GARCÍA CANDELA, Eduardo (Elche, ¿? -23-III-2003). Sacerdote coadjutor de Santa María en 1958.
Fue presidente de la HOAC y más tarde se ordenó sacerdote, su primer destino fue en la iglesia de Santa María, como coadjutor. Eduardo García Candela, que había cursado estudios de sociología en la Universidad de Santo Tomás de Roma, por lo que se le encargó que pusiera en marcha de la Oficinas Diocesanas de Información y Estadística, fue constituida el 1 de enero de 1959, situada en la parroquia San José de Carolinas de Alicante, también fue responsable de la Delegación Diocesano de Migraciones. Desde la responsabilidad asumida al frente de la Oficina de Información y Estadística realizó importantes aportaciones a la diócesis, entre otras cuestiones planteaba en un informe que realizó para el Sínodo Diocesano de 1967. En dicho informe analizaba el abismo entre la Iglesia y la clase obrera de una forma muy clara. Respecto a los obreros, creía que expresaban el rechazo a la sociedad que los marginaba mediante el desprecio a valores institucionalizados como la religión. También consideraba importante la actitud de la élite, que -pensaba- contribuía a afianzar la imagen que la clase obrera tenía de una alianza entre la Iglesia y los privilegiados, imagen forjada no por la influencia de partidos o sindicatos antirreligiosos, sino por el recuerdo de la guerra civil -y, suponemos, de la represión posterior-. En suma, afirmaba que, a los ojos de las clases populares, la Iglesia era la Iglesia de los ricos. Por otra parte, no ocultaba que la clase obrera había recibido un trato discriminatorio por parte de la Iglesia hasta el Concilio, refiriéndose a las distinciones que se hacían en los actos litúrgicos. Era consciente del retraso de la Iglesia en comprender las consecuencias de la industrialización, que había hecho que los sacerdotes estuvieran sólo "atentos a la salvación individual, al apartamiento del contagio mundano". También indicaba la tardanza de los católicos en organizar grupos para enfrentarse a las presiones económicas que había sufrido la clase obrera. Otro factor más fue -decía- la desconfianza hacia los líderes obreros cristianos, acusados de amarillismo, traidores a su clase y bajo sospecha en el propio seno de la Iglesia. En último lugar, apuntaba que los sacerdotes que se intentaron comprometer con la clase obrera también habían sido recibidos con recelo, como miembros de una institución que los trabajadores no apreciaban. Significativamente, no hacía referencia concreta a las experiencias de pastoral obrera de la diócesis, debido a los conflictos que entonces se estaban dando entre la jerarquía y organizaciones como la HOAC y la JOC. Para concluir, recordaba que se hacía imprescindible un cambio de dirección: dejar de indicar a la clase obrera cuáles eran las verdades de la Iglesia y sus deberes como católicos, y emprender "un trabajo de penetración y comprensión de una cultura diferente que implica una conversión de nuestras mentalidades." Pero la Iglesia como institución no fue receptiva a las necesidades del mundo obrero ni estuvo dispuesta a dialogar, a aceptar nuevos valores, a reconocer errores y a cambiar de actitudes, por lo que la separación entre ambos mundos se acrecentó.
Eduardo García Candela formo parte (junto a Antonio Vicedo Catalayud y Carlos Muñoz de Andrés) de un pequeño grupo de sacerdotes que escribió un informe (1965) a la Santa Sede, escandalizado ante la actuación del obispo Pablo Barrachina durante la postguerra en su pueblo natal, Jérica, cuando todavía no había sido ordenado sacerdote. Al parecer colaboró con la Junta Gestora de la localidad y había sospechas de que estuviera implicado en la represión de aquellos primeros momentos del régimen franquista. Los firmantes de este informe mostraban su preocupación por las repercusiones negativas que, de ser ciertas, podían tener para la pastoral diocesana y para la Iglesia española.
Se tiene conocimiento que desde Roma se hicieron algunas pesquisas, pero nada más se supo del asunto, aunque, debido a esta iniciativa y a su implicación en la HOAC, Antonio Vicedo fue desplazado de Elche a Formentera del Segura y Carlos Muñoz de Villena a Altea la Vieja. Estos traslados a parroquias pequeñas y aisladas fueron interpretados como una represalia. Eduardo García quedó en Alicante, pero sin cargo alguno. Estos y otros conflictos que surgieron por su crítica y oposición abierta a la marcha pastoral de la diócesis hicieron que finalmente se marchara a Madrid donde mantuvo una colaboración con la Editorial ZYX y el Movimiento Cultural Cristiano.
FUENTE: SECO MORENO, Mónica, La Diócesis de Orihuela-Alicante en el franquismo: 1939-1975.