Datos biográficos
Entre las calles de la ciudad de Murcia, conocida por su peculiar expresión “acho”, sus Fiestas de la Primavera o su jocoso uso del limón para aliñar todo tipo de platos como las patatas fritas, los calamares e incluso el pan, nací en el año 1941 entre las paredes de una casa cristiana, cerca de la Plaza de Toros, con las dos hermanas de mi madre. Siempre solíamos estar rodeadas de un gran ambiente familiar, lo cual hizo que mi infancia se tornase en una de mis épocas de oro.
Mi madre, Carmen Vega, se encargaba de las tareas de casa, mientras que mi padre, Carmelo Baeza, era torrefactor y poseía un almacén donde vendía al por mayor el café como producto final. Por aquellos años se estilaba ayudar a tus padres con las labores domésticas o bien en las fábricas, pero mis progenitores me motivaron a seguir estudiando. Me eduqué junto a mis cuatro hermanos (Juan, Pepe, Kike y Alberto) en el colegio Santa María del Carmen[1], donde también me comulgué cuando cumplí cerca de siete años.
Como estudiante, se puede decir que no era ni muy buena ni muy mala. Me refugiaba en mis silencios, por mi timidez. Aunque hubo una vez que me castigaron por copiarme, ya que quería terminar los ejercicios pronto para poder jugar más tiempo, y tuve que llevar unas orejas de burro a la vez que paseaba por todo la clase. Mi pasión no se encontraba en las aulas de aquella escuela sino en otra.
Fácilmente me cohibía. Lo pasaba mal de pequeña, pero llegó mi madrina Fuensanta, quien me hizo no serlo. Me ayudó mucho con sus consejos y fue quien me animó a desarrollar mi afición por la música y la danza, comenzando por asistir a conciertos y espectáculos cuando tenía cinco años. A esa edad, me apunté a baile en la escuela de Enriqueta Ortega, catedrática en Alicante y cuya influencia en mí hizo que crease un certamen en su honor, y cuatro años más tarde accedí al conservatorio de Arte Dramático, Música y Danza de Murcia. Durante seis años mi rutina vespertina se basaba en pasar las tardes en dicho sitio. Próxima a los 17 años, termino la carrera y se me ofreció ayudar a dar clases allí. Acepté con entusiasmo. Esto me permitía, gracias al título que me otorgaron, examinar a las bailarinas. Estaba en mi salsa, sumergida en un sueño del que no quería despertar.
Pero lo hice (a medias). Corría el año 1959 cuando una amiga y yo decidimos acudir a una fiesta de Elche. Ella tenía unos tíos que trabajaban en Tejidos Palazón, en la calle Corredera, en frente del fotógrafo Monferval[2]. En aquella velada conocí a mi marido, Fermín Alemañ, quien me sacó a la pista de baile en l’Hort de Baix, lugar que empezaba a despuntar contando con la presencia de grandes artistas como Raphael o Dúo Dinámico. Todo ello en una época donde, por ejemplo, en Murcia no se estilaba que un chico te sacase a bailar así porque sí, sino que tenían que presentártelo con anterioridad. Por suerte, esa noche se produjo un flechazo entre nosotros.
Tristemente en unos meses él se iba a hacer el servicio militar, la “mili”, a Paterna (Valencia), pero mantuvimos nuestra relación mediante cartas diarias durante casi cuatro años. Aun separándonos cierta distancia, nuestro amor era idílico. Ya en 1962, con 21 años, decidí dar el “sí, quiero” en el templo parroquial de San Lorenzo en Murcia. No tenía coche, ni moto, me iba a ser muy difícil entrar en una vida nueva sin apenas ver a mi familia por temas de transporte, pero le prometí a Fermín irme a vivir con él y así lo hicimos. Nos instalamos en un piso en la antigua carretera de Aspe de Elche, donde tuvimos a nuestro primer hijo, José Alberto, en 1964. Entretanto mi suegra estaba construyendo un edificio, con un piso para cada hijo, cerca del Puente de Altamira, donde posteriormente nos mudaríamos y tendríamos nuestros dos últimos hijos, Francisco Javier y Sergio.
Mi marido comenzó a trabajar en la tienda de comestibles, que había debajo de casa, con su madre y también se dedicaba al calzado. La vida no nos podía sonreír más. Nos iba bien aun siendo tiempos de posguerra. No sufríamos de vandalismo, ni de ningún problema. Podíamos salir a la calle y sabíamos que nadie nos iba a robar. Y si lo hubiesen hecho, las consecuencias hubiesen sido peores. Pero había mucha gente que lo pasó mal por sus ideales, por las que me niego rotundamente a volver a una dictadura. Por ella murió mi suegro Alemañ, dirigente comunista. Así pues, decidimos limitarnos a vivir, si bien no teníamos miedo.
Subida al carro de la aventura, no podía dejar de lado la mayor ambición de mi vida, es decir, el baile. Me tiré a la piscina y contacté con Marisol Pérez, profesora de una pequeña academia, quien dejó el oficio después de contraer matrimonio y logré que me dejase el espacio y ciertos materiales de su grupo. Así pues, abrí la primera escuela de ballet clásico profesional en la ciudad, rechazando la oportunidad de impartir clase en el Conservatorio Superior de Danza de Alicante con la meta de dedicarme de lleno a la enseñanza de mi especialidad en Elche.
Y eso hice. Traspasé la escuela a un entresuelo con un espacio mayor, enfrente de la iglesia de El Salvador, donde me costó mucho que la gente accediese, ya que no se tenía por costumbre apuntarse a tal disciplina. Llegó un momento en el que me sentí muy observada cuando iba a dar clase, en el punto de mira, incluso me preguntaban que si iba de boda por lo emperifollada; y pensé que quizá esto influía a la hora de confiar en mí. Fue un espejismo, porque todo fue viento en popa durante 30 años hasta que por un problema en el dedo del pie tuve que abandonar todo. Pero lo dejé en buenas manos, puesto que antiguas alumnas, como Mari Carmen Serrano, quien acabaría por ser la directora, Susi Soler o Marga Alemany, me ayudaron para que la academia siguiera a pleno rendimiento.
No solo tenía la danza como hobby, sino que se podría decir que a mí siempre me había interesado la política en el sentido de que me considero idealista. Soy una persona muy creyente, me viene de familia. Me propuse luchar por hacer de esta una sociedad mejor. Mientras estaba ejerciendo de profesora de baile, me lo planteé. De hecho, me hice afiliada mientras estaba Manuel Ortuño como presidente de Alianza Popular en Elche en los años 80.
Por aquellos años, España salía de una dictadura y entraba en un proceso de transición, que fue un período para recordar. Estábamos en el cine Alcázar de Elche cuando cortaron la película para decirnos que Franco había muerto. Un estupor general ensombreció la sala. ¿Qué pasaría después de aquel acontecimiento? Inesperadamente se instauró la democracia parlamentaria. Me llenó de alegría. ¡Quién diría que los partidos políticos se pondrían de acuerdo para establecer un marco constitutivo en el país! Tanto socialistas, como populares y comunistas remaron en la misma dirección después de la trágica Guerra Civil y la miseria de la posguerra. En parte doy gracias al Rey, porque en última instancia tenía la decisión de continuar o cambiar de régimen. Por ello, en parte, me duelen las críticas hacia la monarquía. Fue histórico aquello y, si algo tenemos que hacer como ciudadanos, es respetar a la dinastía reinante en España.
Ahora se están pasando de la raya. Pecamos como sociedad avivando las llamas en un clima de tensión permanente y creciente, porque igual que se les reprocha a los políticos ciertos deslices, también hay que hacerlo con el comportamiento de algunos medios de comunicación. A la ligera, sin comprobación, lanzan órdagos que perjudican gravemente al expuesto. Y recordemos que también tiene familia. La persona crucificada ha podido equivocarse. Es de humanos. Claro que la Constitución está para cumplirla, el Código Penal también y así vivir en paz y armonía. Pero en ciertos casos, suele pasar que después la persona sale absuelta y no dedican tiempo a rectificar -aunque el dolor ya se haya ocasionado-. Hace falta humanidad.
Asimismo, algunos colaboradores se dedican a insultar y acusar duramente a políticos en las tertulias televisivas dedicadas a este ámbito o bien en sus respectivos debates. Hay que defender y exponer ideas, pero siempre con una mínima consideración por delante. Es por ello, que cada vez veo menos programas como “Al Rojo Vivo” y más documentales de La 2 de TVE, donde suelen emitir resúmenes de fiestas tradicionales de España, lo cual me llena de orgullo. Todas sus regiones tienen algo que decirte. Sus tradiciones, hábitos, costumbres tan diversas…revaloriza en mí ese sentimiento de ser española de corazón, de verdad. ¿Por qué tenemos que entrar en disputas absurdas, como en Cataluña, cuando claramente si algo está fuera de la ley no se puede consentir? ¿Por qué cuesta tan poco ofender a los fieles de una religión y actuar con excesiva crueldad contra estos? La unión hace la fuerza, ¿no? Pues hagámoslo. Igual que nos juntamos para protestar por una sociedad más igualitaria.
Tanto los hombres como las mujeres han de tener los mismos derechos y oportunidades, por ejemplo, a la hora de acceder a un puesto de trabajo, donde se valora a los candidatos por sus méritos no por su sexo. Estas son un pilar fundamental, importantísimo, y no han sido valoradas como se debía. Y, parcialmente, hoy en día hay sectores de la colectividad que no lo comprende. Es aberrante ver en las noticias como día sí y día también mueren chicas por la violencia machista.
De este y otros temas debatimos en las asambleas que se realizan dos veces al mes en la sede del PP. Nadie se ofende, porque la mayoría de las reflexiones se plantean desde la admiración y la tolerancia. No se comparten razonamientos, pero se respetan. Conozco a muchísima gente de otros partidos y, creencias aparte, son personas maravillosas. Hay gente muy joven, muy buena y muy preparada para ocupar puestos, en los que saben que van a estar bajo el foco constantemente, bajo en el punto de mira, pero que tienen un don para defender sus ideas y llevarse las críticas a un terreno condescendiente. Por eso, no aceptaría ser concejal. Siempre he preferido mantenerme al margen, más bien ayudar; pero por las circunstancias me ha tocado estar en la Ejecutiva durante algún tiempo. También estuve como vocal, representando al PP, en la Junta Rectora del Instituto Municipal de Cultura en 2007 cuando el PSOE de Alejandro Soler gobernaba en el terreno local ilicitano.
Al año siguiente, en 2008, cuando se avecinaba la jubilación, me sugerí seguir prosperando en el mundo del baile. Sabía que tenía tablas para la enseñanza, ya que había impartido música durante casi nueve años en el colegio Altozano de Alicante y había recibido cursos como profesora en la Royal Academy of Dance de Londres (RAD). Aunque si bien es cierto que llegué a actuar en Cannes con el maestro catalán Ferrán, en “El Lago de los Cisnes” en Barcelona con Joan Tena, conocido coreógrafo y bailarín catalán, y con otros muchos bailarines en Murcia, siempre me había dedicado a la docencia más que a pertenecer a un elenco de baile. Por lo tanto, solo hacía falta emprender. Entonces, tuve que rendir cuentas con el alcalde Soler para que me ayudase y me dejara un espacio. Muy amablemente aceptó mi propuesta y l’Escorxador fue el sitio elegido para que viese el nacimiento de mi ambicioso proyecto. Fundé la asociación de ballet joven “Illidanç Classic”, de la cual soy presidenta, con el objetivo de preservar el valor de la danza clásica en Elche y motivar a quienes sean partícipes (alumnos y profesores), ya que antes tenían que abandonarla si querían seguir estudiaando esta especialidad.
Había muchas escuelas dedicadas a este arte en la ciudad, pero suelen decantarse por una mezcla de estilos: moderno, contemporáneo, latino, hip hop, urban…pero ninguna se centraba en un tema en concreto. Por consiguiente, aposté fuertemente por llevar adelante mi plan, sin ánimo de lucro, y me salió bien. Mi ballet está compuesto por entre 35 y 40 miembros, algunos provenientes del Conservatorio de Murcia y de Alicante. Hay profesoras de estos que, sin dudarlo, me han prestado su ayuda como Leticia Ñeco o Elvira Santa María. Gracias a todo el elenco, hemos realizado funciones en el Teatro Circo de Orihuela o en el Gran Teatre d’Elx como “La nena baila”, “La bella durmiente” o “Cascanueces”.
Esto es lo que ocupa la mayor parte de mi tiempo. Y me encanta. Este arte es educativo, te aporta fuerza y disciplina, dominas tu cuerpo, te evades de otras cosas, te transmite saber estar, entre otros muchos valores. Una lástima que la técnica clásica cueste de integrar tanto en España. Me encantaría que tuviera mucha más difusión y que más gente la pudiera disfrutar tal y como yo lo hago cuando, por ejemplo, estoy en casa y suelo ver actuaciones de danza clásica. Me alegra. Siempre que me acuerdo visualizo los trabajos de una de las mejores parejas de ballet de la historia, Rudolf Nuréyev y Margot Fonteyn, que fue presidenta de la RAD. Y así paso los días. Pensando en familia, política, danza y, para más inri, formo parte del Patronato Rector del Misteri d’Elx. Pero no me quejo, me considero una afortunada.
[1] Colegio católico fundado en 1913 por la Congregación de las HH. Carmelitas de Orihuela, quienes ubicaron la escuela cerca del Cuartel de Artillería de Murcia.
[2] Julián Fernández Parreño (1925 – 2009). Famoso fotógrafo ilicitano que inmortalizó la ciudad de Elche durante los años 40 y, además, fue concejal de Obras en la Corporación de Vicente Quiles.
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