Datos biográficos
ARANDA DOMÍNGUEZ, Salvador (Tetuán, Marruecos 13-X-1924 - Elche, 27-VI-2011). Hijo de Valero Aranda Gordón (Alberique, 4-VIII-1888) y de Antonia Domínguez Luque (La Línea de la Concepción, 7-II-1898). Casado con Josefa López Paneque el 17 de agosto de 1951, en Tetuán. El matrimonio tuvo seis hijos: Luis Miguel, Ana María, José Salvador, Antonio Javier, Valero Rafael y Juan Carlos. En Marruecos trabajó en la hostelería (Tetuán, 1941-1961), Radio Alfa (1937-1939) y Radio SAN (1940). Regentó la Librería Escolar (Tánger, 1962-1964). También colaboró con varias revistas literarias como Umbral, Mensaje y otras. Fue cofundador y secretario del Club Taurino Tetuán. En Marruecos formó parte también de un grupo de teatro. Fue regidor de escena en la representación de “En la ardiente oscuridad” de Antonio Buero Vallejo, representado un 13 de enero en Tánger. El 13 de agosto de 1964 él y toda su familia abandonaron Marruecos y se establecieron en Elche, en el barrio de San Antón. Entre el 6 de septiembre de 1964 y el 10 de octubre de 1969 fue camarero del bar restaurante del Parque Municipal. En 1969 abrió una librería en la calle Pedro Martínez Montesinos 11 (hoy Diagonal de Carrús) que tuvo que cerrar en torno a un año después. Se empleó entonces como camarero en el hotel Rey don Jaime entre el 10 de noviembre de 1970 y el 3 de junio de 1975. El 15 de julio de 1975 consiguió convertirse en empleado municipal como conserje de La Lonja (15-VII-1975) y como ayudante de Museos y Bibliotecas (1-VI-1977) y ayudante de Archivo y Biblioteca (16-III-1978), trabajo que compaginó como agente de distintas editoriales (Marín, Salvat y otras). Se jubiló el 13 de diciembre de 1989. Hombre de una enorme cultura, fue también un buen aficionado a la pintura y a la poesía. En Elche fue también, a principios de la década de los setenta director del Aula de Cultura Popular n. 8 de la Red Nacional, que tuvo su sede en el barrio de San Antón (C/ Tamarit, 24).Igualmente, fue miembro y llegó a ser director de la Associació de Teatre La Mangrana. Falleció el 27 de junio de 2011 a la edad de 86 años. Los que tuvimos el placer de tratarle tanto en la biblioteca como en el archivo municipal, lo recordamos como una persona de trato exquisito, siempre dispuesto a colaborar con los investigadores.
Publicaciones
"Las bibliotecas ilicitanas en la restauración" de Gaspar Agulló Sánchez, Salvador Aranda Domínguez, Festa d´Elx, nº 48, 1996, págs. 21-30.
"El Bibliobús como alternativa a la demanda bibliotecaria (Elche, crónica de una experiencia) de Salvador Aranda Domínguez y Gaspar Agulló Sánchez. En Actas del I Congreso Nacional de Archiveros y Bibliotecarios de Administración Local, 1988, ISBN 84-7579-583-8, págs. 419-432.
Nuestro agradecimiento a sus hijos y nietos.
Texto autobiográfico de Salvador Aranda Domínguez
"En el año 1964. Tánger había dejado de ser una ciudad alegre y confiada con vitalidad propia, e1 optimismo que era característica acusada en todos los que en ella habitaban, había ido desapareciendo para dar paso a una acusada preocupación, la incertidumbre se cernía sobre los europeos, que impertérritos habíamos aguantado la depresión económica, con la inútil esperanza de la promulgación de un dahir1 prometido desde las esferas gubernamentales, que habría de dotar a la que fuera ciudad internacional, de unos privilegios, que si bien no nos situaría en la coyuntura económica y social de que .gozábamos antes de la independencia, si prometía hacernos más llevadera la vida con ciertas garantías de continuidad, en esta espera, viviendo con la -esperanza de que el milagro se realizara, transcurrían los días, operándose en los moradores europeos y concretamente en los españoles un clima de desconfianza, que nos hacia presentir la inmediata decisión de emigrar o como mal menor de la repatriación.
Yo como tantos otros, había vivido días felices junto a los míos, una amplia esfera de amigos incondicionales, habíamos disfrutado de un trabajo bien retribuido, de vivienda amplia y confortable; todo aquello pertenecía ya al pasado, a un -pasado no lejano, pero perdido indefectiblemente y nuestro comentario de todos los días, era el mismo:
- Esto no tiene arreglo.
- La cosa dada día esta más difícil.
- Vivir aquí ya no merece la pena
Yo había sido muy feliz durante los últimos años.
Vivía en una casa de dos plantas en una calle céntrica, la callé Holanda. Junto a mi madre mi mujer .y mis seis hijos cooperaban a que mi felicidad fuera más ostensible ya que a esa armonía hogare ña se unía mi ocupación, la de librero quehacer que mas que trabajo resultaba un grato entretenimiento dada mi afición de siempre a los- libros. Estaba la librería de la que me ocupaba en calidad de gerente, situada en la calle Fez, la inmediata paralela a la que vivía, todo me resultaba cómodo durante unos años: en que ciertamente fui feliz. A última hora de la tarde solía retrasar el cierre de la librería y a ella acudía un grupo. de amigos entre los que me eran incondicionales, especialmente dos: Domingo y Manolo, durante al menos una hora charlábamos de teatro de libros o de sellos y luego cerraba, y salíamos a deambular por el Boulevard Pasteur, la plaza de Francia para terminar en cualquier bar tomándonos, unas copas viendo el Telediario de televisión española. Ya en aquellos momentos se presentía que aquello se ac ababa. La depresión se hacía sentir y la incertidumbre se reflejaba en los rostros que reían menos, cada día.
Un día llegó en que se prohibieron los informativos de TVE.
Repetidas veces llegaban a la librería con orden de secuestro de cualquier publicación española, el cerco se cerraba y la situación se hacía más grave para todos nosotros. Los consulados de España y sus misiones laborales, hacían cada vez más frecuentes las expediciones de repatriados. Familias enteras se veían abocadas a la lamentable situación de repatriarse, el trabajo faltaba y el que aun
lo conservaba, vivía con la incertidumbre de un posible despido ya que cada vez eran mayores las reivindicaciones de los indígenas, cosa lógica desde luego pero que no por ello dejaba de inquietarnos a todos.
1 Se conoce como dahir (en árabe, ي ظه ẓahīr, pronunciado ḍahīr en árabe marroquí) a los decretos emitidos por el rey de Marruecos.
En mi caso concreto, el negocio que regentaba perdía clientela por día ya que siendo el sólo dedicado a publicaciones españolas y al decrecer de manera masiva la población española, las ventas se reducían al mismo tiempo que gastos se elevaban, era esta situación la que vivíamos y la que a mí al igual que antes les ocurriera a otros muchos me llevo a la situación de al llegar a mi casa tras de una jornada de trabajo infructuoso dijera a Pepita, mi mujer:
Esto está llegando a su fin, no veo la manera de continuar, estamos sin una perra gorda y creo que cuanto más tiempo pase será más difícil salir de todo esto. Me duele abandonarlo todo lo conseguido, pero no puedo. Las Palabras que pronunciaba me dolían terriblemente. Era una claudicación a toda mi vida vivida en Marruecos, pero se imponía la renuncia al pasado en aras de un posible menos incierto porvenir. Pepita asentía en silicio, siempre me comprendió bien y ahora, sabia las razones de mis lamentos, estaba apenada muy profundamente, ella sabía de mi esfuerzos por evitar lo inevitable y hacia suyas mis preocupaciones y mis insomnios. Ciertamente no habíamos vivido jamás en una total holgura, habíamos vividos siempre en Marruecos y no conocíamos otra cosa incluso Españas nos asustaba por desconocida bien es verdad que en nuestro caso como en de tantos otros repatriados con anterioridad, habíamos llevado una vida de trabajo constante con el mínimo premio de comer todos los días y no siempre bien ya que los españoles que nacimos en Marruecos nacimos de padres que no emigraron a un país extraño en busca de fortuna si no a un territorio que creían prolongación de España en el que no faltaba el trabajo y eso les era suficiente. Jamás hubo afán de lucro en el español de nuestra clase y nosotros hijos de esos españoles venidos en busca de trabajo seguíamos por siempre preocupados solo por seguir trabajando y e aquí que la independencia nos sorprendiera poseyendo solo eso, un puesto trabajo y que al faltar esto a tantos se hicieran interminables las colas en los consulados en demanda de una ayuda económica, para su integración a esa patria nuestra tan cercana y tan desconocida. Cada una de esas familias tendría su calvario.
Así estaban las cosas, cuando en enero de 64 falleció mi madre, mi madre que tan afectada quedara a la muerte de mi padre y que tanto deseo siempre su regreso a su pueblo gaditano de La Línea de la Concepción vino a morir precisamente cuando la necesidad ineludible me tenia abocado a tomar la decisión de marcharnos todos a España a esa España a, la que la pobre no olvidó nunca hasta llegar a vivir obsesionada por su retorno, la muerte inesperada, solapada e intransigente la privó de ver cumplido su deseo, ya que aquello que a mí y a tantos nos quitaba el sueño por lo que de incógnita tenia a ella le habría resultado un premio siempre soñado la vuelta a sus lares , a su España andaluza y soleada. Se sintió indispuesta una noche en que Pepita embarazada y a punto de dar a luz a mí hijo menor, había ido a Tetuán a preparar su ingreso en maternidad. Acaba de servirme la cena, mis pequeños dormían ya atendidos por ella en todos los detalles, se quiso levantar para servirme el café, pudo hacerlo, la muerte empezó su ronda; llevada al Hospital Español. Nada se pudo hacer por salvarla y falleció en una cama blanca de una sala blanca sin recuperar el conocimiento. Fue una muerte triste en una familia pobre, una muerte de la que solo me consuela la seguridad de que ella no sufrió, murió calladamente como viviera toda su vida. Fue esta la oportunidad en que más de cerca pude saber del valor de la amistad, acudieron todos mis amigos y la familia de mis amigo incluso dese Tetuán se desplazaron Monty, Andreu y Silverito y tantos otros que merodearon y consolaron y hasta solucionaron junto con Domingo y Manolo Gutiérrez la cuestión del entierro para lo que yo no tenía medios económicos tal era mi situación cuando ya se anunciaba cercano el nacimiento de un nuevo hijo que vendría al mundo exactamente al mes y medio de fallecer mi madre como compensación de una vida por otra. Estos dos acontecimiento me decidió a tomar la decisión de dejar todo y decidirme a integrarme en una de aquella interminables colas que se formaban en el Consulado General de España en Tetuán ciudad está en la que aún y pese a vivir por entonces en Tánger, tenía fijada la residencia.
Vivía por entonces entristecido por la circunstancias que he relatado y la pobreza se hacía espesa, densa como una mañana de niebla tangerina.
Una mañana de Julio abrí la librería totalmente desmoralizado, carente de interés ausente casi y regrese a casa cumplida la media jornada de trabajo infructuoso, mis cinco hijos jugaban ajenos a todo y en espera de marchar al colegio, mi pequeñín dormía como un bendito en su modesta cuna, mi mujer y mi cuñada Quiqui venida a Tánger desde Sevilla, donde vivía con mis suegros y cuñado, en ayuda del trabajo improbó que suponía para su hermana el llevar una casa con seis hijos el mayor de los cuales tenía once años y el menor apena cuatro meses, la venida de mi cuñada fue una autentica bendición de Dios ya que su juventud y dinamismo habitual supuso para todos nosotros una inyección de vitalidad y de esperanza. Mi mujer y su hermana, decía., trajinaban incasablemente, yo les saludé con un beso como era habitual y me senté a la mesa si decir palabra ellas respetaron mi silencio y me pusieron de comer junto a ellas. Se hacía tan denso el silencio que hasta los pequeños parecían haber enmudecido. Yo meditaba, le daba vueltas a una idea que casi era una obsesión desde hacía algún tiempo. De súbito dije con voz impersonal y casi desconocida para mi propio yo.
- Pepita, he decidido tomar una determinación, nos marchamos a España. Pepita como si esperara estas palabras, me respondió casi atajándome.
- Esperaba que le lo dijeras y me alegro, no hay nada que desee más claramente, si no te lo he pedido yo antes es porque sabía que tu lo decidirías en el momento que creyeras más oportuno. ¿Qué dices tú Quiqui?, preguntó a su hermana.
- Me parece estupendo, estoy segura que es lo mejor que podéis hacer.
Y de inmediato se pusieron a hacer planes. Pepita ha sido siempre muy valiente para afrontar las situaciones más difíciles, apoyada en esta ocasión por el dinamismo joven y habitual en mi cuñada. Yo termine de comer en silencio sin apenas oír de cerrado que estaba en mis pensamientos, me levante bese de nuevo a las dos y salí en busca de mi tienda, la jornada se me hizo interminable, hasta el momento en que como era habitual vinieron Manolo Gutiérrez y Domingo Calvente. Charlamos como siempre de temas vario hasta la hora de cerrar y salimos a dar nuestro paseo de todas las noches, les hable de la decisión tomada y apoyaron mi idea, se ofrecieron como siempre su incondicional ayuda, nos tomamos una cerveza en el bar de Galindo y nos despedimos casi a las puertas de mi casa.
Subí casi optimista el primer tramo de escaleras de mi casa, subí los escalones de dos en dos, hacía tiempo que no lo hacía y me sentí sorprendido, arriba en el comedor sentí risas y sonreí contagiado, un extraño optimismo bullía en mi, probablemente era consecuencia de haber tomado una decisión, lo que me descargaba el alma impaciente. Vi como las dos hermanas mientras reían arreglaban la mesa dispuesta para la cena. Note la falta de algunas sillas y al asomarme al dormitorio de los niños y ver los colchones en el suelo note la falta de las camas y del ropero y mesitas de noche.
- ¿Qué significa esto? Pregunte sorprendido, a lo que sin dejar de reír, me contesto Pepita con otra pregunta.
- ¿No me dijiste esta tarde que nos marchábamos para España? Pues he dado el primer paso en evitación de que te arrepientas. He vendido los muebles a un "moro" que se dedica a eso ¿Lo apruebas?
… y lo aprobé, lo aprobé y vi en ello una muestra inequívoca del gran amor de aquella mujer extraordinaria con la que había unido mi vida.
Reímos al unísono los tres Pepita, Quiqui y yo y nos sentamos a cenar una modesta cena que en aquella ocasión me pareció extraordinariamente apetitosa.
Esa noche dormí sobre un colchón tendido en el suelo pero dormí bien, de un tirón.
Seria ingrato si olvidase a la tía María que nos alentó y apoyó en todo momento e incluso se ofreció a prestarnos un dinero, con la delicadeza de no hacerme a mí su ofrecimiento sino a Pepita y con el ruego de que y o no me enterara. Pepita no obstante me lo dijo siempre consciente de su deber de mujer maravillosa.
Al día siguiente de estos hechos salían todos los míos rumbo a Tetuán donde se instalaron en casa de mi cuñada Maruja con el beneplácito de su marido, el bueno de José Arrebola. Viviendo unos días hacinados, pero casi, casi felices.
Al día siguiente empezó Pepita, acompañada por sus hermanas, a gestionar el papeleo preciso para obtener la ayuda que nuestro gobierno decidió prestar a los repatriados. Mientras tanto yo seguía viviendo mi vida en Tánger con una extraña sensación de vacío y el apoyo de mis amigos que me llevaban a comer a sus casas y que se peleaban incruentamente por tenerme como invitado. Fueron momentos que no olvidaré jamás, el cariño, el desinterés, la solicitud con que era atendido tanto por la familia cariñosísima de Domingo, como por la estupenda y desprendida mujer de Manolo. Jamás podré pagarles cuanto les debo y aún hoy me conmueve el recordar tanto derroche de cariño. Luego llegada la noche y tras nuestro habitual paseo me despedía de los amigos contrariando su deseo de que durmiera también en su cas indistintamente y me refugiaba en la tienda en la que sobre sacos y periódicos improvisaba mi cama, una cama en la que la impaciencia, más que la incomodidad, no me permitía conciliar el sueño. Deseaba fervientemente que Pepita me anunciara la fecha que el Consulado estableciera para la salida de la expedición de repatriados en que yo y los míos habíamos de estar encuadrados.
Y la fecha llegó. Fue el día siete de Agosto de 1964.
Tres días antes de nuestra partida hice entrega de la tienda a quien había de sustituirme y me marche a Tetuán. Mis amigos me despidieron emocionado y me reconfortaron esperanzando mi alma desde hacia tiempo desesperanzada.
Una vez en Tetuán firme cuanto se precisaba firmar, visité a mi amigo Manolo Soler a la sazón encargado de la agregaduría laboral, en su calidad e asesor jurídico, encargado por el sindicato de su liquidación y este acopio de papeles acreditativos de mi calidad de encuadrado en las C.N.S. amén de una serie de certificados de buena conducta y profesionales esperaba me sirvieran de mucho en mi peregrinar por la península en busca de trabajo y acomodo. Mi última noche en Tetuán se reunieron un grupo de amigos: Simeón Viñuales - "Monty", Silverio Escobar, Paquito Heredia - "El Trompeta”, Simón Hayon, un amigo judío muy españolizado y casado con una sevillana y algunos otros, y me ofrecieron un aperitivo en el lugar que había sido habitual en los últimos años de vida en Tetuán, fue un acto maravilloso por su sencillez y en la que todos trataron de rivalizar en su afán por animarme. Yo había escrito unos versos y casi aturdido, por tanta muestra de cariño y por las copas ingeridas, me levanté y los recité.
Cuando lejos de estas tierras
de palmerales enhiestos
…
Me aplaudieron, me abrazaron y me ofrecieron, con la delicadeza propia del amigo sincero, su ayuda. No sé a cuantos les debo y cuanto, pero en mi alma vive y crece el agradecimiento y un sentimiento de sincera reciprocidad".
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