Biografia:
Descripción:
Cayetano Antón Cascales (Elche 13-XII-1863 – Ibid. 26-I-1924).
MI BISABUELO, MI ABUELA Y EL CABUT DE MI ABUELO.
Uno de mis bisabuelos fue CAYETANO ANTÓN CASCALES (Elche 13-XII-1863 – Ibid. 26-I-1924), de profesión jornalero de la alpargata, que el 2 de enero de 1896 se establecería por cuenta propia con un capital inicial de 27.500 pesetas, comprando una casa en la calle Figuera (hoy Kursaal) para dedicarla a la fabricación de alpargata que le costó 3.500 pesetas, en la que además invirtió algo más de 4.200 pesetas en su reparación y en la compra de enseres para acondicionarla.
El negocio parece ser que le fue próspero, pues posteriormente trasladaría el domicilio familiar y la fábrica a la calle Corredora número 36 (donde años más tarde estaría la farmacia Pinto) primero en régimen de alquiler, para acabar adquiriéndola en 1910. La finca constaba de planta baja y dos alturas, con 181 m2 de superficie.
Con mi abuela Bienvenida, a pesar de ser la intermedia de los cinco hijos que le sobrevivieron, mantuvo una relación especial. Era a ella a quien se llevaba a sus viajes comerciales a Madrid y provincias, y era ella la que gustaba contar lo “señorito” y presumido que era su padre, que se hacía confeccionar sus camisas por un sastre en Valencia o que encargaba esa gallina en pepitoria en el Hotel La Confianza que nunca faltaba en las celebraciones festivas familiares y de la que mi abuela añoró su aroma mientras vivió. Incluso en su testamento la nombró a ella albacea, y le encargó todo lo concerniente a la organización de su funeral, por delante de su esposa e hijos mayores. Así salió de señorita mi abuela después, de tal palo tal astilla. Todo lo contrario que mi abuelo.
Todo fue felicidad hasta el año 1917, en el que enfermó de cáncer. Para más inri, al año siguiente, perdió a una hija de poco más de 20 años por la epidemia de gripe, y aquí acabó toda prosperidad. Dicho año aún compró una finca rústica en la Partida de Altabix para mantenerse alejado del jolgorio de la ciudad durante la celebración de las fiestas patronales tras la reciente pérdida de esta hija, que es lo único que aún conservamos suyo.
Comenzó a visitar a médicos y a realizar innumerables viajes a Madrid para el tratamiento de sus dolencias. Consiguió vivir 7 años más pero a costa de invertir en esta enfermedad todos sus bienes: hipotecó la casa-fábrica de la Corredera por 30.000 pesetas a favor de Antonio Ripoll Selva, vendió dos parcelas en la Partida de Maitino, bienes parafernales de su esposa procedentes de una herencia, además de endeudarse también con algún préstamo familiar. De manera que cuando murió en 1924 el inventario de su fortuna presentaba un saldo negativo de 1.000 pesetas, de las que tuvo que hacerse cargo su viuda.
Ese año de 1924 su hija Bienvenida, mi abuela, se encontraba a punto de contraer matrimonio con el que más tarde sería mi abuelo, Ángel Pérez Soto. Los casaría el 8 de junio de 1925, como gustaba recalcar mi abuela, el párroco de Santa María don Bernabé del Campo Latorre (más tarde asesinado a comienzos de la guerra civil en Valencia), y realizaron el banquete de boda en esta casa-fábrica de la calle Corredora que aún no había sido enajenada, y que acabó constituyendo motivo de riña entre mis queridos abuelos.
Mi abuela le tenía un gran cariño a esa casa, era su casa, y pretendía que su futuro marido levantara la hipoteca y la comprara para establecer en ella el domicilio familiar, más todavía pensando que su madre y hermanos solteros iban a quedar desamparados y se tenía que hacer cargo de ellos mi abuelo. Pero a pesar de poder permitírselo económicamente, no lo hizo a causa de una de esas extrañas leyes familiares no escritas según la cual, y a interpretación de mi abuelo, él no podía adquirir una casa en propiedad mientras sus hermanos mayores, ya casados, vivieran de alquiler. Todos los hermanos Pérez-Soto eran dueños por igual de la empresa Viuda de Vicente Pérez Sánchez, y él -que era el hermano pequeño- no debía permitirse algo que sus hermanos aún no habían logrado.
No sé el tiempo que le duraría el disgusto a mi abuela, pero tras casarse se trasladaron a vivir de alquiler a la actual Plaza de la Fregassa; más tarde a la Plaza de la Merced, también de alquiler, y no fue hasta 1934 cuando construyó su propia casa en la Plaza de la República (hoy Plaza de Baix) con todos los lujos que la época permitía: agua corriente de la Alcoraya, calefacción central con radiadores en todas las habitaciones, dos aseos, uno de ellos con comunicación al dormitorio principal, etc.
Y mi abuelo no puso el mayor problema a llevarse a vivir con él a su suegra (que convivió en su casa hasta su fallecimiento) ni a los hermanos solteros de mi abuela con todos los gastos a su cargo hasta que éstos se casaron. Pero eso sí: él pensó y creyó que no debía comprar la casa de la Corredera y no la compró.
Después de conocerlos a ambos, y a pesar de no haber presenciado jamás una discusión entre ellos, no me cuesta demasiado imaginar la situación, mi abuela desplegando sus mejores armas y él, impertérrito, diciéndole de forma rotunda “Bienve, que t’he dit que no, i és que no”. Mi abuelo ya utilizaba éso del “no es no” hace 100 años, no creáis que es un invento reciente. En aquel entonces, mi abuela no era aún consciente de lo cabut que podía llegar a ser su marido cuando estaba convencido de algo. En ese momento ya debió empezar a darse cuenta. Y no cambió, él era así y siguió siendo así: un cabut gran reserva.
Fotógrafo:
Picó
Colección/Fuente:
José Galiana Pérez
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