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Andrés Hernández, Elena

Enviado por Mariano Almela el
Datos biográficos
Fecha de nacimiento
Verano de 1929
Lugar de nacimiento
Madrid
Fecha de muerte
2011
Lugar de muerte
Madrid
Profesión
profesora de literatura

ANDRÉS HERNÁNDEZ, Elena (Madrid, 1929-2011).

Poeta y profesora del IES CARRÚS de Elche 1978-81

En ocasiones, se abren puentes que enlazan nuestros recuerdos ocultos en los recovecos de la mente, dejando al descubierto, de una forma aleatoria, o tal vez no, imágenes, personas, sensaciones que permanecían presas del olvido.

Todo empezó de un modo fortuito y cotidiano. Una noche de sábado del pasado mes de julio, visionando una película donde un profesor universitario trataba de mejorar las capacidades de su alumna para redimir sus faltas del pasado, de repente mi atención se vio alterada cuando en una escena el profesor trata de desentrañar los secretos de la oratoria, declamando el siguiente texto desde las escaleras de la National Gallery en Londres:

“Visiones flotantes que en mis juveniles años os presentasteis ante mi turbada vista, ¿podré ahora, que reaparecéis, sujetaros a mi voluntad? Mi corazón aún se siente con fuerzas bastantes para llevar a cabo esta original empresa. ¡Acudís en gran multitud! ¡Nada tengo que decir por ello; reinad soberanamente desde el seno de los vapores diáfanos y de las nubes, toda vez que como reinas os erguís a mi alrededor!  Al aspirar el mágico aliento que exhala vuestro cortejo, los transportes de la juventud renacen en mi corazón.”

Estas palabras me atravesaron como una certera daga y removieron mis recuerdos, pero no conseguí ubicar el origen de las mismas. Estos versos me resultaban familiares, eran de una cercanía ambigua, esa ambigüedad que aporta el paso de los años. Pertenecían a un libro que yo había leído y que, seguro me impresionó en su momento tanto como ahora, pero no recordé aquella noche de qué libro se trataba. 

Al día siguiente, mi mujer ojeaba la biblioteca de casa y seleccionó al azar un libro antiguo que reposaba latente en ese laberinto de ideas en aparente desorden. Se trataba de la inmortal obra de Goethe “Fausto”. Al abrir el libro descubrió la siguiente dedicatoria:

“A Mariano Almela, por su inteligencia, por su fino sentido del humor que yo presentí (¿recuerdas?) a pesar de su aparente distanciamiento.

Deseándole lo mejor en 1980 y siempre

Con la sincera amistad de, Elena Andrés”

Elche 28-XII-1979

La reacción de mi mujer fue inmediata, me preguntó ¿quién era Elena Andrés? y ¿qué motivó aquella dedicatoria? En un primer momento, me quedé absolutamente perplejo, no conseguía recordar. Pero al abrir el libro, descubrí que comenzaba con los versos que se habían recitado en la película que vimos la noche anterior, y fue entonces como, de un modo repentino, vinieron a mi memoria un inmenso caudal de recuerdos que habían permanecido latentes durante 45 años. Recordé entonces que Elena Andrés había sido mi profesora de lengua y literatura durante el último curso de bachillerato en el IES CARRUS de Elche, cuando tenía 18 años y toda la vida por delante. Recordé que era poeta, aunque en aquella época no fuimos capaces de atisbar su relevancia dentro del panorama literario. Y, sobre todo, recordé como influyó decisivamente en mi vida, porque nos recomendó la lectura de una serie de libros que, según ella, no podía dejar de leer ningún joven de 18 años.

Entre otros, conocimos a Hesse, Elena nos recomendó leer “Demian” que me impactó profundamente, y me motivó para que leyese todas las obras de Hesse que pude conseguir. También conocimos la monumental obra de Thomas Mann “La montaña mágica” y muchas otras, por supuesto, también “Fausto” de Goethe, aunque no he conseguido recordar el motivo por el que me la regaló, tal vez eso sea realmente intranscendente. Además, Elena nos leía fragmentos de obras literarias en clase, lo hacía con tal fervor y apasionamiento que conseguía transmitirnos emociones profundas escondidas en los textos que, de otro modo, habrían permanecido ocultas para nosotros.

También recuerdo muy especialmente, cuando Elena nos pidió que la guiásemos para que pudiera encontrarse con Josefina Manresa, que entonces residía en Elche. En aquella época, teníamos pocas referencias de Miguel Hernández, habíamos leído, casi clandestinamente, algunos de sus poemas, pero fue Elena la que nos mostró la figura y la obra de este poeta, tan nuestro, en toda su inmensidad.

Una vez superado este impacto inicial y, tras dar cumplida respuesta a las preguntas de mi mujer, me propuse profundizar en la figura de Elena, que había irrumpido de nuevo en mi vida a través de las sendas ignotas de la poesía, al menos así lo entiendo yo, porque no creo en las casualidades, más bien creo que en ocasiones se producen  fenómenos que escapan al ámbito de la razón y nos trasladan al universo de nuestras emociones.

Decidí que era primordial rescatar del olvido la labor de esta eminente profesora del IES CARRUS de Elche, entre los años 1978 y 1981 que, de igual modo que me había influenciado a mí, podía haber sido el faro de referencia para muchos más compañeros de mi generación. De modo que actúe en una doble vertiente, por un lado establecí contacto con algunos compañeros de aquella época, para que me compartiesen sus recuerdos de Elena, y por otro, inicié una búsqueda para establecer una semblanza de Elena y tratar de conocerla mejor, tanto a ella como a su obra.

Una de las primeras cosas que descubrí, fue que Elena había fallecido tristemente en el año 2011, en una inmerecida soledad, lo cual nos motivó mucho más, tanto a mí, como a los compañeros que colaboran en esta empresa, para recuperar la figura de nuestra profesora poeta y rendirle el homenaje que se merece.

La semblanza de Elena como poeta se resume en las líneas siguientes

Extraídas de los resultados del proyecto POESCO (POesía ESpañola Contemporánea)

Proyecto Ref. FFI2017-84759-P (AEI/FEDER, UE) 

financiado por el del Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades

Si se tratara de bucear en el espacio científico que han ocupado los estudios sobre la vida y la obra de Elena Andrés, de inmediato se desvelaría cómo la trayectoria vital así como la producción literaria de esta poeta madrileña nacida en el verano de 1929 apenas si ha gozado de algún interés para la crítica, habiendo pasado, por tanto, a ser uno más de esos olvidos depositados en las desiertas arenas marginales de la historiografía literaria.

Poco tiempo después de obtener el título de Filología Románica por la Universidad Central en 1955 y de pasar una breve temporada en Málaga, contrajo matrimonio en 1958 con el compositor y ensayista musical Ramón Barce, quien había sido compañero de estudios en la universidad madrileña, en 1959. Dedicada profesionalmente a la enseñanza de la lengua y la literatura, Elena Andrés, tras haber dado muestras de su quehacer literario con la publicación de algunos poemas en revistas de su época, editó su primer libro que rotuló con el significativo título de El buscador. La cabecera del poemario anticipa ya algunos de los rasgos más personales y distintivos de la poesía de Elena Andrés próximos a los esquemas estéticos y fundamentos doctrinales de su tiempo como son la concepción de la poesía como medio de conocimiento y la búsqueda por medio del lenguaje literario de la identidad y de la autenticidad personal con la finalidad postrera de que aquellas inquietudes y tensiones emotivas o emocionales vitales que desazonaban a la poeta pudieran encontrar vías de expresión personales y de calado en los demás a través de la creación poética, entendida por ella como un lenguaje superior, taraceado por el pensamiento, la técnica y los recursos estructurales y efectivos como procedimientos capaces de atravesar las barreras de la comunicación y llegar al lector, quien, según ella, da sentido a las obras una vez que las lee, aportando su propia visión subjetiva a la porción que interprete de la intención original.

Su poesía se revela como un espacio indagatorio y meditativo de ascendencia simbolista donde el sujeto poético, desde la subjetividad personal del yo, trata de trascender la realidad para sumergirse en las ignotas regiones del misterio y de lo telúrico. En sus versos se aúnan la introversión y el compromiso, el carácter inefable y espiritual de la poesía con su proceso de búsqueda y de guía de la conciencia hasta ir dando forma lírica los aspectos más recónditos sobre los que fija la atención de su estética.

La expresión de la intimidad así como la reelaboración de la realidad y de la cotidianidad en un proceso de depuración de la materialidad de las palabras a través del subjetivismo del lenguaje poético y a través de cierto simbolismo y de elaboradas imágenes oníricas vuelve a manifestarse en su segundo poemario Eterna Vela (1961). En sus poemas se entrelaza la búsqueda del ser con un deseo constante de indagación, de penetración en un mundo envuelto en la vaguedad de sombras confusas, mitad recuerdo, mitad esperanza y sueño en ambos casos por lo que muchas de sus creaciones líricas se tejen envueltas en los contornos de la ensoñación, en los intangibles velos del inconsciente y en ecos de matices surrealistas por su capacidad de poder iluminar la nebulosa vaguedad de las imprecisiones y sombras avistadas en la realidad vivida y experimentadas en la vigilia.

Este poemario puede ser entendido como un libro-espejo, un texto lírico cuya entidad, temas y esencias se revelan en función del ánimo del lector en tanto en cuanto en sus versos reflejarán especularmente los rostros con el que nos asomemos a él o proyectarán imágenes que se desprendan desde la posición, la mirada o el diálogo que entable el receptor con el texto. Es pues un poemario donde la impresión del lector juega un papel esencial. En función de la mirada y de la lectura realizada emergerán diferentes interpretaciones emanadas de la particular relación que el receptor extraiga de la lectura de los poemas según la propia condición y circunstancias de quien se acerque a ellos.

En medio de la zozobra grisácea en la que divagan los versos de Elena Andrés producto de su afán de búsqueda y de las encrucijadas en las que se siente precipitada, surge su tercer poemario titulado Dos Caminos, merecedor del Accésit del premio Adonáis en 1964. En el libro se encauzan dos caminos, dos cauces, dos direcciones que no vienen a ser sino la representación dialéctica de la búsqueda entre el ascenso o mirada sublimadora o la inmersión en las zonas oscuras, entre la vida y la muerte, entre la realidad y el ensueño, entre lógica figurativa e inconsciencia fantaseadora tal y como se puede descubrir en versos de este poemario como los siguientes: […] ¿quién no ha visto la mueca/ de las aguas ocultas?/ Pero ¿quién no ha sentido/ la espiga recta y fértil/ que atraviesa la sangre?/ Y aquella voz que ordena/ el fecundar semillas/ de luz en nuestros hombros/ y el entregar las manos./ Hacia el sol entregarnos/ ya ciegos y benditos./ Pero a veces un sueño/ milenario, antiquísimo,/ se desploma en la frente./ Con paso de sonámbula/ llego a las aguas lentas de un pantano,/ masa impúdica, cuajo de raíces,/ y una risa satánica, espumosa,/ que halaga no sé qué de nuestra sangre”.

Siguiendo con la construcción de su itinerario poético en interacción con la búsqueda de su propia identidad y realización personal en pos del equilibrio espiritual, de la apertura hacia la vida y el conocimiento y del hallazgo de respuestas derivadas de las introspecciones consumadas en zonas oscuras del ser y de la materialidad, en 1971 publica Desde aquí mis señales, un poemario con el que la autora da muestras de afirmación ante la vida y de apertura hacia el exterior aunque, en ese proceso de iluminación, la poeta se tope con la realidad y con los límites de la racionalidad y del orden simbólico imperante por lo que, ante la imposibilidad de la unidad, queda balbuciendo la disgregación del yo frente a lo exterior y lo intangible.

Trance de la vigilia colmada (1980) vuelve a incidir en dialécticas propias del universo simbólico de la poeta madrileña como los de la vigilia/sueño, vida/muerte, unidad/otredad, conciencia/inconsciencia, ser/no ser, etc., movimientos ondulantes que se debaten entre la esencialidad del ser y su angustia existencial frente lo existente, la universalización cósmica o lo suprasensible.

            Antes de sacar a la luz su último poemario, Paisajes conjurados (1998), la colección Torremozas, en 1992, con el título Talismán de identidad, editó un pequeño volumen con carácter antológico que recogía un conjunto de poemas representativos de cada uno de sus poemarios publicados.

            Al final de su trayectoria poética, Elena Andrés descubre y revela a través de su praxis poética algunos de los enigmas de las acrisoladas esencias metafísicas, ontológicas y espirituales que atraviesan su producción lírica. Los paisajes conjurados de su creación lirica no son sino el propio yo de la poeta integrado en un éxtasis activo concretado en una serie de poemas confesionales que configuran la primera parte del libro y en simbiosis con lo telúrico y lo cósmico en la segunda donde el ser palpita de amor por el Todo.

El paisaje de nuestros recuerdos sobre la profesora Elena Andrés se construirá con las aportaciones de todos los compañeros de aquellos años en el IES CARRUS de Elche

Todo comenzó, como ya he comentado, con la “llamada” de Elena a través de los inmortales versos de Goethe, después he tenido ocasión de leer su antología poética “Talismán de identidad”, cuyo título es muy significativo, pues como ella misma dijo “Una de las funciones primordiales del poeta es buscar su identidad”. Debo reconocer que he buscado intensamente a través de su poesía la identidad de Elena y, sobre todo, la explicación a su profundo amor por la poesía y la literatura que nos supo transmitir magistralmente durante sus clases. Aunque hay todavía muchas zonas oscuras, para nosotros, dentro de su vida y su obra, me ha parecido intuir en sus poemas una voz profunda que emerge desde la intimidad de su ser y que trata de comunicarse con el mundo para desvelar los secretos de su corazón, que son las verdades eternas que todos aquellos libros que nos recomendó encerraban y que debíamos desvelar por nosotros mismos. 

Seguiremos perseverando en el empeño de conocerte mejor Elena y de homenajearte como te mereces. Iremos añadiendo emociones y recuerdos, pero permíteme pensar, o tal vez soñar, que en algunos de tus versos nos vemos reflejados:

“Hoy vivo por vosotros, os evoco

me llega una energía por mis caminos

nueva, desconocida: resucito.

Y vuestro amor me encaja

en las cosas del mundo”

ELENA ANDRÉS

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