”. De modo que entré a la escuela con la mosca tras la oreja. Resulta que el día anterior a las vacaciones de Navidad, mientras cantábamos el Cara al sol y otros himnos –formados para entrar a las clases–, al compañero que estaba delante de mí en la fila le habían dado unos “curritos” en las orejas. Se volvió enfadado y trató de darme un puñetazo –evidentemente los “curritos” venían de dos o tres filas atrás–. Alerta, por si acaso, conseguí esquivarlo y su puño rompió un vidrio de la vitrina del armario de Ciencias Naturales, acertando de lleno en un mochuelo disecado. Para justificar su destrozo, Tarí dijo al maestro que yo le había provocado antes. A pesar de mi vehemente alegato de inocencia, el maestro tomó una decisión salomónica: “Los dos sois culpables” afirmó, añadiendo: “No volváis a clase mientras no vea un cristal colocado en su sitio, o..., informaré a vuestros padres”. Mientras tomábamos las medidas del vidrio, Antonio Tarí comprendió que yo no le había pegado ningún “currito” y nos fuimos tan amigos a buscar al fontanero –también cristalero–, más cercano: era Maciá, el del Pont del Rei. El hombre, tras facilitarle las medidas, nos dio el precio: eran 17 pesetas ya instalado. “Vamos por el dinero y enseguida volvemos”, le aseguramos. Reuníamos entre los dos tan solo 4 pesetas y decirlo en casa supondría, con seguridad, algunos pescozones. Tarí, sacó la mano del bolsillo diciendo: “Ayer me encontré este encendedor; está nuevo”. Era plateado, de gasolina, y su precio rondaría los diez duros. Antonio Tarí continuó: “vamos a vendérselo al quincallero”. “Yo no lo haría”. Contesté. “Con suerte, nos dará dos duros si llega”. “¿Que hacemos entonces?”, Dijo nervioso. “Volver al Pont del Rei y cambiárselo por el cristal al fontanero”. “Nos mandará a paseo”, afirmó rotundo. “Tu déjame”. Y volvimos. “¿Ya tenéis el dinero?”, preguntó Maciá. “No, pero le haremos una oferta mejor”, y seguí embalado: “le damos este mechero nuevo, que vale más de 50 pesetas, a cambio”. “Lo habéis robado?”. “No, se lo ha encontrado él”. “De todas formas, no me interesa, no fumo”. “No es para eso, Manolo, es para trabajar”. “¿Para el trabajo?”. “Sí, para que encienda elsoldador”. Entonces sonrió. “De acuerdo”. El trato estaba hecho. Fuimos con él a les graduadas y colocó el vidrio “en su sitio”, mientras en la clase de don José Esteve, los niños ensayaban: A vint-i-cinc de desembre... Fum, fum, fum. Ha nascut un minyonet ros i blanquet. Fill de la Verge Maria... A mediodía esperaba ansioso a mi padre porque quería saber de qué había hablado con don Francisco; Cuando volvió a casa revolotee un poco a su alrededor y se dio cuenta de mi intranquilidad: “quieres que te cuente mi conversación con el maestro, ¿verdad?”. Me hice el desentendido. “Pues bien, el cree que debes ir al instituto. ¿Tú quieres ir?”. Dos meses más tarde, el maestro, que sustituía al director, entró una mañana a clase con un papel en las manos y sus gafas en la cabeza, signo inequívoco, de que estaba enfadado. Sin más, dijo: “Que levanten la mano los que vayan a examinarse de ingreso a bachillerato”. Lo hicimos once, incluidos los dos de la escuela de la Asunción; y siguió casi gritando: “¿alguno de vosotrossabe que hay una convocatoria de becas?”, nos miramos unos y otros sin entender nada. Pero Riquelme –hijo de un falangista de último escalón y fusil en las procesiones–, alzó el brazo. “Acaban de informarme que la presentación de solicitudes a la convocatoria de becas termina a las dos de la tarde de hoy. Son casi las diez. ¡Correr a la Falange por los impresos!”. La sede de la Falange se hallaba en un edificio de la Corredora, esquina con la calle del Trinquet. Nos esperaba un hombre calvo, con gafas y cara de pocos amigos: “me han dicho que he de daros estos formularios; tenéis que traerlos cumplimentados hoy, antes de las dos”. Cuando nos dimos la vuelta, tan contentos, para bajar las escaleras añadió: “Un momento, son imprescindibles tres fotos tipo carnet. Bajamos la cabeza y las escaleras y, en el edificio de al lado, subimos a Fotos Uclés. Allí, una mujer con muy malas pulgas nos dijo: “¿fotografiaros a todos en dos horas?, ¡imposible!”. Entonces empezamos la peregrinación: la Corredora, el Salvador, Olivereta... “Portas”, “Esquembre”, “Gonzálvez”... Estábamos desmoralizados, ninguno podía hacerlo antes de dos días. De regreso a la escuela por la calle Desamparados nos topamos de frente con “Fotos Fema”, un nuevo estudio donde trabajaba de aprendiz un excompañero de escuela, que me debía una colección de tebeos. Entramos y la dependienta ofreció terminar las fotos en un día, lástima. De la trastienda, donde sonaba una radio, salió Diego Apache y, disimuladamente me dijo: “Paco, en la calle Carmen, hay un fotógrafo..., puede que él...” Y se oyó tras las cortinas…Te perdí por culpa de un error. Te perdí, y ante ti vuelvo al fin a llorar y a suplicar..., perdóname, te quiero tanto, que yo sin ti no se vivir mi amor..., vuelve otra vez, a darme tu querer, dame otra vez... Tu querer... Fuimos. Le explicamos la situación. Apalabramos el precio. Se fio de nosotros y, en un abrir y cerrar de ojos, nos fotografió a todos. “Volver a la una y cuarto”, y corrimos a la escuela. El maestro, nervioso, tenía los informes preparados, ayudó a cumplimentar las solicitudes y nos dejó el dinero para pagar las fotos. Antes de la hora acordada ya estábamos en el estudio del fotógrafo desconocido –donde tuvimos que esperar un buen rato porque las fotos aun chorreaban–. A la una y media subimos las escaleras de Falange Española. El calvo con gafas, lo revisó todo con lupa, repartió los justificantes y salimos más contentos que unas pascuas. El maestro y unos niños de 10 años lo habíamos conseguido. El examen provincial “Principio de igualdad de oportunidades” tuvo lugar en el instituto Jorge Juan de Alicante, desde las 9 de la mañana hasta las 2 de la tarde, de un Lunes de san Vicente. Pasado un mes, Información el “diario del Movimiento”, publicó la lista de los que habían conseguido la beca. D. Francisco Marco Santana llegó con el periódico en la mano y sus gafas en la frente, señal de que estaba contento, y nos dijo: “lo sabía..., lo sabía: Cascales, López y Moreno estáis en la lista”. Ya era mediodía y desde el corral realquilado de los padres de Angelita se escampaba una canción: Tous les garçons et les filles de mon âge se promènent dans la rue deux par deux tous les garçons et les filles de mon âge savent bien ce que c'est d'être heureux et les yeux dans les yeux et la main dans la main ils s'en vont amoureux sans peur du lendemain oui mais moi...
Domingo, 5 de mayo de 2019
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