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Fernández Martínez, Manuel

Enviado por Joaquín Quiles ... el Dom, 30/08/2020 - 18:32
Lugar de nacimiento: 
Elche
Fecha de nacimiento: 
7 de abril de 1947
Profesión: 
Sacristán de Santa María
Biografía: 

FERNÁNDEZ MARTINEZ, Manuel. Sacristán de Santa María

Entrevista de Joaquín Quiles Lloret, agosto de 2020

"Nací en el año 1947, un 7 de abril a las 9.15 de la mañana, en la casa familiar, un Lunes de Pascua de Resurrección. Hijo de Manuel Fernández Pèrez de Cartagena y de Pilar Martínez Almarcha. Mis abuelos es murieron al poco de nacer y unos tíos maternos le recogieron y se lo trajeron a Elche. Mis padres tuvieron siete hijos. Uno de ellos murió al nacer por lo que fuimos seis hermanos. La mayor, Pilar, falleció hace un año. Viví mi infancia en Carrús Norte, cuando era una sierra con unas cuantas diseminadas. A los ocho años bajaba desde la lejanía de mi casa, corriendo por medio de la sierra a las seis de la mañana, me levantaba a las cinco, hasta la Iglesia del Sagrado Corazón de Jesú , ya en el casco urbano. Nunca conté los kilómetros que hacía para ello, pero no me importaba, lo hacía feliz y además ilusionado, tenía que estar en la Iglesia para hacer sonar la campana anunciando la misa que comenzaba a las 7 de la mañana. Recuerdo que en aquella época los curas del Sagrado Corazón eran don Francisco Bañó, don Joaquín Martínez Valls y don Antonio Riquelme. Corriendo sierra abajo parecía un garbanzo perdido en un gran plato de tierra y piedras. Eso me decían aquellos que me veían, yo no veía  a nadie y lo que quería era llegar a tiempo a la iglesia. Bajaba a todo correr y tenía que llegar a cumplir, no podía permitir este pequeño niño el que se le hiciese tarde, había que dar el primer toque de campana y ese toque me correspondía a mí. No era un sacrificio para mí ni era un deber que me hubiesen impuesto, era un gozo cada vez tenía que llamar a los fieles, es imposible explicar la felicidad que en aquellos momentos disfrutaba.Todo  eso nace en mí por la fe que tengo en Dios, nunca he podido encontrar razones de ello, nace en el niño  y nunca se ha alejado ni enturbiado, sino al revés, cada día crece más. Dios como bondad y amor, eso es el fin que se ofrece a la humanidad. 

A los seis años fue al colegio parroquial y el profesor don Francisco Muñoz, me tenía en gran aprecio. Un día me decidí y le dije al maestro que quería ser monaguillo. Me contestó que cuando acabara la clase le acompañase a casa para luego ir al Sagrado Corazón de Jesús. Aún recuerdo el bocadillo que don Francisco me preparó en su casa,  me puso enmedio del pan unas lonchas de chorizo de Pamplona, que no he olvidado, eran tiempos de escasez. Nunca había probado  un bocadillo de chorizo, tan gustoso estaba, que aún me acuerdo de ello, porque no había opción a acceder a esas espléndidas meriendas. Fue una època muy feliz en mi vida, cantaba en el Coro Parroquial, en el Corazón de Jesús. Dio la casualidad que en el Misteri se precisaba de un niño cantor para la escolonía, así que me incorporé al coro del Misteri. Me enseñó tocando el piano don Pascual Tormo. El segundo año que estuve en el coro del Misteri, me nombraron primera voz de tiple del Misteri. Se me propuso bajar desde lo alto del cielo de Santa María en las fiestas de Agosto. No tengo vértigo, pero desde arriba si miras para abajo te das cuenta de la altura que te encuentras. Me hizo mucha ilusión bajar en  el Araceli. Estaba todo preparado en el cielo para iniciar el descendimiento y cuando llegó el instante. escuché a uno de los encargados que le comentó a un compañero: 'no estoy seguro de que a ese niño lo haya atado todo lo fuerte o si lo he dejado un poco flojo'. Al oirlo se me removió el estómago, me cogí al hierro al que iba con mis dos manos y no me solté ni al bajar ni al subir. Pero eso no es lo más curioso, lo peor fue que se me puso una bola en la garganta y y no pude cantar ni al bajar ni al subir, no solté ni una nota. Pero bueno dentro de todo nadie se dio cuenta y si alguien se dio cuenta no me dijeron nada.

Pasó el tiempo y a los once años en un mes de septiembre me incorporé al seminario de Orihuela, porque en ningún momento decayó mi fe en Dios y mi familia me apoyó en todo momento. Recuerdo una anécdota que me marcó y no la he olvidado al pasar de los años y además de forma positiva,  nunca me he parado a pensar como es posible que de una situación que me hubiese llevado a la desconfianza, fuera todo lo contrario, se acrecentó más en mí la fe en Dios. Eran las fiestas de Reyes Magos, mi madre me dijo que ese año no confiase en recibir regalos, todos los años algunos modestos regalos nos traían los Reyes, unos lápices, una pluma una libreta, pero ese año no podría ser, los Reyes no pasarían a traernos nada. Que los Reyes no eran los que venían a traernos regalos, mis hermanos mayores ya me lo habían dicho, que eso de los Reyes era un engaño, pero sin embargo en mi interior yo tenía una cierta esperanza, la que me hizo que fuese a la era de mi padre, recogiese paja y la pusiese alrededor de mi ventana por si venían pudiesen darle de comer a los camellos. Bueno, no hubo regalos, no me disgusté en ningún momento, ni me encontré defraudado. Hubo una razón de no haber recibido esos modestos regalos y aún me asombró cómo es posible que, a pesar de mi pequeña edad, me dijera a mí mismo que el mayor regalo que los Reyes me hubiesen podido hacer era la fe que me hacía feliz y que con ello me encontraba totalmente en paz. No niego que recuerdo que recé mucho buscando la razón por la cual no me trajesen nada, pero de pronto comprendí el gran valor de lo que me habían traído. Mis familiares me gastaban bromas cuando yo salía como un cohete, saltando por esos caminos de polvo y piedras, directo hacia donde se encontraba la ermita de San Críspín. Disfrutaba en llegar a la celebración de la misa y ayudar en ella, en vez de ocupar mi tiempo en juegos de niños, mi felicidad se encontraba en mi dedicación religiosa. En el seminario pertenecí al coro y fui cantante solista. Recuerdo en el Seminario cuando fuí protagonista, cantando al aire libre en un acto, en recuerdo del Papa Pio XII. También canté en la catedral de Orihuela. En cuarto curso acabé con Latín y Humanidades y seguía la preparación para el sacerdocio. Pero no pude seguir estudiando, regresé a Elche y fui alumno de la academia de don Eloy y allí me preparó en contabilidad.

Tuve que buscar empleo. Fui secretario de don Alberto Asencio, que escribía a mano y posteriormente yo lo pasaba a máquina. En  en esta tenía 15 años y además acompañaba a don Alberto en sus desplazamientos. Al cabo de medio año entré como dependiente de comercio en la tienda de Cutillas y luego en La Alcudia, pero no me acababa de llenar mi oficio, tenía otras ideas al respecto. A los 18 años se abrió la boutique Gonzalo García, entré en ese comercio y allí es donde pude desarrollar lo que me gustaba, poder asesorar a la clientela sobre las prendas que mejor mejoraban su figura, los colores que más le favorecían. Además de cumplir con mi trabajo, todavía disponía de tiempo libre y ello me llevó a que en la Parroquia del Carmen crease un Club Parroquial, por el que pasaron más de 1.300 jóvenes, chicos y chicas, de allí salieron muchas parejas. Pagábamos del club 3.000 pesetas de alquiler, económicamente íbamos para adelante, a veces a trancas y barrancas, pero haciendo camino al andar. Era una sana juventud con una excelente armonía e impregnados de grandes valores. Como siempre fui inquieto, había cerca un solar que daba a tres calle. Llegamos a común acuerdo y se puso una valla. Se me ocurrió, sin tener liquidez, construir un escenario y al mismo tiempo una barra de respetable longitud para atender a los que acudiesen a nuestros actos. A continuación comenzamos a contratar grupos musicales de la provincia, incluso hasta alguno de Cartagena. Abrimos el solar, comenzó la música con el grupo que le correspondía tocar en  aquel día  y de pronto nos quedamos asombrados. Estaba todo lleno y tomamos la decisión de que sólo podían acceder una persona si salía otra. Fue un éxito completo y fue el primer barracón festero que se montó. Pudimos hacer frente a todos los pagos y en dos años conseguimos llegar a unos ahorros de 350.000 pesetas. Pero llegó el momento de dejar la dirección porque tuve que incorporarme al servicio militar. Estuve tres meses en Alicante, en Rabasa y luego fui destinado a Cartagena en el España 18. Acabé el servicio militar, volví con nuevas ideas, pero no pude proseguir con lo anterior porque ciertas circunstancias obliglaron a hacer frente con el ahorro que habíamos conseguido a pagar gastos. 

Me casé a los 24 años y en nuestro matrimonio tuvimos la suerte de tener cuatro hijos, dos chicos y dos chicas.

Me decidí a montar una tienda de ropa de cadete en la plaza de Balmes con la marca Chicuelos. Comenzó de forma que para sorpresa mía, la tienda tuvo mucha aceptación, con una clientela muy extensa. Entonces a la derecha de mi tienda inaguré una tienda de niñas y a la izquierda una tienda dedicada a moda joven de chica. Al año y medio en las Cuatro Esquinas inauguré una tienda de moda joven de calidad, "Andrea" en la corredera y en el Carrer Ample a los dos años monté una tienda de alto standing. Tenía entonces 32 años. Acudí los desfiles de moda, particularmente a Barcelona, donde se produjo otra anécdota curiosa, porque los asistentes a las ferias y desfiles eran por regla general profesionales propietarios de tiendas de ropa. Con el tiempo nos fuimos conociendo y se pensó que aquel muchacho joven era un empresario de Elche, un hijo de papá. Me hizo gracia que tuviesen esta opinión de mí y en las reuniones que teníamos fuera del desfile, donde se formaban pequeños grupos, les dije que estaban muy equivocados, que yo no era ningún hijo de papá y que mi padre era un obrero obrero en una empresa de tejas que se llamaba La teulera y que mi padre era aparadora y con todo orgullo.

Llegó una época nefasta para la economía y particularmente para mis negocios lo que me obigló al cierre de todos ellos. Todo empresario que se ve obligado a cerrar sus empresas comprende la situación por la cual el administrador que ha luchado y creado observa como todo se diluye. Siempre como administrador he tenido como libro de conducta la honradez, la dedicación completa al trabajo y la conciencia del cumplimiento, pero llegó el momento en el que la situación no se sostenía. Circunstancias ajenas, es posible, pero así sucedió y fui el primero en lamentar que el esfuerzo de mi trabajo se hubiese difuminado como una nube.

A los 51 años entré como sacristán en la Basílica de Santa María, lo que se produjo de modo fortuito, porque iba a rezarle a la Virgen y fue cuando se me propuso. Acepté y e incorporé a Santa María. A veces los fieles no se percatan, pero desde un ladrillo que se cae, un pared que se desconcha, una pieza de madera que por el tiempo está inservible y hay que reponerla.  Si hay algún deterioro intento arreglarlo lo antes posible. Está también la subida al campanario que tiene sus visitantes. Las campanas deben estar en un buen estado. Que la basílica presente en todo momento un estado de limpieza excelente, detalles que desde fuera parecen insignificantes peo que hay que cumplir escrupulosamente. Muchos se sorprenderían de la cantidad de personas que vienen a la basílica a ver a la Virgen". 

 

 

 

 

 

 

Etiquetas: 
1947
sacristanes
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