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Baeza Agulló, Joaquín

Enviado por Noelia Espinos… el
Datos biográficos
Fecha de nacimiento
25 de diciembre de 1934
Lugar de nacimiento
Calle Victoria (Elche)
Profesión
Agricultor
Mi nombre es Joaquín Baeza Agulló, aunque mi apodo era Chimo, que era como me llamaban en castellano. Nací el día 25 de diciembre de 1934 en la Calle Victoria. Mi estado civil es el de viudo, ya que aunque me casé el 12 de mayo de 1961, mi mujer falleció el 26 de diciembre de 1978. Actualmente vivo en la Calle Rector Número 17. Tengo dos hijas, Antonia Baeza Tarí (Tonia), de 52 años y Josefa Baeza Tarí (Pepi), de 50 años de edad. Ambas han tenido dos hijas, por lo que tengo cuatro nietas. La primera de ellas es madre de Alicia (18) y Helena Zomeño Baeza (21), mientras que Pepi es madre de Noelia (19) y Almudena Espinosa Baeza (22) A lo largo de mi vida he tenido tres residencias: hasta los siete años estuve viviendo en los Balsares, hasta que mi familia se trasladó a otra casa de campo en Maitino, casa que ahora es propiedad de mi hija Pepi, ya que actualmente estoy viviendo en el Raval. De mi primera vivienda no consigo recordar mucho porque era muy pequeño, solo que tenía varias “cambres”, pero sí recuerdo que era una casa muy antigua. En la casa de campo de Maitino no pusimos la luz corriente hasta 1964, el agua potable en el 70 de un pozo con un pequeño motor y el aseo lo acabamos de construir en 1980. En esa casa vivía con mis padres, pero la mitad era un corral, caballerizas y almacenes donde se quedaban los trabajadores que venían a la campaña de la almendra. La casa tendría un total de tres dormitorios, dos cocinas, un comedor, dos almacenes, un corral, dos cambras y más tarde construyeron el fregadero. El mobiliario era escaso, y cuando me casé seguí viviendo con mis padres, de ahí que en la actualidad haya dos cocinas contiguas. Como teníamos almendreros y oliveros y yo sufría de algunas enfermedades y era el único encargado de las tareas, para la temporada de la almendra o las olivas solíamos contratar a dos o tres jornaleros como nosotros para que nos ayudasen. Del mismo modo, para las hortalizas de invierno podíamos contratar seis o siete mujeres en el mes que duraba la recogida. Más adelante, en la época de coger habas y si no helaba, contratábamos a diez o doce mujeres. Las comidas más especiales o diferentes eran los domingos, cuando comíamos puchero o un poco de arroz, ya que entre semana desayunábamos, merendábamos y cenábamos en el “bancal” un poco de fiambre con companaje y pan. Del mismo modo, los días que más recuerdo eran los de San José, el día de la Virgen de la Asunción, las fiestas de las partidas, San Pere o San Vicente en Perleta, el día de todos Santos y Navidad o Pascua. El funeral de mis padres fue cuando estos tenían alrededor de 80 años, velando ambos cuerpos en casa. El más sufrido fue el de mi mujer, que falleció con 41 años en las Navidades de 1978 debido a un cáncer. Su enfermedad duró tan solo tres meses, y fue traída a casa para fallecer y posteriormente ser velada durante dos días. En la actualidad está enterrada en el Cementerio situado cerca de Peña las Águilas, ya que fue de las primeras que trajeron allí tras la inauguración del cementerio. Del mismo modo, no considero que mi familia fuese religiosa, ya que no íbamos a misa los domingos ni solíamos rezar ni cosas por el estilo, tan solo asistíamos a las fiestas del pueblo. Cómo comentaba anteriormente, mi mujer fue Manuela Tarí Martínez, pero tras diecisiete años de matrimonio falleció a raíz de un cáncer. En cuanto a mi familia materna y paterna, mis abuelos por parte de mi madre, Antonia Agulló Agulló, eran Josefina, más conocida como Pepica, y Vicente Agulló. Por el otro lado, los padres de mi padre, Francisco Baeza Molina, eran Joaquin Baeza y de mi abuela no puedo recordar el nombre, pero sí recuerdo que se apellidaba Carbonell. Tuve dos hermanas, pero ambas murieron, una de ellas a los 7 meses y la otra nació muerta. Mi padre era agricultor, y falleció a los 92 años de edad (1904-1996). Lo que más recuerdo de él es que era un hombre muy estricto pero también muy trabajador. Solía contar muchas anécdotas de la Guerra de África, en la que participó como cocinero y de la cual aún conservo algunos recuerdos. Murió en 1996 de muerte natural. Mi madre fallecería con 84 años el 20 de noviembre de 1998, no recuerdo por qué pero sí recuerdo que murió tras una operación en la que no tenía muchas probabilidades de sobrevivir. Fue ama de casa toda la vida y si hay algo que siempre recordaré son las pelotas del cocido que hacia algún domingo. No recuerdo muy bien las actitudes políticas de ambos, pero por aquella época prácticamente toda Elche era roja. Lo que sí sé a ciencia cierta es que mi padre tuvo que obtener un permiso tras ser encerrado en una plaza de toros para demostrar su lealtad al régimen y poder volver a casa. Y en cuanto a la religión, tampoco éramos practicantes, íbamos de vez en cuando a algún entierro o rezo pero tampoco me hicieron hacer la comunión, tuve que hacerla en la mili. Podría decirse que tuve dos infancias, la de Los Balsares en la guerra, cuando se quemaban iglesias (prácticamente todas las de las pedanías, Santa María se salvó porque era muy alta) y la de Maitino una vez finalizada la guerra. Un recuerdo que mantengo muy bien es el de la “Sanserrá” que le hicieron a mi abuelo al casarse por segunda vez, ya que era viudo. Los vecinos se pasaban todo el día con bocinas de caracol avisando a las pedanías, luego les tocaban la puerta y hacían ruido con cacerolas o tambores hasta que los novios les abrían la puerta y les invitaban a cenar. En el caso de mi abuelo, al negarse la primera noche, tuvo que aguantar hasta la madrugada con los sonidos, hasta que finalmente el segundo día mi abuelo les abrió. De esa primera infancia recuerdo también muy bien el día que se acabó la guerra, ya que cuando me levanté todas las mujeres gritaban. Cerca de aquella primera casa vivía un marqués donde estaban asentados soldados y esa mañana, todos se juntaron para celebrarlo y colgaron la bandera nacional. Y al poco tiempo de eso, mi padre volvió a casa. De mi segunda infancia no recuerdo mucho sobre música, pero sí que solía ver algunas películas “mejicanas”. En cuanto a los bailes, que tampoco eran lo mío, solo recuerdo algunos movimientos, como son el pasodoble, el vals o el xotis. En cuanto a mis amistades, eran la de vecinos del campo, “El forcat”, “Escalera”, “El Tomasin”, “El Xato”, “El Colaso”, “El Cuc” o Juanito León, la verdad es que no recuerdo con claridad los nombres ya que nos solíamos llamar unos a otros a través de nuestros apodos. Por otro lado, mi primera comunión fue en la mili, ya que mis padres no eran religiosos y por lo tanto no vieron necesario hacerme comulgar. Una ventaja que tuve allí es que ya sabía rezar, aunque no practicaba, por lo que los domingos solíamos turnarnos entre compañeros para ir a misa, en la cual recuerdo que el cura era un militar también. En cuanto a los juegos, no había pelotas como ahora, pero jugábamos a lo que hoy llaman “Pilota valenciana”, con pelotas que hacíamos artesanalmente o a “Trenca el ou”, con un bote que ponían en el suelo y con el tirábamos unas chapas alrededor de una raya. Entonces, el que llegaba a la raya debía chutar el bote y desde donde caía el que había perdido tenía que llevar a hombros al que había ganado. En la escuela solo duré dos días, pero aprendí a leer y escribir gracias a un maestro. Se llamaba José Peral, un hombre jubilado de 67 años que había trabajado en una oficina. Me acuerdo que tenía El Quijote, alguno escrito a mano y otros que eran para hacer copias o aritmética. A Torrellano iba de noche, ya que mi padre, tras comprarme una mula a los 11 años para enseñarme a labrar, aceptó que recorriese cinco kilómetros con mi primera bicicleta para ir a una pequeña habitación donde daba clase a cuatro niños por la tarde y a varios por la noche. Solía ir dos veces a la semana y allí también me enseñé a escribir a máquina. Mi primer noviazgo fue el de mi futura mujer, Manuela, quien era unos años menor que yo. Recuerdo que la conocí en una fiesta de una partida y la invité a bailar. En cuanto a la cultura general, no recuerdo el título de algunos periódicos aparte de los ya conocidos ABC o algunos del estilo. Y la radio la obtuve en 1960, una radio que funcionaba con doce pilas y un alambre con el que las soldabas. Estas duraban poco más de tres meses, por lo que cuando se acababan ya no sabías qué hacer con la radio. El tema de la televisión es algo diferente, la primera que vi fue en Madrid en el año 56 o 57, pero antes de comprarla adquirimos la lavadora en el 64, luego la nevera y finalmente fueron mis tíos quien me la regalaron en 1970. Recuerdo poco de lo que emitían en aquellas épocas pero sí que emitía en blanco y negro y solo había dos canales, la uno y la dos. En el caso de mi ajuar, este fue pagado entre las dos parejas de suegros. El asunto solía depender mucho del dinero que tenía la familia, ya que si todos los muebles nos costaron 44.000 pesetas, cada padre tuvo que pagar 22.000 pesetas. El ajuar del novio recuerdo que fue ahorrando dinero con la cría de conejos. En cuanto a la boda, recuerdo que fue en Santa María, pero el fotógrafo que contratamos debía acudir a la iglesia y no apareció, por lo que tuvimos que ir a un pequeño estudio a hacernos una foto de la boda. Es más, si no recuerdo mal, los fotógrafos debían tener algún tipo de permiso para ejercer su profesión. Al casarnos por la mañana, hicimos el banquete a la hora de comer en un almacén donde está ahora la farmacia del Carrer del Filet, ya que arriba vivían mis tíos. Por la tarde, al tener un coche contratado para todo el día, fuimos al cine de Alicante y luego cenamos y fuimos al Postiguet. Recuerdo volver a la una de la mañana más o menos de ese mismo día en taxi hasta Maitino. Si nos casamos un sábado, el martes emprendimos nuestro viaje de novios a Madrid hasta el domingo de esa semana. Recuerdo haber visitado museos como El Prado, carreras de caballos o el Palacio Real. Todo eso era nuevo para Manuela, pero yo ya había estado en la capital debido a una enfermedad. Empecé a trabajar “pasturando cabras” y preparando la hierba para los conejos cuando tenía ocho años, aunque se suponía que debías entrar a la escuela a los 9 años. La jornada era de seis pesetas por ocho horas después de la guerra. Una vez que ya era más adulto recuerdo que mi padre contrató a unas mujeres para recoger guisantes. Recuerdo que a ellas se les llegó a pagar 12 pesetas por 8 horas “escardando”, mientras que los hombres ganaban 18 ó 20 por coger habas. Por otro lado, no recuerdo haber asistido a ninguna huelga ya que no se regularizaron hasta la democracia. Además, acabé jubilándome dos años antes, a los 63, por una enfermedad pero ya contaba con un seguro para ese pequeño periodo. Sufrí varias enfermedades desde pequeño, ya que tenía graves dolores de estómago por los cuales mis padres me solían llevar a Alicante, ya que aquí la mayoría eran curanderos. Fue tras la mili cuando volví otra vez padeciendo de dolor de estómago y reuma. Es más, en el partido del 57 en el que el Elche subió a Primera ante el Levante, hacía mucho viento y cogí un enfriamiento que me dejó más de dos meses en cama sin poder moverme prácticamente. De la Guerra Civil tengo pocos recuerdos porque me pilló en una edad muy temprana. Lo que si recuerdo son anécdotas, como cuando un día me contó mi madre al llegar a casa que una “roja” había cogido el cuenco donde la gente cogía el agua para lavarse las manos en la iglesia para utilizarlo de bebedero para sus gallinas después de la quema de iglesias. También recuerdo cómo volvió mi padre a casa tras la Guerra Civil. Tuvo que venir pueblo por pueblo desde donde lo habían dejado, comiendo de lo poco que le daban los vecinos de las zonas. Llegando a un pueblo de Valencia la gente iba diciendo que había una plaza de toros donde daban comida y ropa gratis para todos. Al llegar, iban encerrándolos a todos y fusilando a los que fuesen “rojos”. Mi tío y mi abuelo fueron a recoger a mi padre con un permiso que redactó el alcalde de aquí que afirmaba que este no tenía ningún vínculo con el comunismo y que no había causado ningún problema para la ciudadanía. Además, también recuerdo el asesinato de José Antonio Primo de Rivera. Estaba en una cárcel de Alicante cuando un grupo de adinerados de la zona decidió hacer una marcha para rescatarlo pero fueron cogidos y fusilados todos ellos. Sé que más tarde le hicieron una cruz o un homenaje pero no sé si seguirá vigente o disponible a plena vista. Y por último, recuerdo la primera vez que vi a Franco. Fui a verlo a Alicante acompañado de mi padre y lo que más me llamó la atención y creo que me acuerdo es por el hecho de que llevase una escolta de musulmanes, algo que llamaba mucho la atención por aquel entonces.

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